jueves, abril 25, 2024

La resistencia antitalibán intenta rearticularse mientras piden desesperadamente armas y suministros a EE.UU y sus aliados

Tras el colapso de las fuerzas armadas y el gobierno afgano, unidades aisladas, fuerzas especiales y algunos miembros de la caída administración y líderes tribales intentan rearticular la resistencia, mientras se extienden inesperadamente las protestas civiles antitalibán en varias ciudades.

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Mientras el resto del país está en manos de los talibanes, una provincia a 150 kilómetros del norte de Kabul se ha convertido en el último foco de resistencia contra los insurgentes. El valle de Panjshir, que ya fue un bastión antitalibán entre 1996 y 2001 y que tampoco pudo ser controlado por los soviéticos décadas antes, resiste a la ocupación de los islamistas. “Estamos listos para resistir por segunda vez a los talibanes”; afirmó Abdul Rahman, jefe del Departamento de Economía a EFE. 

La región, situada entre las montañas de Hindu Kush, es conocida por sus defensas naturales. La zona, al igual que el movimiento de resistencia, está liderado por dos conocidas figuras que ya se han convertido en un símbolo contra los talibanes: Amrullah Saleh y Ahmad Massoud.

Las tropas leales han comenzado a reagruparse respondiendo a los llamamientos de varios excomandantes, quienes han anunciado su intención de unirse a Saleh y Massoud. «Después de discusiones detalladas con mis compañeros, todos decidimos unirnos a nuestro exvicepresidente y ahora presidente de la República Islámica de Afganisrtán, Amrullah Saleh, en Panjshir. Pido a todos los aliados que se nos unan. La resistencia 2.0 es un deber», ha compartido en redes un ‘comando’ afgano.

Situación del país ayer domingo (Haga click en la imagen para ampliar).

Antes de la reconquista talibán, agencias occidentales habían estimado que podría haber hasta 80.000 hombres en el valle. Pero en realidad, se desconoce el número exacto de efectivos militares y su potencia de fuego, y es poco probable que supongan una amenaza real para el régimen talibán al menos de momento, pese a la reciente recaptura de Charikar y buena parte de la provincia de este mismo nombre, al norte de Kabul.

Durante la invasión estadounidense de 2001 para derrocar al régimen talibán, Estados Unidos colaboró con la Alianza del Norte. Incluso formó militarmente a señores de la guerra como Abdul Rachid Dostum, que también ha sido una figura importante durante las últimas semanas al defender la región norteña de Mazar-i-Sharif, hasta que cayó en manos talibán.

Sin embargo, parece que no se repetirá la historia y el movimiento de resistencia afgano tendrá que combatir solo. Joe Biden, al igual que otros mandatarios occidentales, no tienen intención de oponerse al nuevo Gobierno. Biden, en concreto, aseguró que los afganos deben “luchar por sí mismos”.

La Carta del «Pequeño León» Massoud

El Washington Post publicó la tarde del jueves una carta del líder Ahmad Massoud, líder del Frente de Resistencia Nacional de Afganistán, en la cual solicitó apoyo occidental para la resistencia antitalibán en Panjshir.

La resistencia se reagrupa en Panjshir.

«Hoy escribo desde el valle de Panjshir, listo para seguir los pasos de mi padre, junto a combatientes muyahidines dispuestos a enfrentarse una vez más a los talibanes. Tenemos provisiones de municiones y armas que hemos recolectado pacientemente desde la época de mi padre, porque sabíamos que este día podía llegar.

También tenemos las armas portadas por los afganos que en las últimas 72 horas han respondido a mi llamado para unirse a la resistencia en Panjshir. Tenemos soldados del ejército regular afgano que están asqueados por la rendición de sus comandantes y ahora se dirigen a las colinas de Panjshir con sus equipos. Varios exmiembros de las Fuerzas Especiales Afganas también se han unido a nuestra lucha.

Pero no es suficiente. Si los líderes talibanes lanzan una ofensiva, se enfrentarán sin duda a una firme resistencia de nuestra parte. La bandera del Frente de Resistencia Nacional ondeará sobre todas las posiciones que intenten tomar, así como ondeó la bandera del Frente Nacional Unido hace 20 años. Sin embargo, sabemos que nuestras fuerzas militares y logísticas no serán suficientes. Se agotarán rápidamente a menos que nuestros amigos de Occidente puedan encontrar la manera de abastecernos sin demora.

Estados Unidos y sus aliados han abandonado el campo de batalla, pero todavía pueden ser un “gran arsenal de democracia”, como dijo Franklin D. Roosevelt cuando fue a ayudar a los británicos asediados antes de la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial.

Con ese fin, le imploro a los amigos de Afganistán en Occidente que por favor intercedan por nosotros en Washington y en Nueva York, ante el Congreso y el gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden. Intercedan por nosotros en Londres, donde terminé mis estudios, y en París, donde la memoria de mi padre fue homenajeada esta primavera cuando le colocaron su nombre a un camino en los jardines de los Campos Elíseos.

Soldados del Ejército Nacional Afgano confluyen hacia Panjshir para sumarse a la resistencia antitalibán.

Sepan que millones de afganos comparten sus valores. Hemos luchado durante mucho tiempo para tener una sociedad abierta, en la que las niñas puedan convertirse en doctoras, nuestra prensa pueda informar libremente, nuestros jóvenes puedan bailar y escuchar música o ir a partidos de fútbol en los estadios que alguna vez fueron utilizados por los talibanes para ejecuciones públicas, algo que podría ocurrir pronto de nuevo.

Pase lo que pase, mis combatientes muyahidines y yo defenderemos Panjshir como el último bastión de la libertad afgana. Nuestra moral está intacta. Sabemos por experiencia lo que nos espera.

Pero necesitamos más armas, municiones y suministros.

Estados Unidos y sus aliados democráticos no solo comparten con los afganos la lucha contra el terrorismo. Ya tenemos una larga historia compuesta de ideales y luchas compartidas. Aún hay muchas cosas que pueden hacer para ayudar a la causa de la libertad. Son la única esperanza

Se enciende la resistencia civil

El 15 de agosto, mientras caía la capital, un vídeo mostraba a Saleh, el ‘pequeño león’ Massoud y al general Bismillah Mohammadi, exministro de Defensa -los tres, étnicamente tayikos y naturales del Panjshir- despegando en helicóptero hacia un destino desconocido. Poco después, algunos informes confirmaban su presencia en el Panjshir, aunque se desconoce su ubicación exacta. Sin embargo, han dejado claro que no están dispuestos a renunciar sin plantar batalla.

«La guerra no ha terminado», sentenció el veterano político afgano en un comunicado publicado en redes sociales.

Los civiles desafían a los talibanes ondeando la bandera nacional afgana.

Mientras tanto, las tímidas protestas contra el Emirato Islámico llegaron a la capital en su segunda jornada el jueves, Día de la Independencia. En una céntrica plaza de Kabul se podía ver a dos jóvenes trepar por un mástil donde ondeaba la ahora omnipresente bandera blanca con la shahada (‘No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta’) de los talibanes. Una vez en lo alto, la arrancaron para poner en su lugar la bandera nacional negra, roja y verde. La marcha, que recorrió algunas calles capitalinas y los aledaños del palacio presidencial, llegó a congregar a más de 200 personas antes de ser dispersada violentamente por los talibanes.

«Nuestra bandera, nuestro orgullo», cantaban algunos de los que salieron a las calles para celebrar el 102 aniversario de la salida del imperio británico en afganistán, levantando sus puños y agitando banderas. Tres mujeres que participaron captaron la atención de las cámaras antes de que los talibanes comenzaran a disparar al aire, golpear manifestantes y romper coches y motos que acompañaban a los viandantes, según se puede ver en videos publicados en redes sociales.

La resistencia civil se activó después de que al menos tres personas fallecieran el miércoles víctimas de los disparos y golpes de los talibanes contra una manifestación nacionalista el miércoles en Jalalabad, en el este del país. Al día siguiente, desafiantes opositores salieron a las calles en un puñado de ciudades como Jost, al sureste, donde los muyahidines tuvieron que establecer un toque de queda para mantener el orden; o Asadabad, también en el oriente, donde varios manifestantes murieron después de que milicianos talibanes dispararan contra un grupo que ondeaban la bandera nacional provocando una estampida, según testigos citados por Reuters.

Estas tempranas muestras de descontento son un indicio de que hay muchos afganos dispuestos a retar al talibán, pese a que el imaginario colectivo está enfocado en las imágenes de miles de personas intentando huir del país en vuelos internacionales por el congestionado aeropuerto internacional de Kabul. Y no es más que el principio. Los radicales islamistas, veinte años centrados en su supervivencia militar, tendrán el reto de gobernar un país en ruinas, en una sociedad y un mundo profundamente distintos al que dejaron en 2001. Uno de sus desafíos será convencer a los funcionarios clave para que vuelvan a sus puestos de trabajo y evitar un colapso de servicios básicos como el agua y la electricidad, según avisaron las agencias de emergencia.

Las protestas se han extendido por Kabul (FOTO REUTERS)

Los talibanes patrullando las calles han reemplazado a la policía civil y demás cuerpos de seguridad, que han quedado desintegrados. En las ciudades, barbudos armados con fusiles de asalto han levantado puestos de control aleatorios donde administran la ‘convivencia’ a su antojo. Los testigos hablan desde casos de una amabilidad extrema a inquietantes escenas, con transeúntes son forzados a entregar sus teléfonos móviles y responder a las peligrosas preguntas de los combatientes. El nuevo liderazgo talibán ha prometido a la comunidad internacional que la brutalidad medieval por la que se hicieron tristemente célebres es cosa del pasado. Pero la realidad es que el grupo opera de forma muy descentralizada, con varios liderazgos y visiones internas que hacen difícilmente controlable la acción de sus soldados sobre el terreno.

Además, pese a la amnistía prometida, los talibanes están a la búsqueda y captura de cientos de afganos que colaboraron con las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, amenazando con arrestar o ejecutar a sus familias si no se entregan, según documentos confidenciales de la ONU filtrados a la prensa internacional. Las listas negras comienzan a circular, y también las ejecuciones de miembros y simpatizantes del caído Gobierno, como también de mujeres.

Pero la gente no se ha quedado callada, y ante la incredulidad de los talibanes, parece haber un núcleo poderoso de personas, de todas las edades y sexos, que no pretende agachar la cabeza ante el extremismo de los nuevos dueños del país.

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