Por Fernando Wilson L.
Dr. en Historia. Profesor Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.
El Plan Nacional Continuo de Construcción Naval, recientemente convertido en Decreto por el Gobierno, representa un paso considerable en la ambición de la Marina de construir localmente un porcentaje relevante de los buques que opera.
A la construcción de una extensa serie de lanchas de servicios generales y después de un buque oceanográfico de alta complejidad, siguieron cuatro patrulleros oceánicos y, en los últimos meses, entró en servicio el Rompehielos «Almirante Viel».
Esta última unidad, no solo es el buque más grande construido en Chile, sino que representó un desafío técnico mayor, juntando la capacidad de romper hielo en el estándar PC1 con un extensivo y muy sofisticado aparataje científico que jamás había sido combinado en un buque de estas características.
El actual plan busca convertir la sucesión de proyectos individuales en un proceso continuo, que permita a ASMAR y a la Armada construir una red industrial nacional de subcontratistas que provea los diferentes componentes para materializar, primero, cuatro buques polivalentes en el programa Escotillón IV, que busca reemplazar la heterogénea y envejecida fuerza de transporte y anfibia de la Armada y, después, pasar a construir buques de combate para la Escuadra Nacional.
Estas serían fragatas de parámetros definidos hace algunos años por un estudio realizado entre la Dirección de Proyectos de la Armada y la Universidad Católica, que determinó unidades de una complejidad y desafío mayor, pero que le entregarán a la Marina nacional tanto la independencia constructiva como la oportunidad de no depender de compras extranjeras de oportunidad en el mercado de segunda mano. Además, apunta a dejar en Chile parte considerable de la inversión y proveer sinergia a la extensa red de subcontratistas que van desde electrónica militar, como DTS o DESA, a proveedores de mobiliario a prueba de incendios y demás elementos necesarios.
Es obvio que muchos elementos complejos aun serán importados por un tiempo importante, especialmente en equipos como sistemas de propulsión, generación eléctrica o armamento, pero el hecho de poder determinar qué tipo de buque se necesita, construirlo bajo nuestros propios parámetros y posteriormente poder aprovechar toda su vida útil en nuestro país, sin tener que amortizar o adaptar buques diseñados por otras marinas para funciones diferentes, representa un objetivo extremadamente importante, que deja en Chile cifras considerables de divisas y que además permite conseguir exactamente lo que nuestros requerimientos exigen.
Este proyecto, como verdadera política de Estado, se ha desarrollado por décadas y se organiza hoy como un proceso organizado y ordenado, que claramente permite mirar con optimismo el futuro de estos procesos.
Y el orgullo de ver navegando en la Antártica o en el Mar Chileno buques que no solo ondean el pabellón nacional, sino que han sido construidos en nuestro país, coopera fuertemente a la seriedad con la que Chile asume el desafío del patrullaje de nuestra enorme zona económica exclusiva, que se extiende por millones de Km2 en el Pacifico, hasta la presencia antártica, donde más allá de la presencia del Tratado que regula las reclamaciones soberanas, no cabe duda que el viejo aserto de que la presencia constituye el 90% del derecho, se refleja no solo con el Rompehielos y dos de los Patrulleros que se encuentran preparados para navegar en aguas antárticas, sino los cuatro próximos transportes, el primero de los cuales será botado al mar en los próximos meses y el segundo que ya está comenzando a ser cortado en sus planchas.
Confiemos que estas buenas noticias sirvan para mostrar que más allá del tráfago político electoral, Chile aun avanza. Silenciosamente quizás, pero lo hace en áreas que son fundamentales para el futuro de nuestro país.
