«Magallanes, Magallanes…” habrían sido las últimas palabras del general Bernardo O’Higgins. En los momentos finales de su existencia, la visión del padre de la Patria respecto del porvenir y el progreso de la República se mantenía nítida: Chile debía proyectarse al mar y dirigirse, especialmente, hacia el extremo austral.
A casi 180 años de la muerte del prócer, su mirada de estadista sigue más vigente que nunca y debiera ser un llamado de atención permanente sobre nuestra irreductible condición de país oceánico. Muy probablemente hoy nos hubiese dicho “Antártica, Antártica…”
Tras lograr la independencia, de acuerdo con el Uti Possidetis Iure, Chile heredó de su pasado colonial un patrimonio geográfico enorme que abarcaba, por el sur, la región situada en la zona antártica vecina a América.
A pesar del esfuerzo realizado por las autoridades coloniales, la empresa trascendental de explorar y ocupar las zonas más australes del continente americano fue acometida durante la República y su gran promotor fue el general Bernardo O`Higgins.
Su pensamiento en torno a las posibilidades geopolíticas y económicas de dichos espacios se expresó en una carta del año 1831, dirigida al capitán Coghlan, de la Real Marina Británica. Esta misiva señalaba que Chile se extiende por el sur, claramente, hasta el polo.
Durante su exilio, el prócer se mantuvo bien informado, conoció de las exploraciones científicas realizadas en la zona por los primeros buques a vapor que navegaron, regularmente, en el Pacífico y tuvo el sueño no solo de crear un servicio de remolcadores en el estrecho de Magallanes que evitara el peligroso paso de los veleros por el cabo de Hornos, sino también avizoró la necesidad de poblar la zona austral, desarrollar su agricultura y comercio, fomentar la enseñanza y la navegación mercante, entre otras ideas que alcanzó a comunicarle al general Bulnes.
A pesar de los destinos marítimos que el padre de la Patria anhelaba para Chile, la naciente República y su joven Marina debieron, entretanto, ocuparse de otros asuntos tan importantes como obtener el control del mar para derrotar el poder realista asentado en Lima, organizar la expedición Libertadora, contribuir a erradicar la presencia española que se mantenía en Chiloé, incorporando este archipiélago en el año 1826 y a obtener la victoria, que permitió a Chile mantener su soberanía en la guerra de la Confederación Perú-Boliviana.
Finalizado el conflicto, el presidente Bulnes inspirado, posiblemente por las ideas del prócer, y preocupado por las visitas de potencias extranjeras a las tierras australes, apremió los preparativos para ocupar dichos territorios. La Armada, compartiendo esa clara visión geopolítica, organizó con presteza la expedición que tomó posesión del paso interoceánico. El capitán de fragata Juan Williams Wilson, al mando de la goleta Ancud, construida especialmente para dichos efectos, celebró, en 1843 el acto solemne e izó el pabellón nacional en la punta Santa Ana.
Desde entonces, la presencia de la Marina en la zona austral se hizo constante y sus acciones permitieron a Chile obtener el dominio efectivo de las rutas transoceánicas, el acceso a la Antártica y una proyección a las vastedades del Pacifico austral con sus enormes riquezas naturales. Un decreto supremo de 1940 fijó definitivamente los límites del territorio antártico nacional y vino a consolidar todos estos esfuerzos.
Sería difícil, en esta breve reseña, mencionar todas las labores realizadas por la institución en esos parajes lejanos, pero quisiéramos destacar algunos de los hitos más relevantes.
El asentamiento de la primera colonia definitiva en el estrecho de Magallanes fue muy importante porque, desde dicha posesión, unidades navales pequeñas comenzaron a reconocer y registrar estos espacios nacionales aún poco explorados. Posteriormente, con la creación del Apostadero Naval de Magallanes en 1896, la Armada manifestó el compromiso institucional con la necesidad de mejorar las actividades logísticas que apoyaban los trabajos hidrográficos y de soberanía que se venían desarrollando con grandes esfuerzos.
Otro hecho destacado es el heroico salvataje de la expedición imperial transantártica británica, protagonizado por el piloto de la Armada Luis Pardo Villalón y su dotación en 1916. Esta hazaña expresó no sólo un profundo sentimiento de empatía y solidaridad con el infortunio de los náufragos, sino que también constituyó un acto de ejercicio de soberanía en el territorio chileno antártico. Asimismo, fue una acción que materializó el robusto compromiso del país y su Marina con la seguridad de la vida humana en el mar.
El resultado feliz de esta gesta se engrandece más aún al conocer las limitadas capacidades de la escampavía Yelcho para desarrollar esta misión, pues no tenía condiciones para soportar la banquisa ni navegar entre hielos, mucho menos para ir a la Antártica.
De ahí en más, la Armada, con más esfuerzo y tesón que recursos materiales, ha ido desarrollando las capacidades necesarias para cumplir con los desafíos que imponía la consolidación de los límites australes y la proyección natural de Chile a su territorio antártico.
Igualmente, fundamental es la primera expedición antártica, al mando del comodoro Federico Guesalaga Toro y compuesta por la fragata Iquique y el transporte Angamos en 1947, debido a la fundación de la Estación Meteorológica y Radiotelegráfica «Soberanía,» cuyo primer comandante fue el teniente 1° Boris Kopaitic. Al año siguiente, con la presencia del presidente Gabriel González Videla y otras autoridades nacionales, fue renombrada como Base Naval Antártica «Capitán Arturo Prat». Allí se instaló la radioestación más austral del país cuyas antenas originales eran dos troncos de roble magallánico de 25 m de altura, los que un año después fueron reemplazados por estructuras metálicas.
A contar de esa fecha, se establecerían bases permanentes y temporales de las FF.AA. o del Instituto Antártico Chileno, las que son apoyadas logísticamente con el apoyo esencial de los medios navales.
En este proceso de ocupación del territorio austral, también resulta importante la creación de una pequeña base que facilitaría la acción de la Armada en su tarea de integrar, territorialmente, a la población que habitaba ese complejo insular extenso e intrincado y permitiría el establecimiento de una población naval destinada a acrecentar la soberanía nacional y a fomentar el progreso de esa zona extrema del país.
Se trató de Puerto Luisa, que, gracias al trabajo infatigable de la dotación de oficiales, gente de mar, obreros del arsenal naval de Punta Arenas y una reducida unidad de la infantería de marina, pasó a llamarse Puerto Williams en 1956.
Las comisiones de apoyo a las bases establecidas, recientemente en territorio antártico, debieron comenzar a realizarse anualmente y en unidades que no siempre cumplían con las especificaciones requeridas para operar en hielo. Es así como en 1957, Chile contrató en Holanda la construcción del buque antártico AP Piloto Pardo.
Dos años después, esta unidad comenzaría sus viajes, tanto en verano como en invierno, los que al finalizar su vida útil llegaron a completar 39 campañas.
Con el paso del tiempo, las actividades antárticas se fueron ampliando e incluyeron apoyo logístico, médico, humanitario y de rescate a estaciones y naves en desgracia de otras naciones.
Un hito en este ámbito es la evacuación, mediante helicópteros navales, de las dotaciones destinadas a las bases ubicadas en la isla Decepción, a propósito de un terremoto y erupción volcánica ocurrida en la bahía Telefon el 4 de diciembre de 1967. Dos años después, se realizó una nueva y arriesgada operación de salvataje aéreo debido a una nueva erupción volcánica que arrasó, definitivamente, con una base británica que había vuelto a funcionar. Ambas hazañas lograron recobrar sanos y salvos a todas las personas que se encontraban en el lugar, lo que les valió a los pilotos navales el reconocimiento de Chile y el Reino Unido.
Sería imposible mencionar todas las actividades que la Armada ha realizado para salvaguardar la vida humana en el mar y, más recientemente, para cuidar el delicado ecosistema polar y evitar la contaminación de sus aguas impolutas. Baste decir, que ellas hoy forman parte de las labores relevantes de la institución en los espacios antárticos, especialmente dado que el turismo en la zona ha crecido de forma muy exponencial.
Desde el punto de vista del resguardo de la integridad territorial, Chile debió enfrentar nuevos desafíos en su territorio austral. Entre ellos sobresalen el incidente del islote Snipe y la crisis de 1977-1978 por la disputa en torno a la soberanía de las islas Picton, Lennox y Nueva. En esta última oportunidad, Chile y Argentina resolvieron, a través de un proceso de mediación papal, largo y arduo, que culminó felizmente en 1984 con la firma del Tratado de Paz y Amistad, donde se establecieron, sin ambigüedades, los límites y proyecciones de los territorios de ambos Estados.
Cierro este breve recorrido histórico con la convicción que la Armada, durante toda su historia, ha sido un pilar de la región austral cuya configuración es esencialmente marítima. Con los escasos medios de entonces, desarrolló una vasta labor de exploración, señalización e hidrografía que contribuyeron a aumentar el escaso conocimiento que existía de dicho territorio, apoyando al progreso de la ciencia nacional y al desarrollo humano. Asimismo, ha contribuido, no solamente a resguardar la integridad territorial en la zona austral del país, sino también a fomentar su prosperidad y el bienestar de sus habitantes mediante una serie de acciones que los vincularon al resto del territorio nacional, permitiendo de ese modo su subsistencia, pero al mismo tiempo el aprovechamiento, estudio y cuidado de sus recursos en beneficio de Chile y el mundo.
Viajando al presente, permítanme nombrar algunas cifras que permiten hacerse una idea de lo que hace la Armada, como su instrumento expedicionario por excelencia, para la consolidación del accionar del Estado en tierras lejanas.
En las últimas siete campañas antárticas hemos transportado más de 34.000 m3 de carga, se han desplegado unidades navales en 68 oportunidades, hemos trasladado 1.009 contenedores de carga, se han transportado a bordo 5.183 pasajeros en distintos tramos y hemos transferido más de 12 millones de litros de combustible para soportar las operaciones de bases y estaciones antárticas.
A la fecha, no existe tecnología que sea más eficiente que el transporte marítimo para brindar este tipo de apoyo masivo.
En paralelo, en estos años hemos efectuado trabajos de construcción y mantenimiento de cerca de 100 señales y ayudas marítimas, para cooperar a mantener una navegación segura y la vida humana en el mar, además de una serie de levantamientos hidrográficos para el mismo fin.
Para la Armada, Magallanes es su base y el polo sur es su destino. En este sentido, y mucho más allá de las palabras, la Marina está desarrollando importantes esfuerzos, en medio de ajustes presupuestarios relacionados con la pandemia que azota al mundo, para desarrollar capacidades perdidas con la baja del servicio del rompehielos Almirante Óscar Viel.
El año 2017 iniciamos la construcción en Chile del proyecto “Antártica I”, unidad del tipo rompehielos que permitirá aumentar las capacidades de acceso, investigación, sostenimiento, búsqueda y rescate, siendo el primer buque de este tonelaje y de este tipo construido en el continente sudamericano, constituyéndose en un desafío único para nuestra industria nacional de construcción naval, no solo por lo complicado de su construcción e integración, sino que también porque está diseñado bajo estándares del código polar. Esta unidad tendrá una capacidad de almacenamiento cercana a dos millones de litros de combustible, pudiendo transportar casi 400 m3 de carga a granel y una cantidad cercana a 17 contenedores.
Independiente que temporalmente no contamos con una unidad como la antes mencionada, la Armada no ha abandonado nunca su compromiso de ser el vehículo de sostenimiento principal de la actividad del Estado en la región. Desde la baja del rompehielos Viel, hemos entrenado y mantenido unidades para suplir su labor, la cual ha sido suplementada por nuestros dos remolcadores de flota, Lautaro y Galvarino, por unidades de patrullaje oceánicas como el OPV Marinero Fuentealba, con el transporte Aquiles y por unidades multipropósito como el LSDH Sargento Aldea, demostrando en la práctica la polivalencia que caracteriza a los medios navales con los que dispone el Estado de Chile.
En este sentido, recientemente adquirimos el remolcador de alta mar Janequeo, unidad con almacenamiento cercano a 1 millón 300 mil litros entre combustible y agua, con una capacidad de carga útil de cubierta de 570 m3, unidad con potentes capacidades de posicionamiento automático, remolque y grúa, las cuales nos permitirán desarrollar una serie de actividades operativas en apoyo a los compromisos y presencia requerida por el Estado en la zona austral y en la Antártica.
Mirando un poco más lejos al futuro, la Armada está desarrollando el proyecto de construcción de buques multipropósito, denominado “Escotillón IV”, destinado a reemplazar, en base a construcción nacional, a las unidades de transporte Aquiles y Sargento Aldea y a las barcazas Chacabuco y Rancagua. Todas estas unidades tendrán provisiones especiales para que tengan capacidades y estándares de operación en aguas antárticas.
Esto es consecuencia y no solo discurso… Somos “ser más que parecer”. Es pura acción materializada por medio de la Armada de Chile a través de su historia, presente y futuro en la Antártica y en su zona austral.
El futuro es prometedor, pero desafiante. Nuestras capacidades y proyectos están en sintonía con los compromisos adquiridos y con el futuro de la región de Magallanes y del territorio chileno antártico. Es por ello, que continuaremos ejerciendo una permanente preparación y preocupación por proteger los derechos soberanos de Chile en su zona austral, el mar austral y la antártica chilena, resguardando y promoviendo los intereses nacionales en dichas áreas, dando y exigiendo el fiel cumplimiento de nuestros acuerdos y tratados.
Los esfuerzos institucionales estarán dirigidos fundamentalmente a mantener una presencia efectiva y permanente en la Antártica, a ejercer las funciones de autoridad marítima, fiscalización pesquera y búsqueda y rescate. Apoyar la actividad antártica de los operadores nacionales y extranjeros, con capacidades de transporte estratégico esencial, otorgando las facilidades que permitan cumplir los acuerdos y compromisos internacionales suscritos por Chile.
Por lo anterior, se estima muy necesario aumentar la presencia de Chile en el Pacífico y en la Antártica para controlar efectivamente las actividades que se realicen en nuestras áreas jurisdiccionales y de interés, situación que demanda mayores y mejores capacidades profesionales y tecnológicas que permitan resguardar la soberanía e integridad territorial, asegurar nuestros intereses marítimos e impedir ilícitos como la pesca ilegal no declarada y no regulada, el narcotráfico, la piratería, el terrorismo, la inmigración irregular y el contrabando.
Chile no está solo en esta tarea. Su condición de país tricontinental le exige desarrollar un gran esfuerzo y por ello se vincula con Armadas amigas y se esfuerza por tener un papel cada vez más preponderante y profesional en el nuevo paradigma de una seguridad cooperativa en los océanos del mundo.
A más riesgos mayores desafíos para la Marina… Es por ello, que junto al despliegue de la fibra óptica hacia la zona austral y Antártica y hacia el Pacífico profundo, se requieren medios navales y aeronavales modernos y equipados con capacidades para operar en cualquier área, sin importar las condiciones reinantes del mar y ambientales, junto a buenos puertos que permitan recibir nuestras unidades y otorgarles el necesario apoyo de sostenimiento de base.
Esperamos en un futuro cercano disponer de un puerto en nuestra península antártica y en isla de Pascua, los que se requieren con relativa urgencia para consolidar nuestra posición como Estado para los tremendos desafíos que se nos avecinan en el horizonte.
Que Dios, Prat, y todos los nobles patriotas que nos precedieron nos guíen en este camino, que cuiden a nuestra hermosa región magallánica y que nos den la sabiduría y fortaleza como pueblo para consolidar y defender lo que por derecho natural es nuestro.
Sobre el autor: Julio Leiva Molina, tiene el grado de Almirante y es el comandante en Jefe de la Armada de Chile.