Por: Fernando Wilson L., Dr. en Historia, Profesor de la Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez
La Antártica en específico, y la zona austral en general, ha sido objeto de muchas malas interpretaciones por parte de la sociedad chilena. Por un lado se reclama desde 1940 un sustancial trozo del continente antártico como de soberanía nacional, así como las aguas del Mar de Drake, pero buena parte de estas reclamaciones se encuentran congeladas por la firma del Tratado Antártico, que convierte al Continente Blanco en una zona de paz donde las reclamaciones soberanas se suspenden y se lo dedica completamente a la actividad científica, algo ayudado por ser el único continente en el mundo sin población humana nativa. Esta situación ha generado la percepción por parte del mundo político de que nuestra soberanía austral es más una reclamación simbólica que práctica, lo que no solo no es así, sino que esta en fuerte desafío en el presente.
En primer lugar, la extensión de las Zonas Económicas Exclusivas de parte de Chile y Argentina están dando lugar a zonas de superposición y roce, que ya están produciendo los primeros desencuentros, a los que se suman declaraciones unilaterales argentinas en relación a un pretendido uso “conjunto” del Estrecho de Magallanes y del Mar de Drake. Reclamación que data desde el 2021 pero que, pese a sucesivos compromisos, aun no se retira de, nada menos, que la Política de Defensa trasandina.
Luego, nos encontramos con que si bien al sur del Círculo Polar Antártico las reclamaciones soberanas están detenidas, las proyecciones de estas al norte de dicho Círculo están en una condición de flujo, pretendiéndose por varios países que sus reclamaciones soberanas se “proyectan” al norte de esto en una Zona Económica Exclusiva en relación al uso de recursos marinos y del Fondo y Subsuelo, con enormes riquezas ahí presentes.
Y, si bien no es el último aspecto, al menos para estas líneas, está la relevancia del Estrecho de Magallanes, del Cabo de Hornos y el Mar de Drake en relación a la Navegación Comercial. No solo el Canal de Panamá enfrenta severos problemas de abastecimiento de agua, lo que limita severamente el régimen de sus esclusas y la velocidad a través de la cual los buques pueden transitarlo, agregando hasta 4 días a los viajes comerciales a través de él, sino que los mega portacontenedores y transportes de graneles simple y sencillamente no pueden transitarlo, viéndose obligados a usar el Mar de Drake. Esto le da una importancia geopolítica gigantesca a la zona, atrayendo la atención de las potencias del Indo Pacífico, y siendo un punto donde los dos grandes rivales en este, la República Popular China y los Estados Unidos, ya están haciendo movimientos tentativos.
Para Chile, se trata de una zona “caliente” en términos de desafíos, pero también de riesgos. Un país no puede reclamar soberanía sobre una zona geográfica si no esta dispuesto a asumir la responsabilidad que ello conlleva. La vigilancia, patrullaje de búsqueda y salvamento (SAR) y control de actividades económicas, son fundamentales para poder reclamar un respeto internacional a la presencia en la zona.
Todo lo anterior implica desafíos. La Armada y Cancillería están dando pasos en ese sentido, desde la configuración de una flotilla antártica, centrada en el nuevo Rompehielos Almirante Viel, recién comisionado después de su construcción en el astillero de ASMAR en Talcahuano, hasta la publicación de la Carta Número 8, donde se presentan los límites australes nacionales, basados en una rigurosa investigación del relieve submarino que da pie a este propósito. Ante todo esto, sin embargo, queda un gran desafío: el potenciamiento de la presencia antártica permanente con un número incrementado de bases de ocupación continua, la repoblación de Villa Las Estrellas tras la recuperación de su infraestructura, la inversión en las facilidades aeroportuarias que la FACh mantiene en la Isla Rey Jorge y, ojalá, otras instalaciones ya en la Península Antártica.
Es claro que Chile pasa por momentos económicos difíciles, pero no puede ser que los intereses antárticos sean los que paguen la cuenta, pues el impacto que eso tendría en nuestro futuro seria devastador.