En algún momento de la historia del siglo XX la Democracia Cristiana fue el partido político más fuerte, más grande y más influyente y también el gran responsable del quiebre institucional de 1973. Hoy, casi medio siglo después, la historia se vuelve a repetir pero con un partido empequeñecido, sin influencia pero manteniendo ese juego perverso y malévolo que los caracteriza es decir siempre a dos bandas.
Este miércoles a las 5 de la tarde, a la hora del té, la Junta Nacional de la DC definirá -en sesión secreta, sin acceso a la prensa- si apoya o rechaza la propuesta de Nueva Constitución.
El prsidente de lo que queda de la colectividad, Felipe Delpin, señalaba el pasado 20 de junio que ha estado hablando “con las bases del partido y hay que tomar una decisión. La DC debe tener la claridad de tomar una opción (…) Lo peor que podemos hacer es dar libertad de acción, ese no es el camino, dejaría al partido con la imagen de que no puede tener posturas claras en la historia del país”.
Pero la realidad es que el partido es hoy cualquier cosa, si conducción donde cada cual hace y dice lo que quiere tal como o hizo ayer la senadora Ximena Rincón que se pasó al bando del Rechazo o el senador Francisco Huenchumilla que fijo posición en el Apruebo, generando así un clima de guerrilla y de un desgarrador fraccionamiento del ya fraccionado partido que en ese escenario podría quedar como un minipartido, un problema que enfrentan todos los paridos cuando los parlamentarios controlan las colectividades ya que los hacen instrumentales y los senadores -no todos- de lo único que están preocupados es mantener su apoltronada vida cortesana que les brinda el cargo y que podría terminarse si se aprueba la nueva Constitución.
En la tarde de hoy se enfrentaran las fuerzas fácticas detrás de la Mesa del guatonismo, colorines, los amarillos camuflados, el chasconismo y los nostálgicos de lo que fue la gran DC.