Por: Arnaldo Canales, Director Ejecutivo ONG Liderazgo Chile (www.flich.org)
El caso de la ex edil de Maipú, Cathy Barriga, es solo un ejemplo más de la contingencia país, un conector para la reflexión. Lo que acá se nos muestra -en diferentes magnitudes- puede verse en distintos escenarios: el trabajo, las relaciones de familia, amigos y con la pareja.
El punto de este ejemplo está vinculado a las emociones morales y la carencia en la carga valórica de las personas, ligada a la indiferencia que puede reflejar una pérdida de conexión con principios éticos.
El actuar sin considerar el daño que se puede causar y ensalzando la propia imagen como foco de interés revela una falta de empatía y una nula anticipación de las consecuencias, frente a la importancia de la culpa, la vergüenza y la aversión social como barreras protectoras.
Reconocer estas emociones como guías morales es esencial para cultivar una sociedad fundamentada en la responsabilidad y el respeto.
Solo un ejemplo, ¿cuántos de nosotros firmamos un código de ética, sacando el pre-picado y entregándolo a recursos humanos creyendo que con ese simple acto garantizamos la carga valórica y el actuar desde la mirada de lo correcto o incorrecto en sociedad.
La educación debe tener un rol crucial en la formación socioemocional y en el desarrollo de la carga valórica de las personas. Tanto la familia como la escuela tienen la responsabilidad de inculcar valores éticos desde temprana edad, y eso en Chile no se aborda, La integración por ejemplo de programas educativos que fomenten la empatía, la toma de decisiones éticas y la comprensión de las consecuencias morales puede ser fundamental. De ahí la relevancia de que se apruebe la Ley de Educación Emocional que duerme en el Congreso.
En el ámbito familiar, además es esencial que los padres actúen como modelos de comportamiento y conciencia ética, además de proporcionar un entorno donde se discutan y refuercen los valores. La comunicación abierta sobre las emociones morales, como la culpa y la responsabilidad social, es la base de todo.
En la escuela, se deben implementar programas que aborden la formación de habilidades socioemocionales, promoviendo el entendimiento de las consecuencias de las acciones y fomentando la empatía. Los educadores también desempeñan un papel crucial al enseñar a los estudiantes a reflexionar sobre sus acciones y considerar el impacto ético en la sociedad. Y como siempre digo, el trabajo debe ser sistemático, continuo y permanente.
Finalmente, la colaboración entre familia y escuela es esencial para sentar las bases en miras de individuos responsables y éticamente comprometidos.