domingo, diciembre 22, 2024

¿Cocinas de alcantarilla? Las preparaciones de última hora para mantener su poder a toda costa y desplumar la propuesta de Constitución….pero en la puerta el horno se quema el pan

La tradición de las cuatro paredes ha funcionado a pleno rendimiento a lo largo de todo el proceso constituyente durante el último año, pero sobre todo durante las últimas semanas, buscando "condimentar" lo mejor posible la propuesta de nueva constitución. Y como buena crónica culinaria que se precie, el resultado final dependerá de los críticos de rigor.

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El trabajo de la Convención Constitucional nunca fue fácil. A las críticas por su errática labor se sumaron sus propios errores continuos, y la superioridad moral puesta permanentemente sobre la mesa por los sectores mayoritarios, que impidió desarrollar acuerdos transversales que permitieran crear una propuesta de Carta Magna mucho más inclusiva y aceptable para todos los sectores del país, es decir se terminó una costumbre clave para la democracia como es el diálogo, cuestión que ya había lapidado Piñera en su desastroso gobierno que fue el que llevó al país a este escenario en que el diálogo fue sustituido por la «cocina», pero esa cocina oscura, escondida casi en las alcantarillas para no ver con claridad los ingredientes que no son de primera calidad y es lo que ha venido ocurriendo en los últimos días con preparaciones express tanto de la derecha como de la izquierda que ahora se dan cuenta que todo lo que hizo la Convención es «inservible» -para ellos porque pierden poder y una vez es la gente, los ciudadanos que con sus impuestos le pagan las multimillonarias dietas a los parlamentarios, por ejemplo, es la que queda relegada a nada.

De hecho, pudimos ser testigos de las tan odiadas y vilipendiadas cocinas que dieron origen a muchas de los artículos que hoy en día más reparos provocan en diversos grupos tanto de los que están a favor como en contra de la propuesta constitucional que se resolverá el próximo 4 de septiembre porque justamente estas propuestas de cambios surgieron de la institución que menos confianza genera en la opinión pública y que gatilló -en parte el 18-O- el Congreso Nacional que para muchos es la gran cocina o la sastrería que hace los trajes a medida para la mal llamada «clase política» que mucas veces demuestra no tener nada de clase

Pero el gusto por aquel espacio cerrado, inundado de los más diversos y disímiles aromas y manos «expertas» , no acabó con la presentación del trabajo final del ente constituyente. Los aprenices de «chefs» del mundo político corrieron horrorizados al ver algunas de las ideas plasmadas en el documento puesto a consideración de la opinión pública, y comenzaron la acumulación de ollas, cucharones, sartenes, cuchillos, tablas, picadoras, batidoras y cuanto implemento culinario existe en el imaginario, para tratar de hacer digerible un producto que se le atragantó a muchos en el campo del oficialismo (ni qué decir la reacción de la oposición), y al que mucha gente le daba la espalda. Había que efectuar un urgente «fashion emergency» que hiciera del plato constitucional un producto si no exquisito, al menos lo suficientemente apetecible para el paladar ciudadano.

Fue así como los partidos sobre todo de Socialismo Democrático lanzaron sobre la mesa el ya manido eslogan de «Aprobar para reformar», un eufemismo para decir que la actual propuesta tiene tales errores que es necesario subsanarlos para que funcione como debe. Se abrió una cerrada pugna con sus aliados a la fuerza de Apruebo Dignidad, para quienes la propuesta no debía sufrir transformaciones, porque era producto de un organismo nacido de una legítima voluntad ciudadana.

Pero la triste y lapidaria realidad de las encuestas obligó al oficialismo en bloque a construir un relato que hiciera aceptable la propuesta constitucional. Las desastrosas cifras (que llegaron a rondar en algunos estudios de opinión incluso un mísero 30%, muy lejano del 78,28% que votó a favor de elaborar una nueva Carta Magna en el Plebiscito de Entrada de octubre de 2020), llevaron incluso al Gobierno a tratar, dentro de los márgenes legales (y muchas veces al límite de ellos), de ordenar al oficialismo para buscar un acuerdo en torno a los necesarios cambios. El propio Presidente en más de una ocasión anunció que los partidos estaban en negociaciones, llegando a señalar que avalaría los resultados para garantizar a la ciudadanía el cumplimiento del pacto.

En este escenario, desde la semana pasada las conversaciones formales entre cuatro paredes arreciaron, teniendo como piedra de tope la postura intransable de Guillermo Teillier y el grueso del PC, para quienes la propuesta constitucional estaba bien tal y como salió desde la Convención. Fueron 10 días de tiras y aflojas a espaldas de la ciudadanía, donde en el último día de discusiones desarrolladas en la sede del Senado en Santiago, irónicamente algunos de los participantes, intentando eludir el acoso periodístico, ingresaron a través de la cocina al salón donde se verificaba, a fuego lento, el acuerdo definitivo.

Y en torno a la medianoche ya se daban a conocer los hurras y celebraciones porque los gourmets de las dos alianzas oficialistas habían logrado preparar un plato a la medida de sus gustos (o al menos lo suficiente para hacerlo comible), y que hicieron público el jueves antes del mediodía. Muchos de los detalles del «cocineo» solo los conoceremos en los días y semanas subsiguientes, cuando algunos de los participantes no resistan hacer públicos algunos de los más sabrosos ingredientes de la receta acordada en la añosa cocina de la antigua sede del Congreso en pleno centro de Santiago.

Pero el propio timonel comunista, el mismo que mostraba abiertamente como se le indigestaban las alusiones a cambiar la propuesta primigenia de la Convención, aunque ahora fungiendo como el más avezado crítico culinario, lanzó el ingrediente sorpresa que hizo temblar todo el esfuerzo de cocineros y chefs: “No podemos garantizar que vamos a hacer estas cosas, porque en esto tendrá que haber debate popular”.

Su correligionario (y alguna vez candidato a Masterchef supremo de la cocina popular chilena), Daniel Jadue, fue incluso más lejos, y nos llevó a imaginar -sin que tengamos que hacer mucho esfuerzo, dicho sea de paso- que el producto de esa cocina distaba mucho de ser gourmet: «Yo creo que eso huele mal. Huele mal (…) huele a cocina de muy malos cocineros, entonces esto de que además le hayan puesto urgencia yo no lo entiendo mucho. Yo creo que aquí hay un proceso que hay que respetar«.

O sea, una advertencia clara de que todo ese agobiante trabajo a puertas cerradas, ignorando a la misma gente que dicen representar, podría terminar ignominiosamente en una de las putrefactas alcantarillas que actualmente jalonan más que nunca el centro de la capital del país, mientras recordamos que no cualquiera puede ser chef, quizás añorando los exquisitos platos que los artesanos de la cocina de antaño sabían preparar «con amor y cariño».

PD: Más de alguno echará en falta la crítica a la cocina opositora, que también funcionó y mucho en estas semanas, para mostrar que ellos también saben preparar platos ¿exquisitos? que permitan mejorar el deseo popular de una nueva constitución. Pero, siendo sinceros, solo nos encontramos con recetas insípidas y sin picantes ingredientes dignos de mención. Probablemente cumple los estándares mínimos para ser servida y consumida y quizás después del 4 de septiembre veamos a estos chef desatar sus habilidades culinarias, pero por ahora, después de probarla, solo nos quedó exclamar un mero «meh».

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