Carlos Peña emplaza a Lavín: ¿Cómo es posible que un actor político zigzaguee, serpentee y se mimetice una y otra vez?

"Ahora, socialdemócrata. ¿Mañana?, ¿pasado mañana? No se sabe. Es probable que ello dependa de lo que diga una encuesta o la pauta de un matinal", señala Peña.

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Esta semana la «revolución» mediática la ha dado Joaquín Lavín con su nueva definición política «socialdemócrata», lo que no pasó inadvertido para Carlos Peña que en su análisis dominical, simplemente aplasta al edil de Las Condes a quien lo tilda de zigzagueante» y como lo señaló la crónica de Infogate: «Lavín: Su Majestad el Rey del Camaleonismo-Aliancista-Pinochetista-Bacheletista-Piñerista y ahora… Socialdemócrata».

Carlos Peña concluye que el electorado de derecha da un salto al vacío con un personaje como Lavín: «Los votantes de derecha han declarado una y otra vez su temor a dar saltos al vacío, a ciegas, a sumirse en la más total incertidumbre. Y lo increíble es que no se han dado cuenta de que a su lado tienen ya por décadas a un político que ha hecho del vacío su más profunda y sincera vocación«

¿Cómo es posible que un actor político zigzaguee, serpentee y se mimetice una y otra vez, adornado siempre con una sonrisa de aspecto bobo y aire inocentón, y así y todo siga siendo bien valorado por la ciudadanía? sostiene Carlos Peña.

A continuación el análisis de Peña:

«Lo más notorio de estos días ha sido Joaquín Lavín, a quien ahora se le ocurrió declararse socialdemócrata. Su vida política es tan cambiante y movediza que si se le pusiera al lado de un camaleón, y se les comparara, este último palidecería. A su lado el camaleón se antojaría rígido y de una sola línea. Basta un grueso recuerdo para advertirlo. Valido de la dictadura; gallo de pelea dispuesto a defenderla; promotor de los cafés con piernas; parroquiano fiel del Opus; doliente cuando Pinochet fue detenido en Londres; ideólogo de las necesidades de la gente; bacheletista-aliancista; defensor de la Constitución de 1980; crítico tardío de ella, y ahora, socialdemócrata. ¿Mañana?, ¿pasado mañana? No se sabe. Es probable que ello dependa de lo que diga una encuesta o la pauta de un matinal.

¿Cómo es posible que un actor político zigzaguee, serpentee y se mimetice una y otra vez, adornado siempre con una sonrisa de aspecto bobo y aire inocentón, y así y todo siga siendo bien valorado por la ciudadanía? ¿Por qué lo que parece ser una suma de imaginación y de ocurrencias, y unas cuantas payasadas, logra tanta adhesión en la ciudadanía al extremo de que, como van las cosas, Dios no quiera, puede terminar de Presidente de la República?

Una explicación posible está en la lingüística y en uno de los más agudos intelectuales de la izquierda: Ernesto Laclau.

Ernesto Laclau identificó la existencia de los significantes vacíos, es decir, de signos que no significan nada en particular (o que pueden significar cualquier cosa). ¿Qué función cumplen esas rarezas? Lo que ocurre, sugirió Laclau, es que el desorden en la vida social no se produce por ausencia de significados, sino por su abundancia. El problema entonces consiste en ordenar esa proliferación de significados o, en términos más simples, de expectativas (Laclau, “Estructura, historia y lo político”, 2004). Una forma de hacerlo, una forma que produce hegemonía o predominio en el ámbito del discurso, es el significante vacío. Su función es indicar o mostrar los límites del orden social o, en otras palabras, poner de manifiesto lo que el orden excluye, lo que está ausente. Laclau pensó que el significante vacío permite construir la hegemonía en política al nuclear en derredor suyo todas las carencias y desasosiegos que la sociedad no es capaz de contener o satisfacer. Aconsejó entonces a la izquierda hacer suya una cantidad heterogénea de demandas, transformándose, por decirlo así, en un significante vacío.

Pero nadie sabe para quién trabaja.

El papel que ha asumido Lavín en su vida política se asemeja a ese significante vacío. El más famoso en Latinoamérica fue Perón, capaz de acoger en su seno a marxistas y antimarxistas, a liberales y conservadores, a empresarios y sindicalistas, cada uno transfiriendo sus carencias a ese significante vacío que, al mostrar todo lo que el orden excluía, parecía por ese solo hecho estar formulando la promesa de remediarlo. El populismo, del lado que sea, de la izquierda o de la derecha, es exactamente eso que describió Laclau: un significante vacío, un lugar donde no hay nada y donde todo encuentra entonces un lugar posible (vid. “La razón populista”, 2005).

Algo de eso hay en Lavín.

Lo sorprendente —o lo preocupante— es que en el caso de Lavín se trata de una actitud que no es meramente estratégica, no se trata de algo que él haya planeado luego de leer a Laclau o Saussure (le restaría el valioso tiempo que ha de dedicar a estudiar encuestas y guiones de matinal), sino de algo que en él parece ser espontáneo o intuitivo.

Y ese es precisamente el problema.

Porque una cosa es asumir la estrategia del significante vacío a fin de alcanzar el poder y una vez logrado este desenvolver una agenda ideológica (es el caso de la izquierda que suma todas las demandas, pero al menos aspira a pasarla por el tamiz de un puñado de ideas, buenas o malas), y otra cosa muy distinta es ser un significante vacío que se toma tan en serio su papel que casi se confunde con él hasta despojarse de todo rasgo que permita predecir su comportamiento.

Los votantes de derecha han declarado una y otra vez su temor a dar saltos al vacío, a ciegas, a sumirse en la más total incertidumbre. Y lo increíble es que no se han dado cuenta de que a su lado tienen ya por décadas a un político que ha hecho del vacío su más profunda y sincera vocación» remata Peña.

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