Una doctora en Lingüística y académica experta en educación intercultural de la etnia mapuche como presidenta y un abogado constitucionalista y doctor en Derecho de la Región de Valparaíso como vicepresidente, serán los encargados de guiar el debate de la Convención Constituyente, electos en la interna de la novel corporación tras una larguísima jornada inédita en la historia política de nuestro país.
Pero este resultado, que enmarcó un término aplaudido y emotivo, fue la antítesis de lo que a primera hora y durante toda la mañana, amenazó con transformarse en una jornada caótica y casi vergonzosa, donde la ausencia de diálogo, la falta de cultura cívica evidenciada en esos momentos de muchos constituyentes y varios manifestantes que pretendían celebrar la entronización del nuevo organismo público, además de la absoluta falta de liderazgo de otros, parecía conducir un acto histórico hacia un desastre.
Con una serie de actividades y marchas que tenían por objetivo converger en el el edificio del exCongreso, las polémicas partieron temprano con las acusaciones de represión y violencia en contra de Fuerzas Especiales de Carabineros. Y mientras la ceremonia (con retraso respecto al programa oficial) comenzaba, la entonación del himno nacional ya causaba los primeros resquemores, con algunos convencionales negándose a entonarlo, para a continuación otros en medio de griteríos exigieran a la secretaria del Tricel detener la ceremonia hasta «comprobar» la real situación vivida en las calles.
Parecía que primaría el descontrol de algunos, que ignoraban la importancia del acto que protagonizaban, reflejado en la actitud de la convencional Elsa Labraña, de la Lista del Pueblo, casi fuera de si en algún momento denunciando represiones masivas que afectaban a sus familias y menores (¿dónde quedaba la cuarentena y distancia social? ¿o los piedrazos y los enésimos nuevos daños a lo queda del monumento a Baquedano?), o las posteriores declaraciones de la sobrerevolucionada representante del Partido Republicano Teresa Marinovic, quien casi con pintura de guerra (y mascarilla abajo, hay que destacar) se dirigió donde los medios para «denunciar» la actitud de la izquierda y su supuesta «maniobra» para ensuciar el acto.
Pero en este escenario apareció la sangre fría y calma de la secretaria del Tricel, Carmen Gloria Valladares, quien no solo mantuvo la compostura ante las exigencias, sino que supo reconducir un barco que amenazaba con naufragar en cualquier momento por la presión externa e interna. La pausa de poco más de media hora que impuso (y que no dudó en alargar por otros 30 minutos) para permitir a los convencionales averiguar la magnitud de lo ocurrido en las calles, descomprimió el ambiente, liberó tensiones y permitió reencauzar la ceremonia.
Tras este paréntesis, el ambiente cambió en 180°. La belicosidad quedó debajo de los asientos, ya que los incidentes no fueron el apocalipsis anti manifestantes que algunos acusaron, e incluso la «Tía Pikachu» tuvo que reconocer que un escudo de carabineros la salvo de recibir un piedrazo lanzado por los que «no son los de siempre», cuando fue a «fiscalizar» lo que ocurría en las calles. Con un libreto perfectamente aprendido y llevado adelante, Valladares leyó las normas a aplicar, tomó juramento y procedió a encabezar la elección de presidente de la nueva Corporación. Una organización tan simple y directa que culminó entre los aplausos de los convencionales y la solicitud de la flamante cabeza de la Convención, Eliana Loncón, para que siguiera apoyando la elección de vicepresidente.
El alargamiento de la elección del vicepresidente causó incertidumbre no por disputas políticas, sino porque se acercaba a pasos agigantados la noche, considerando que la instalación provisional no estaba preparada para funcionar en horas de oscuridad. Al final, la elección de Jaime Bassa, selló una jornada que cerró con broche de oro, aunque se instalaron innumerables incertidumbres para el futuro. El discurso de Loncón tras salir electa fue menos incendiario de lo esperado, pero abrió flancos preocupantes sobre la cuasiexigencia de «liberar» a los «presos políticos» de la revuelta, o la poca claridad -aún- de su objetivo de «refundar» Chile. Bassa aterrizó la programación, estructuró el calendario e impuso los horarios de trabajo, aceptados por mera aclamación, ante lo cual es de esperar que el proceso de discusión y aprobación normal de medidas no aplique este método informal que implica pasar la aplanadora del mero griterío de una mayoría.
Preocupante por otro lado es la postura inicial de los convencionales oficialistas, que han optado de momento por una estrategia del avestruz, silencio que «resonó» claramente en el ambiente, apuntando a no protagonizar confrontaciones con los sectores más extremos de la Convención, remarcar una voluntad de diálogo y cierta independencia en el actuar alejado de los partidos y el Gobierno, aunque con el peligro cierto de que si no marcan presencia, terminarán transformados en una minoría marginal e irrelevante.
A su vez, brilló por su ausencia la voz de los representantes de los partidos de la vieja Concertación. Felipe Harboe resaltó porque fue el único que participó telemáticamente a causa de estar en cuarentena; Fuad Chahín, el único demócratacristiano del lote, porque fue entrevistado en solitario por un canal de TV (y tuvo que sufrir la interrupción al aire por cosas consideradas más importantes que sus declaraciones). El peligro de la irrelevancia es aun mayor en este caso, donde corren el peligro cierto de terminar apoyando decisiones extremas con tal de no terminar marginados, dejando de lado la opción de posicionarse como contrapeso de ese tipo de adopciones por parte de los representantes de la Lista del Pueblo, Frente Amplio e independientes de izquierda.
Las cartas, finalmente están echadas sobre la mesa, con la esperanza de que todos y cada uno de los 155 convencionales tengan clara conciencia de la necesidad de un debate y decisiones con verdadera altura de miras y conciencia sobre el futuro del país.