La integración suele considerarse como un factor contrario a la soberanía nacional.
Especialmente en nuestra región, en donde al interior de los estados nacionales, se tiende a considerar adversarios y hasta enemigos a los países vecinos.
Se debe reconocer que, en muy buena medida, esta apreciación proviene de las élites económicas y políticas, la mayoría de las veces asociadas a corporaciones y consorcios transnacionales que intervienen en la región, y en los países, desde hace décadas y décadas.
También existen tendencias y expresiones que priorizan las relaciones y subordinaciones a potencias hegemónicas, que no pocas veces se refleja en una suerte de admiración dependiente a los paradigmas culturales, políticos y académicos de los centros históricos de la civilización occidental.
Dos asuntos se deberían considerar para abordar este asunto clave, del punto de vista estratégico:
1). La globalización capitalista ha configurado un escenario mundial en donde el surgimiento de bloques de naciones, y nuevas potencias, marcan en forma creciente las relaciones bilaterales y multilaterales. En medio de un planeta que no sale de una crisis de humanidad que va incluso modificando las cuestiones existenciales más profundas que caracterizaron sus fundamentos, por siglos.
2). Los estados nacionales, en América, surgen históricamente en procesos caraterizados por lograr las independencias nacionales. Y, en esos procesos, cursa concretamente la necesidad de Soberanías Nacionales. En ese camino, hubo asociaciones, alianzas hermandades entre pueblos que fueron claves para lograr ese objetivo.
Este es una cuestión que carateriza a todos los procesos de descolonización en el mundo. Nuestro continente no es una excepción.
El rol de la potencias
En América, desde sus orígenes, esos procesos se han dado en pugnas durísimas con los centros hegemónicos, ya sea Estados Unidos o Europa, y la relación, hasta hoy, ha sido de subordinación, dependencia y total asimetría.
Hay demasiados estudios objetivos que muestran los altísimos costos que han debido pagar los pueblos y naciones de América por esta dependencia, que de manera casi profética alertó para los tiempos presentes y futuros, Salvador Allende en su discurso en la asamblea general de las Naciones Unidas.
La llamada “aldea global”, que Fukuyama y MacLuhan proclamaron como un ideal para el “fin de la historia”, en el sueño capitalista, nunca llegó.
Sin embargo, también es un hecho que, en todo el mundo, los procesos de integración han provocado dinámicas muy potentes para las naciones que los impulsan.
En nuestro continente, CELAC; UNASUR; MERCOSUR; ALBA; son caminos que muestran esa esperanza y posibilidad.
En Chile, deberíamos involucrarnos más en avanzar en esta dirección. Por el bien del estado nacional y su futuro.
Juan Andrés Lagos. Académico, periodista, encargado de relaciones políticas del Partido Comunista de Chile.