Por: Gaspar Tagliati***
Escrudiñar las justificaciones que motivaron el golpe de Estado del 11 de septiembre 1973 es hasta esta altura irrelevante, pero a 51 años a la fecha las heridas en la sociedad aún permanecen abiertas y lamentablemente sangrando; desde aquel día que la dictadura aborta un gobierno democrático establecido e inicia con la destrucción absolutamente injustificada por la fuerza aérea de la casa de gobierno ya que en su interior había solo un puñado de guardias del presidente intentando defender el gobierno ante un poderío bélico desigual de las fuerzas armadas resultando con el triste suicidio del Presidente Allende para luego comenzar la feroz etapa de muertes, violaciones sistemáticas de los derechos humanos y un masivo exilio de compatriotas que dejaron su tierra natal por el solo hecho de no compartir la defensa de la interrupción democrática con los golpistas activos y sin duda mucha población civil que hasta la fecha apoyó tal barbarie.
El legado que podemos inferir es quizás el valor infinito a cualquier democracia con todas sus falencias en una sociedad sin censuras ni represiones alguna, dejando establecido que la felicidad y las sociedades justas son meras quimeras.
Hoy Chile conmemora una fecha aciaga por lo ocurrido aquel martes 11 y tienen que transcurrir casi dos décadas para reestablecer una República en democracia; es ahora cuando la humanidad toda debe tender a la reflexión sobre quienes sufrieron de primera mano y a todos quienes quedamos silenciados y atemorizados por largos años por una clase armada activa contra los propios chilenos tanto en el país como en el exterior y otra elite que aplaudía y usufructuaba de la política económica de una dictadura que cambio un Chile quizás insignificante pero donde la humanidad y la empatía era el sello del país más al sur del mundo.
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