Este domingo el rector, abogado y gran sensor dominical Carlos Peña, analiza los significados del voto de la DC y el PR en favor de la Reforma Provisional del Gobierno y que le ha valido la durísima crítica de los partidos de izquierda. PAra Peña esta actitud -DC/PR- (sin decirlo) es regresionista porque vuelve a recordar su actuación en los años más duros de la política chilena: La Década del ’70 con el quiebre institucional -en parte- propiciado por la DC.
Lo concreto según Carlos Peña es que: «Como ocurrió en el siglo XX, de moderar entre una derecha que contiene el cambio y una izquierda que lo empuja, sino de poner la vista en la nueva realidad social».
El siguiente es el análisis completo de Peña:
«La aprobación de la idea de legislar la reforma a las pensiones con los votos de la DC y el PR —antes fue la reforma tributaria— es mucho más que un acontecimiento legislativo y mucho más que una cuestión previsional.
Es el retorno del siglo XX.
Para advertirlo hay que dar un vistazo al pasado.
El rasgo más importante del desarrollo político del siglo XX chileno estuvo constituido por el papel que cumplió el centro. Entre los años 1932 y 1973, durante la vigencia de la Constitución de 1925, se conformó un sistema de alianzas cuyo resorte principal era el radicalismo que a veces gobernó con la izquierda y en otras con la derecha. El resultado fue la lenta hegemonía del centro durante todo el período en el que solo una vez llegó a gobernar la derecha (con Alessandri) y una sola vez la izquierda (con Allende).
El proceso equivalió a un lento ir y venir de transacciones y negociaciones con las que la derecha intentaba contener los intereses del proletariado urbano y la izquierda promoverlos mediante un juego de negociaciones y regateos cuyo actor principal, ya se dijo, fue el centro.
El proletariado era, por decirlo así, el problema. La derecha contenía el cambio que su presencia reclamaba; la izquierda lo empujaba; y el centro morigeraba, según las circunstancias, a una o a otra.
Esa fue la moderación del sistema político chileno.
Hoy el proletariado urbano ya no es el principal problema de la estructura social y de la política chilena (hay pobres, desde luego, pero la pobreza no equivale exactamente a proletariado). La modernización capitalista hizo casi desaparecer al proletariado desde el punto de vista cultural y social. El lugar del proletariado urbano y los desafíos que planteó a las élites políticas y a los grupos dominantes durante el siglo XX ha sido ocupado por los nuevos grupos medios más autónomos e indóciles a la autoridad, poseídos por la pasión por el consumo y, al mismo tiempo, cada vez más temerosos de que el viento del futuro espante el bienestar que han alcanzado.
Es el siglo XXI chileno.
Esa nueva realidad resulta incómoda tanto para la izquierda como para la derecha.
La izquierda de más a la izquierda no comprende esa nueva realidad. Las nuevas generaciones que la conforman anhelan una realidad más carente y más menesterosa, una que les permita cumplir sus sueños redentores. La otra izquierda, la de la Concertación, a cuyo quehacer se debe esta nueva realidad, no se atreve a hacerla suya temerosa de que, si lo hace, la primera le arrebate su identidad.
La derecha, por su parte, hace esfuerzos por comprender esa nueva situación al menos a nivel del discurso (a esos esfuerzos se debió en buena parte su triunfo), pero al final choca con esa porfiada idea suya de que el crecimiento es el único problema y a la vez la única solución.
¿Y el centro? Bueno, el centro que hasta ayer no existía parece que empieza a ver aquí su sitio, el lugar que tuvo en el siglo XX y que ahora, en un nuevo registro, parece dispuesto a recuperar. Y es que el éxito en política se alcanza no solo cuando se tiene talento, sino sobre todo cuando se coincide con la realidad.
Y el centro no tendrá talento, pero le sobra realismo al apreciar su propia posición.
Sabe que ahora no se trata, como ocurrió en el siglo XX, de moderar entre una derecha que contiene el cambio y una izquierda que lo empuja, sino de poner la vista en la nueva realidad social. Y al hacerlo recordar, una y otra vez, que la política no es la simple afirmación de ideales en los que se cree, sino el intento de realizarlos, para lo cual hay que mirar la realidad de frente y admitirla tal cual es. La paradoja de la política —quizá esta pueda ser hoy la lección del centro— es que solo se puede cambiar la realidad si se comienza por aceptarla.
Sí —es verdad—, todavía es apresurado decirlo. Pero no cabe duda que la actitud de la DC y el PR de apoyar la idea de legislar proyectos con los que no están, en principio, de acuerdo, es una señal de que están recuperando la conciencia de esa paradoja que le permitió al centro ser la clave del sistema político en el siglo XX. Aceptar la realidad como el único camino para modificarla.
Si se acepta ese principio, se descubrirá que las condiciones de hoy, aunque suene raro, nunca habían sido mejores para el centro.
Los nuevos grupos medios se expanden, han atado su trayectoria vital a la modernización capitalista y es difícil pensar el Chile del futuro sin ellos.
Y esos grupos están esperando alguien que los interprete con algo más que la promesa de cambiarlo todo o la porfía de dejarlo todo igual.