Tiene que pasar algo terrible, escalofriante para que la mal llamada (DES)Clase Política reaccione y rasguen vestiduras y anuncien -de manera histérica- proyectos y leyes para parar determinado hecho, tal como ha ocurrido con la huida del sicario venezolano que aprovechó la jurásica burocracia estatal de la Justicia.
La libertad del asesino a sueldo revela la total desconexión de las instituciones, la falta de cruce de datos y la absurda desconfianza entre las Policías que no se comparten los datos.
Pasó lo mismo con las contribuciones atrasadas del ahora ex director del SII, la corrupción, la inmigración ilegal, etc, etc, etc.
Una vez destapado el escándalo (de cualquier tipo), salen las hordas de opinólogos y parlanchines del Congreso anunciado una andanada de medidas, muchas de ellas absurdas como en la mayoría de las situaciones con las clásica letanía : «Haremos», «Legislaremos», «Ahora si que si..», en realidad son puras patrañas.
A lo anterior hay que sumarle la acción rabiosa de la oposición de turno que dice que todo lo malo que pasa es por culpa del gobierno de turno y poco y nada ayudan a un debate serio sobre los problemas país.
Show de tercera
El Congreso, en su conjunto, en vez de colocar la necesaria dosis de cordura y sensatez en el debate para enfrentar las crisis sectoriales se enfrascan en rencillas de barrio, en dimes y diretes, con toda clase de adjetivos al adversario político pero no abordan lo que le importa la gente.
En este contexto, las reacciones políticas suelen ser inútiles, pero como los señores parlamentarios están en temporada electoral capaz que hagan algo y no mera reacción.







