Este 20 de febrero se cumplieron 122 años desde que el Faro Punta Dúngenes, no ha parado de iluminar el extremo oriental del Estrecho de Magallanes, dando la bienvenida y garantizando la seguridad de quienes llegan a una de las rutas más importantes que unen el Océano Pacífico y Atlántico y de paso marcando la soberanía chilena en el Mar Austral.
Ubicado a más de 270 kilómetros de Punta Arenas, e instalado en las cercanías con Argentina, es la primera señal que ven las naves que ingresan al Estrecho de Magallanes.
Entre sus principales tareas está entregar de forma puntual información meteorológica y del tráfico marítimo cada tres horas, las 24 horas del día y los siete días de la semana.Todo esto con el fin de otorgar información oportuna para los navegantes y para el embarco de prácticos, estos últimos guían las maniobras de las naves a través de los difíciles pasos del Estrecho.
Actualmente, el Faro cuenta con una dotación de dos marinos con sus respectivas familias. El Cabo Primero especialista en Faros José Ponce y el Cabo Segundo Giovanni Lanfranco, quienes llevan tres años habitando el lugar.
“Profesionalmente, para nosotros es una gran oportunidad, especialmente porque es el momento de poner en práctica las experiencias adquiridas en otros lugares. Acá por ejemplo, no tienes ferretería, ni nada como para comprar repuestos, en el caso de que se presente algún tipo de fallas, tienes que encontrar la forma de solucionarlo con los recursos que tienes al alcance” cuenta el Farero José Ponce Ponce.
Trasladado junto a su señora, Maritza Sánchez Naranjo y con sus niños Vicente de 6 y Catalina de 4 años, el servidor naval reconoce que vivir en este lugar es una oportunidad también para la familia. “Es un momento único, para inculcar valores para el desarrollo de los niños e inspirarlos en el respeto por la naturaleza y su entorno. Hay que ser bien metódico y ordenado en lo que hacemos, para que no se nos haga complejo sobrellevar actividades del trabajo. También, nos preocupamos de realizarle diversas actividades cotidianas y hacerlos parte de día a día, como cocinar, hacer pan, hacer ejercicios y naturalmente jugar. Ellos son los más felices, siempre están en movimiento, inventando juegos, echando a volar su imaginación, indiferentes a su condición de aislamiento”, explica.
“Sin duda para nosotros como familia es una de las mejores experiencias vividas, muy enriquecedora en el ámbito familiar y laboral, lejos de todo, pero disfrutando el cálido ambiente que se forma al estar más unidos, nos sentimos privilegiados de poder estar en un lugar como éste celebrando 122 años desde que la luz que guía al navegante se encendió por primera vez”, concluye.