Este domingo, Carlos Peña -de manera magistral- va al génesis del problema de la política Chile y descubre que sufre de NEUROSIS: «Si hubiera que caracterizar a la política chilena, habría que decir que está gravemente neurotizada. El motivo es el temor latente de perder el objeto de su deseo, que es el favor del público…» y agrega en otra parte del análisis que «la centroizquierda, en cambio, y para qué decir la derecha, no saben lo que hacen ni para qué…»

A continuación el análisis completo de Peña:

Estas semanas se ha venido acentuando uno de los rasgos de la política chilena que es quizá una de las causas de su envilecimiento: se trata de la neurosis.

¿De qué otra forma explicar la escena repetida hasta la obsesión y las mismas frases dichas una y otra vez como si fueran un exorcismo?

Como se sabe, una modalidad de la neurosis (técnicamente neurosis obsesiva o de coacción) consiste en un temor o un vacío más o menos indeterminado que el sujeto que lo padece intenta exorcizar con ritos, repeticiones, tics y otros automatismos que ejecuta en una especie de pacto con eso que lo acecha: él ejecuta esos ritos y a cambio la catástrofe que teme queda suspendida. Freud (en “Inhibición, síntoma y angustia”, de 1926) la describe como la consecuencia de un superyó severo y rígido que toma la forma de sentimientos de culpa y da lugar a una serie de escrúpulos de limpieza y ritos de servicio.

La neurosis es, por supuesto, ante todo un fenómeno individual, pero cuando prolifera entre los individuos la atmósfera se llena de ese afecto malsano y retorna sobre los sujetos y de esa forma la neurosis se contagia a los otros y se alimenta a sí misma. El problema de la neurosis es que supone un gran gasto de energía psíquica para contener el temor indeterminado que la desata: los ritos, los tics, los gestos repetidos una y otra vez a los que se atribuye un efecto mágico, deben multiplicarse en una cadena sinfín.

Pues bien, si hubiera que caracterizar a la política chilena, habría que decir que está gravemente neurotizada. El motivo es el temor latente de perder el objeto de su deseo, que es el favor del público, ese sujeto que es todos y es nadie, objeto del deseo y a la vez superyó. Pero como el político y la política no sabe cómo hacerlo retornar, y tampoco está dispuesta a resignarse a la pérdida, recurre a la magia: el rito mágico, el tic repetido una y otra vez, la frase hecha, como única forma de exorcizar ese temor.

No parece haber otra forma de explicar lo que está ocurriendo con el Congreso en Chile que esta explicación psicopolítica. Se trata, además, de una explicación benevolente. La otra alternativa para explicar la repetición del gesto y el mismo discurso básico y simplón, que sale de la boca de la derecha y de la izquierda por igual, es atribuirlo a simple estulticia, tontería o ignorancia.

¿Quiénes son los que padecen esa neurosis de manera más intensa?

Desde luego, no son los sectores de más a la izquierda. En estos sectores es posible apreciar una estricta racionalidad estratégica. No hay en ellos neurosis, sino astucia. El payaseo que ejecutan no es inconsciente ni sus ejecutores le atribuyen un efecto mágico. Saben lo que hacen y saben por qué lo hacen. Podrá haber error en el fin perseguido, pero su conducta es adecuada a su consecución.

La centroizquierda, en cambio, y para qué decir la derecha, no saben lo que hacen ni para qué. Les ocurre lo mismo que al neurótico. Se esmeran por ejecutar un guion que espanta por momentos el temor de perder el objeto de su deseo, pero solo para que ese temor retorne de nuevo y exija nuevos gestos rituales que lo exorcicen. No hay otra forma de explicar que la derecha y la centroizquierda coincidan en un objetivo —como el deterioro a cualquier costa de la capitalización individual u otro semejante, que hasta apenas ayer los separaba— que pensar en algo de fondo que después de todo los unifica. Pero ese fondo que los hermana no puede ser puesto en palabras (si fueran capaces de hacerlo, la neurosis estaría en curso de mejora), porque se trata de un temor inconsciente de perder el vínculo con su público.

Suele creerse que el político traba una relación puramente utilitaria y que su temor a enemistarse con el público es equivalente al temor del sujeto común y corriente a perder su empleo. Esa visión —la forma en que el economista concibe el fenómeno— desconoce que la política tiene un fuerte componente libidinal o transferencial, de índole inconsciente claro está, que une al político con su audiencia. La audiencia es el objeto del deseo. Ese componente libidinal es el que alimenta esta relación neurótica que el político de poco talento —es decir, el político— posee con su electorado y lo lleva a repetir una y otra vez las mismas frases, a ejecutar los mismos gestos, realizar los mismos ritos.

No importa lo que ocurra en la sociedad chilena —si acaso el diez por ciento, la pandemia, el Tribunal Constitucional o la delincuencia—, la respuesta del político, como se vio esta semana, será el gesto neurótico que intenta exorcizar su temor.

El problema que el neurótico no comprende es que ese otro cuyo vínculo teme perder no existe, o mejor aún, es un fantasma erigido por su propio miedo. La calle, la gente, o la masa imaginada como un sujeto con vida propia —ese sujeto cuya ausencia el político teme— en realidad no existe, sino que se trata de una caricatura que para evitar la desorientación el político dibujó alguna vez en su inconsciente, hasta que por falta de reflexión esa caricatura comenzó a tener vida propia y transformó al político profesional en un simple neurótico.

Y la cura sobrevendrá solo cuando el político recupere su autonomía (que es la otra cara de la dignidad) y se dé cuenta de que está siendo víctima de sí mismo.

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