Por: Ilona Bartibas Fernández, psicóloga, profesional del Programa Fonoinfancia
Fundación Integra.
El juego es la manera en que niñas y niños conocen su entorno, desarrollan habilidades y expresan su mundo interno, aprendiendo a regular sus emociones, tolerar la frustración, resolver conflictos y establecer límites respetuosos. En la experiencia de jugar irán desplegando capacidades cognitivas, psicomotoras y habilidades sociales, al ensayar roles e incorporar valores y creencias que les transmite la cultura a la que pertenecen.
El juego habilita ese espacio psicológico seguro, donde irán ensayando y aprendiendo a transitar los desafíos que se presentan en las distintas etapas de su desarrollo. Bajo esta perspectiva, los juguetes les ayudarán a proyectar sus deseos, necesidades, temores y a elaborar sus vivencias, por lo que es importante que como adultas y adultos podamos detenernos a pensar en los juguetes que estamos eligiendo regalar, considerando que cuando asignamos un juguete en función de las características que se atribuyen socialmente a lo que debiese jugar una niña o un niño, podríamos estar ejerciendo cierta influencia en estos procesos del desarrollo.
En el caso de las niñas, socialmente, se espera que utilicen juguetes que promueven habilidades para cuidar, en funciones de crianza y trabajo doméstico, lo que podría restringir su creatividad, imaginación y su despliegue en el espacio público. Al facilitar solamente juguetes de este tipo –una muñeca, de aseo o cocina– probablemente promovemos que se identifiquen con un rol cuidador, pudiendo aprender a relegar sus propias necesidades y mostrar conductas más sumisas y pasivas, restringiendo la expresión de su malestar y/o la capacidad de poner límites, a diferencia de los niños.
En ellos, en cambio, se espera que se diviertan predominantemente en espacios públicos con juegos de competencia, destrezas físicas o cognitivas. Incluso, se suele validar el uso de juguetes bélicos, naturalizando en ellos, juegos bruscos o de guerra. Esto podría tener implicancias en la subjetividad de ellos, si consideramos que podríamos estar normalizando comportamientos violentos como una manera valida de expresar su rabia o frustración.
También es posible deducir ciertas limitaciones que podrían condicionar su desarrollo emocional y habilidades como la empatía, asertividad y resolución de conflictos. Incluso, podrían reforzar diferencias en la asignación de roles en la crianza, que dificulten que, en su adultez, puedan desarrollar competencias parentales y asumir una paternidad activa y de crianza respetuosa.
Al analizar lo que niñas y niños estarían incorporando a raíz de estas creencias y estereotipos, podríamos pensar que la asignación de un juguete basada restrictivamente en su sexo, podría perpetuar dinámicas de poder, desigualdad y violencia en las relaciones de hombres y mujeres.
No es que debamos prohibir que las niñas jueguen con muñecas, ni tampoco negar a los niños que jueguen a la pelota, porque no es el juguete lo que normaliza esta ideología, sino que son las creencias sociales desde donde restringimos las posibilidades que niñas y niños jueguen libremente.
El desafío es ampliar sus oportunidades de jugar libremente, sin limitar sus propias elecciones en función de lo que “una niña debiese jugar por ser niña” o lo que un “niño debiese jugar por ser niño”. Facilitar juguetes diversos, espacios y tiempos de juego no solamente permitirá garantizar el derecho a jugar de niñas y niños, también posibilita el despliegue de su potencial creador como sujetos de derecho en pos de la transformación de su realidad hacia una cultura inclusiva.
Estamos insertos en un sistema de mercado que utiliza estrategias de marketing para seducir a niñas y niños como consumidores que, al estar transitando su Niñez, se encuentran más sensibles a las influencias de la publicidad. Pero el mercado no entrega valores, ni educará desde una cultura de equidad y respeto, tampoco considerará las implicancias que pueda haber en el desarrollo infantil. Y si no es el mercado ¿Quién o quienes tomarán esta responsabilidad?
Es importante reflexionar y preguntarnos qué les estamos regalando al comprar el juguete de moda. ¿Estamos dispuestos a perpetuar la naturalidad con que se viven y reproducen las desigualdades de género y el valor social que se le atribuyen a mujeres y hombres? ¿Qué queremos entregar a las nuevas generaciones?
La invitación es a tomar una posición responsable como figuras significativas de niñas y niños, al asumir el valor trascendental que aporta el juego libre de estereotipos de género en la crianza respetuosa, y en fomentar valores, actitudes y vínculos bien tratantes.