La mal llamada clase política -transversal- y, en especial, la derecha, ha criticado duramente las llamadas «Defensas Corporativas» en casos político-financieros, pero esta vez -este sábado- ha salido a blindar con todo a Sebastián Piñera cuya «blancura» en la compraventa de Minera Dominga a su amigo de infancia «Choclo» Délano ha quedado en duda después del reporte de Pandora Papers y luego que la Fiscalía Nacional determinara: «Con fecha de hoy, 8 de octubre, ha decidido abrir de oficio una investigación penal por los hechos asociados a lo que se ha conocido con los Pandora Papers, que tiene relación a la compraventa de la minera Dominga, vinculada a la familia del Presidente de la República».
Pero como el oficialismo considera que esta es una maniobra malévola, malvada e incluso que podría ser una obra «del marxismo internacional», optó por irse en picada contra la Fiscalía, contra el reporte y contra quien ose cuestionar a Piñera en este nuevo escándalo que ratifica su afán por mezclar negocios & política.
En este peligroso diseño comunicacional Piñera se ha blindado usando su investidura de Presidente, quedando de manifiesto en su declaración del viernes cuando sumó a terceros en esta caso que solo lo involucra a él pero no al Gobierno: «NO COMPARTIMOS la decisión anunciada hoy por la Fiscalía de iniciar una investigación sobre una causa que ya fue conocida y juzgada“. La duda que surge es ¿quiénes no comparten: él, el gobierno en pleno, él y Choclo Délano, él y su familia?
Los presidentes de los partidos oficialistas optaron por sumarse a «Los Pretorianos» de Palacio, que han elevado a Piñera a un estado celestial y por lo cual no aceptan críticas. Sólo así -bajo la lógica pretoriana o fanatismo extremo, se entiende la declaración del senador Francisco Chahuán, presidente de Renovación Nacional, quien en tono desesperado gritaba: «Como coalición de Gobierno, hemos pedido esta reunión para transmitirle nuestra señal de respaldo, frente a lo que es una pirotecnia que busca generar un efecto electoral, vulnerado la cosa juzgada”.
Se evidencia nula capacidad de reflexión, de pensar en el fin superior que los debería mover -como es la República- y no focalizarse en la persona que ha llevado a este estado a la Nación, un estado de desconfianza en el que la política tenía mucho que aportar pero no transformarse en guardianes y defensores corporativos de un caso que podría tener un vuelvo y con ello lo que ya sabemos: La destitución del presidente de turno por corrupción.
Quizás, en este escenario, no le quedaban muchas alternativas a los partidos del oficialismo. Por una parte, ellos mismos son parte de este Gobierno en caída libre. Por otra, son las mismas tiendas políticas que avalaron la candidatura de Piñera en dos ocasiones, en especial en una segunda en la cual ya arrastraba una pesada mochila de vínculos con actos reñidos con la ética, y que cualquiera hubiera debido considerar poco apropiados para un cargo que antaño tenía dignidad, pero que ahora se ha convertido en un mero título por el cual ya nadie tiene respeto. Quizás, en un arrebato de mínima dignidad, estén asumiendo la culpa de apoyar la llegada al sillón presidencial del actual Mandatario y hayan decidido hundirse con él pero, una vez más, sin pensar en profundidad las consecuencias para los que los apoyaron pensando -ingenuamente- en seguir a un gobierno cuando menos «decente».
Este es el momento en que los dirigentes políticos asuman un rol de dirigentes con responsabilidad, con altura de miras y como único fin mantener la democracia fuera del alcance de la corrupción, de los conflictos de interés, por el bien de Chile y que mejor ejemplo lo que ha ocurrido este sábado en Austria donde el canciller, Sebastian Kurz, dimitió tras la investigación por corrupción abierta por la Fiscalía. Este es el estándar que esperan los chilenos de sus autoridades: ningún funcionario del Estado debe permanecer en su puesto si es investigado por corrupción porque, de lo contrario, está institucionalizando la corrupción.