Hace algunas décadas, se tenía la certeza de que a fines del siglo XX la medicina y la ciencia iban a erradicar exitosamente las enfermedades infecciosas, que los antibióticos terminarían por ganarle la guerra a las bacterias invasoras y que las vacunas iban a controlar de una vez por todas las enfermedades virales. Sin embargo, la realidad es muy distinta: la emergencia y la reemergencia de enfermedades infecciosas, junto a la concomitante amenaza pandémica, demuestran que estamos bastante lejos de ganar la batalla a los microorganismos y sus constantes mutaciones.
También se pensó que el desarrollo económico y social, sumado al rápido avance en las especialidades médicas, permitiría un enorme salto en la salud de la población, en particular en los países económicamente desarrollados. Hoy, en el nuevo milenio, siguen presentes los problemas de calidad de vida, las “enfermedades de la pobreza” y las “enfermedades de la civilización o de la riqueza”, es decir las enfermedades crónicas, esencialmente antropogénicas. Junto a ello y ya desde hace varias décadas, vivimos la constante amenaza global de las enfermedades infecciosas nuevas y reemergentes, como el COVID-19, SIDA, SARS, EBOLA, etcétera. Observamos, sin embargo, un hecho paradójico: los costos exorbitantes de la medicina moderna, la excesiva especialización, el avance de la tecnología y la amplia invasión del mercado farmacéutico, aún no logran resolver el 90% de los retos en salud.
Cada año las enfermedades crónicas causan cerca de 30 millones de muertes en todo el mundo. Sin embargo y a pesar de la creciente reacción ante tamaña evidencia, la respuesta mundial al problema sigue siendo insuficiente. Un inmenso arsenal contra las enfermedades y las causas de la morbilidad y de mortalidad, sumado a una increíble cantidad de gastos para absorber los costos de la atención médica, no logran aún contener lo que otrora se creyó científicamente posible y económicamente viable.
Por otro lado, los avances de la ciencia, la robótica, la informática, las biotecnologías y el extraordinario avance de las comunicaciones, no solo están cambiando al mundo, sino que también a nosotros como parte y en interacción con este. Sus consecuencias son notables en la biotecnología, las manipulaciones genéticas, la fertilización in vitro, el aborto, el derecho a la muerte, la eutanasia, los efectos secundarios de las drogas, los trasplantes de órganos, etcétera. El desarrollo de la tecnología médica y sus éxitos notables en el campo de la medicina, contienen, sin embargo, un sólido trasfondo ideológico y un importante valor mercantil. La dependencia del individuo se acrecienta frente a las máquinas, los laboratorios y las drogas, mientras el complejo médico-industrial sigue siendo el que otorga una de las más altas rentabilidades al capital.
Actualmente son pocas las naciones que pueden ignorar los críticos desafíos que significa garantizar servicios médicos y de salud; un acceso efectivo y equitativo de la población a la infraestructura hospitalaria o de centros médicos; el uso, monitoreo y control de la tecnología médica o la necesidad de implementar enfoques multidisciplinarios e intersectoriales en las políticas de salud. Las crisis fiscales, las transiciones demográficas y epidemiológicas, las amenazas pandémicas, la inequidad, la inflación técnico-médica y una creciente demanda de calidad y cantidad de servicios de salud por parte de la sociedad civil, son particularmente delicadas para el futuro de los sistemas de salud.
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