La redacción de INFOGATE.Cl ha recibido un amable correo del periodista, Balbino Katz, escritor y cronista franco-argentino nacido en Buenos Aires y afincado en Bretaña. Es editor de profesión y antiguo director de la revista Aventures de l’Histoire, quien ha enviado una réplica al análisis de nuestro columnista Juan Pablo Berlinguer «Falklands – Malvinas: Un conflicto sin resolver y que afecta a Chile. La invitación que debe hacer Chile es que el Reino Unido y Argentina acudan a la Corte Internacional de Justicia por el conflicto de Malvinas/Falklands».
La réplica de Katz la publicamos íntegramente dado que es otra mirada al conflicto que mantiene Argentina con las islas del Atlántico Sur bajo soberanía británica.
La réplica:
El artículo se presenta como un análisis «jurídico e histórico» del conflicto por las Islas Malvinas/Falklands, pero en realidad combina dos cosas distintas: por un lado, una lectura muy selectiva de la historia regional, y por otro, una proyección bastante transparente de las inquietudes chilenas respecto a la Patagonia, el Beagle y la Antártida. No está mal que Chile tenga preocupaciones, todos los Estados las tienen. El problema comienza cuando se disfraza esa preocupacion nacional de supuesta neutralidad jurídica.
Antes de entrar en cuestiones de fondo, vale la pena empezar por un detalle revelador.
1. Malvinas no es un invento argentino
El autor opone «Falklands (como las denominan los habitantes que viven en ellas hace más de 7 generaciones)» a «Malvinas, como son denominadas en Argentina». Esa frase, presentada como inocente, deja ver su sesgo de entrada.
Las islas se llaman Malvinas en todas las lenguas romances desde el siglo XVIII, no solo en Argentina. El toponimo procede de los marineros de Saint-Malo (no lejos de donde vivo), îles Malouines, que luego paso al castellano como Malvinas y al italiano como Malvine. No es una excentricidad nacionalista argentina, es una denominacion historica en el mundo latino.
Cuando se insiste en que «Falklands» sería el nombre neutro y «Malvinas» una mera ocurrencia argentina, se adopta sin decirlo el punto de vista británico. Ese desliz terminológico anuncia bastante bien el tono general del texto.
2. El Tratado Arana–Southern: lo que dice y lo que no dice
El autor otorga al Tratado Arana–Southern (1849, ratificado en 1850) un valor casi mágico: habría puesto fin «a todas las disputas pendientes» entre Argentina y el Reino Unido, sugiriendo que eso incluiría Malvinas. Esta es una lectura muy discutible y, desde la óptica argentina, simplemente inaceptable.
La posición oficial de Argentina sobre el Tratado Arana–Southern es clara desde hace más de un siglo: ese acuerdo no implica ninguna renuncia, ni explícita ni implícita, a la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
Algunos puntos básicos:
La naturaleza del tratado.
La «Convención para restablecer las perfectas relaciones de amistad…» se inscribe en el contexto del bloqueo anglo–francés del Río de la Plata y de la Vuelta de Obligado. Sus objetivos fueron fluviales y comerciales: reconocimiento británico de la libre navegacion de los ríos argentinos, devolucion de la isla Martín García, restitucion de naves y levantamiento del bloqueo. El texto no menciona Malvinas ni una sola vez.
La tesis de la «renuncia implícita».
La idea de que al «poner fin a todas las disputas» Argentina habría renunciado silenciosamente a Malvinas es un argumento construido a posteriori, sobre todo en doctrinas británicas e insulares. No hay en el texto tratado alguna cláusula por la cual Argentina abdique de pretensiones territoriales en el Atlántico Sur. En derecho internacional, las renuncias territoriales son explícitas, no se adivinan entre líneas.
La conducta argentina posterior.
Si de algo sirve la práctica estatal subsecuente, es precisamente para mostrar lo contrario de lo que sugiere el autor chileno. Inmediatamente después del tratado, el representante argentino en Londres, Manuel Moreno, siguió reclamando por Malvinas ante el Foreign Office. Lord Palmerston reconoció que la cuestión no estaba cerrada. A lo largo del siglo XIX y del XX, Argentina reitero sus protestas en notas diplomáticas y foros internacionales. Una «renuncia» que no cambia ni un ápice la conducta del Estado supuestamente renunciante no es renuncia, es ficción argumental.
En otras palabras: Arana–Southern resolvió un conflicto puntual en el Río de la Plata. Nada más. Convertirlo retrospectivamente en un acta de defunción de los derechos argentinos en Malvinas es forzar el texto más allá de lo jurídicamente defendible.
3. «Ayuda inglesa» en Patagonia y Antártida: un mito conveniente
Mucho más grave es la afirmación de que «la presencia argentina en la Patagonia y en la Antártica se debía a la ayuda que el Reino Unido le había prestado». Eso no es ya una interpretación discutible: es un mito alimentado en ciertos ambientes británicos y kelpers después de 1982 que no se sostiene frente a la historiografía seria.
Se puede desmontar en tres planos.
Patagonia continental
La consolidacion de la soberanía argentina en la Patagonia continental se produce esencialmente entre 1878 y 1885, con la llamada Campaña del Desierto dirigida por Julio A. Roca. Es una operacion militar argentina, planificada y ejecutada por el Ejército Argentino, financiada con recursos propios (incluyendo el empréstito Baring, sí, pero también rentas internas y emision) y decidida en Buenos Aires, no en Londres.
El Reino Unido no participa ni como fuerza militar ni como co–planificador. Es más, Londres observa con preocupación la expansión argentina hacia el sur, precisamente porque podría reforzar las pretensiones de Buenos Aires en el Atlántico Sur.
Que haya habido colonos galeses en Chubut, inversiones británicas en ferrocarriles o frigoríficos no transforma esa presencia en «soberanía británica delegada». Eran inversiones privadas, hechas bajo ley argentina y sujetas, como se vio luego con Perón, a nacionalización y renegociación.
Antártida
Argentina proyecta presencia hacia el sur antártico desde comienzos del siglo XX. La base de Orcadas del Sur (1904), que el autor cita, es efectivamente una transferencia de instalaciones científicas de una expedición privada británica a la Oficina Meteorologica Argentina, pero el punto clave es otro: el Reino Unido cede el uso científico, no la soberanía.
Desde los años 1940, la Armada Argentina instala bases permanentes, realiza campañas de aprovisionamiento, mantiene familias y personal durante todo el año, y formula un reclamo sectorial concreto. El Reino Unido, lejos de «ayudar», se superpone con un reclamo propio (1908, 1917) y genera incidentes diplomáticos y militares, como en Hope Bay (1952). No es cooperación, es disputa solapada.
El Tratado Antártico de 1959 congela los reclamos, no los borra. Argentina sigue siendo, como Chile y el Reino Unido, uno de los siete Estados con reclamación territorial reconocida en el sistema. Presentar esa situación como un regalo británico es, de nuevo, un salto narrativo injustificable.
Inversion extranjera no es soberanía
Por último, la identificación entre inversiones británicas y «presencia gracias a la ayuda británica» confunde deliberadamente planos distintos. Que el capital británico haya sido dominante en ferrocarriles, bancos y comercio argentino durante décadas no vuelve a Argentina un apéndice soberano de Londres. Menos aún «debe» la Patagonia o la Antártida a esa inversión.
Si siguiéramos esa lógica, medio planeta habría cedido soberanía a Estados Unidos, la City o las multinacionales, lo cual no tiene ningún sentido jurídico.
4. La «humillacioón pública» y la supuesta tradición de pedir permiso
Otro pasaje revelador es aquel en el que el autor sostiene que, al ocupar militarmente las islas el 2 de abril de 1982, Argentina rompio una suerte de «tradición establecida» según la cual se habría tenido siempre en cuenta la voluntad británica, y que la guerra habría sido una «humillación pública» hacia un aliado y benefactor.
Ese relato tiene varios problemas:
Argentina nunca ha reconocido la soberanía británica sobre las islas. Desde 1833, la posición argentina es que las Malvinas forman parte de su territorio y que la ocupación británica es un acto de fuerza. Podrá gustar más o menos, pero pretender que Argentina rompió en 1982 una tradición de pedir permiso a Londres para actuar sobre lo que considera su propio territorio es invertir el sentido de los hechos.
La guerra fue un error grave, pero no un parricidio.
La decisión de la Junta Militar de ocupar las islas por la fuerza fue un error estratégico, político y humano de enorme magnitud, y las consecuencias están a la vista. Pero fue un error desde la lógica de la correlación de fuerzas, del momento internacional y de la lectura equivocada de Thatcher, no un acto de ingratitud hacia un tutor histórico.
«Aliado y amigo historico».
Si por «aliado y amigo» se entiende el principal inversor extranjero, el gran comprador de carne y cereales y el socio financiero, la frase tiene sentido económico. Pero confundir eso con un patronazgo político sobre la Patagonia y la Antártida (NE: Antártica) es otra cosa.
Desde la perspectiva argentina, la relación con el Reino Unido es la de un socio comercial poderoso y, en Malvinas, la de un ocupante con el que hay un diferendo reconocido por la ONU. No la de un protector magnánimo ofendido por un ahijado díscolo.
5. La obsesión por la CIJ y la verdadera preocupación chilena
En su parte final, el artículo abandona el tono histórico y se vuelve abiertamente programático: Chile, se nos dice, no puede seguir apoyando la «causa Malvinas» sin más, porque eso podría perjudicar sus propios intereses en los conflictos que vienen en torno a la Antártida. La solucion propuesta: llevar el caso Malvinas/Falklands a la Corte Internacional de Justicia, como hicieron Guatemala y Belice, con plebiscitos vinculantes, etc.
Desde una perspectiva estrictamente argentina, esa «solucion» es simplemente irreal.
Argentina considera que sus derechos sobre las islas combinan títulos históricos (herencia de España, actos de soberanía desde 1820), contigüidad geográfica y continuidad constitucional. La reivindicación de Malvinas está inscrita en la Constitución Nacional desde la reforma de 1994. Pretender que Buenos Aires va a someter esa cuestión a un fallo de la CIJ como si se tratara de un diferendo de delimitación puntual, es desconocer por completo el peso simbólico y político que tiene el tema en la sociedad argentina.
Más interesante que discutir la viabilidad de esa propuesta es preguntarse por qué aparece. Y ahí se ve con bastante claridad el ángulo chileno: el autor piensa Malvinas no como un tema de descolonización en el marco de la ONU, sino como un precedente peligroso para los futuros conflictos «que se avecinan por la Antártica» y los espacios al sur del laudo papal.
En otras palabras, el texto no habla tanto de Malvinas como de los miedos chilenos:
– temor a que la retórica «malvinista» se proyecte mañana sobre la Antártida;
– resentimiento persistente por la Patagonia «cedida» en 1881, como si hubiera sido originariamente chilena;
– desconfianza estructural hacia Argentina, envuelta en un ropaje de defensa del derecho internacional.
Visto así, el artículo dice mucho menos sobre el conflicto Malvinas/Falklands que sobre la psicología estratégica de un sector chileno. Bajo el barniz de objetividad jurídica se percibe una tradicion de acidez hacia Argentina y una narrativa donde Chile aparece siempre como víctima de cesiones forzadas y Argentina como actor imprevisible que hay que encerrar en marcos multilaterales.
6. Una conclusión posible
En lugar de insistir en empujar el tema Malvinas hacia la CIJ, una vía que hoy no tiene ninguna posibilidad real de ser aceptada por Argentina, Chile haría mejor en pensar un entendimiento de largo plazo con Argentina sobre los espacios australes. Eso supone dejar de lado la ficción de que «la Patagonia era chilena y se cedió» y aceptar que, con todos sus conflictos y litigios, ambos países han terminado por construir un equilibrio razonable de fronteras.
El texto que comentamos, con sus errores factuales, sus interpretaciones forzadas y su indulgencia hacia la versión británica de la historia, no aclara el problema de malvinas (NE: Falkland). Lo que desvela, sobre todo, es la inquietud chilena frente a un mapa del sur que ya no se puede reescribir a costa de su vecino.
Y eso, al menos, conviene decirlo con todas las letras.
NE: Para este medio es importante aclarar que ha sido Argentina la que sistemáticamente NO ha respetado acuerdos y tratados lo que ha quedado demostrado en diversos artículos fundamentados con mapas y notas documentales. También es importante rechazar lo dicho por el articulista sobre la Patagonia, ya que Chile librando la Guerra del Pacífico fue forzado por el gobierno argentino de la época a negociar ya que era insostenible mantener tres frentes de batalla para nuestro país, es decir la Argentina aprovechó el conflicto generado por Perú y Bolivia para afianzar su expansionismo territorial. Por cierto se valora y agradece el artículo del Sr. Katz.








