Durante la últimas semanas se ha creado una gran polémica por la decisión de Cancillería de no apoyar la postulación del jurista chileno Claudio Grossman, quien fue el Agente chileno en la última fase del primer Juicio contra Bolivia en la Corte Internacional de Justicia. Sin duda es una polémica inédita e incómoda, dado que nunca las relaciones internacionales se usaron en política interna.
A esta polémica se suman las designaciones de Embajadores, que han causado también debates acerca de la idoneidad de ciertos nombramientos, junto a un inédito problema diplomático con Brasil, que aún no entrega el beneplácito al Embajador designado. Si no bastara esto, también existiría un supuesto malestar dentro de la Cancillería, debido a que las expectativas que se generaron durante la campaña del presidente Boric no se han cumplido.
En suma, se podría pensar que la Cancillería es un verdadero desastre, y que las actuaciones obedecen a improvisaciones y una pobre o nula estrategia.
Claramente ha habido errores, y no pocos, que deben ser enmendados a la brevedad, pero a su vez si se vislumbra una estrategia clara que está plasmada en la “Política Exterior Turquesa”, que ha tenido poca aceptación en la región latinoamericana, pero que en países más desarrollados ha transformado la imagen del presidente Boric en una especie de “rockstar”.
¿Qué ha fallado?
Siempre ha existido y existe un problema serio en trasladar la teoría a la práctica. Usualmente las complejidades del mundo real juegan una mala pasada en los modelos teóricos, y eso siempre ha sido así. Junto a eso además estamos ante un problema generacional serio, dado que las nuevas generaciones vienen con mucha energía y voluntad de cambio, pero a su vez existe una natural “resistencia al cambio”, que es un fenómeno que siempre se da en todo ámbito cuando aparecen nuevas ideas y formas de hacer las cosas, dado que todo cambio siempre incomoda.
El mundo real es muy complejo, y ningún modelo teórico es capaz de dar un cabal entendimiento de las problemáticas a las que Chile se enfrenta y enfrentará, pero si es muy necesario explicar muy bien cómo funciona el modelo de decisiones y como está diseñado.
Sabemos que el actual Gobierno pone mucho (tal vez demasiado) énfasis en los simbolismos. Y algunas veces el simbolismo puede entrar en flagrantes contradicciones con la evidencia empírica, anulando el efecto que se buscaba.
Yo soy un convencido que los cambios son muy necesarios, sobre todo en una Cancillería que no se caracteriza por su proactividad, sino que históricamente ha reaccionado tarde y a deshora a los eventos que afectan a Chile.
Pero a su vez, es muy difícil para un país pequeño como Chile, tener una política internacional donde nos estamos dando ciertos “lujos”, tales como cuestionar tratados y no adherir a otros, que definitivamente no nos acercan a países modelos, que buena parte de la población aspira a emular en Chile, tales como los estados de bienestar europeos, o Canadá, Australia y Nueva Zelandia.
Es necesario más realismo y entender el juego de poder internacional, aprovechando inteligentemente las oportunidades que se están abriendo, pero siempre tratando de mitigar los riesgos, que en la actualidad son enormes.
En definitiva, se debe buscar un modelo de decisiones basado en un justo equilibrio entre experiencia y juventud.