No es de extrañar que en temporada de elecciones se instalen mensajes disonantes que impacten y tengan resonancia en el sistema límbico cerebral que se encarga de las emociones, de este modo la sociedad toda pueda ser manipulada para dirigir su mano en el icónico momento de rayar su voto en una papeleta que lleva impresa nombres que pasaron por el cedazo partidista buscando no perder la veta con «v» y no con «t» para no ser soez del poder que libera endorfinas y réditos a una clase eslabón de otra que habita en los eclipses de la política.
Nuestro país no es excepción a la oscilación pendular que vive el mundo y América LAtina en particular. La imitación de motosierra allende Los Andes o la grandilocuencia de un político ‘barra brava’ de la retroexcavadora, la problemática de seguridad con migración desbordada, los medios televisivos en búsqueda de una cabeza de la extremidad encontrada en un basurero y la eterna perorata del especialista en todo cuando no es autoridad tras una indolencia que indigna del como hacer bien las cosas desde un palco o derechamente desde un “rincón”.
Fácil es apuntar y juzgar sin quemarse ni mojarse, la migración no solo nos importó cultura también una nueva forma delictiva esterotipada casi religiosamente en el llamado «Tren de Aragua» (Made in Venezuela) que de solo escuchar su vecindad ya da temor, en un país que se jactaba de tranquilo y que todo funcionaba a la perfección una sin duda muy desigual y discriminante con una madeja de plutocracia y endogamia sin fronteras que hoy -felizmente a la luz de una transparencia- podemos conocer al temible y cuyos miembros son todos chilenos del “TREN DE VITACURA” que ha matado la fe y confianza pública, un crimen tan espeluzanante como los macabros ajusticiamientos de los muchachones de Aragua.
Por: Gaspar Tagliati
