El mundo en movimiento y la imparable actividad industrial y humana provocan vibraciones que afectan al planeta (además de ruido y contaminación), pero con la llegada de la pandemia del coronavirus y sus cuarentenas se ha producido un silencio y la calma en la actividad industrial que ha tenido una insospechada repercusión en el planeta: Una pausa silenciosa y menos sismicidad o “ruido sísmico” que genera la actividad humana, han constado científicos de varios países que recopilaron los datos y los publicó –entre otras revistas científicas- Science.
El efecto de «apagón» registrado por los sismógrafos es similar al que se produce en la noche o en época de vacaciones, pero en determinadas zonas el mundo, pero esta vez se extendió a todo el mundo y se percibió con fuerza desde marzo hasta mayo pasado.
El informe publicado el jueves pasado es refrendado por 76 científicos de 27 países, desde Noruega hasta Nueva Zelanda. Y las mediciones de todos los instrumentos cuentan la misma historia: durante los primeros meses del año, mientras el virus arrasaba el planeta, la superficie estuvo callada y quieta. Maniatada por la pandemia, la actividad humana se desplomó cuando los países impusieron cuarentenas en sus economías y alentaron el distanciamiento social.
“Sabemos que la actividad humana provoca vibraciones que se propagan por el suelo y que el origen de las vibraciones con frecuencias entre 1 y 15-20 Hz que se registran por los sismómetros de forma más o menos continua está relacionado con el tráfico, los trenes o la actividad industrial, entre otros”, explica Jordi Díaz, investigador del CSIC en el instituto Geociencias Barcelona que también participó en este estudio mundial.
«Nadie diría que una enfermedad se manifiesta en los sismógrafos», dice Celeste Lebedz, coautora del estudio y doctoranda en geofísica del Instituto Tecnológico de California.
El estudio recolectó los datos de 268 estaciones de investigación y comprobó el efecto apagón en casi todos los rincones del planeta. Recibieron los registros de Turquía y de Chile, de Costa Rica, Canadá y Australia, de Irán y hasta de la diminuta Luxemburgo, y de muchas otras naciones. Algunos de esos registros provenían de sismógrafos situados en grandes centros urbanos y campus universitarios, pero otros proveían de remotas locaciones desérticas o montañosas.
El efecto apagón fue especialmente drástico en Sri Lanka, con una reducción del 50% del ruido ambiente. En el Central Park de Nueva York, la reducción por la noche fue del 10%. Y hay regiones remotas donde no se registraron caídas simplemente porque nunca hay actividad humana.
Un nuevo parámetro para las mediciones
Según los autores del informe, esta nueva base de datos ayudará a los científicos a distinguir mejor los leves temblores de tierra naturales de los causados por la actividad humana. Además, podría ser una herramienta para monitorear los niveles de actividad durante una pandemia.
Los datos de movilidad de los celulares son una poderosa herramienta para monitorear si la gente cumple con el aislamiento, mantiene el distanciamiento y limita sus interacciones. Pero eso también genera preocupación por la invasión a la privacidad, aunque los datos sean anonimizados. Pero los datos sísmicos son anónimos de por sí, ya que no hay manera de saber qué o quién genera esas oleadas de energía y «ruido» sísmico.
Ese tipo de monitoreo sísmico puede ser una manera de monitorear la actividad humana «sin la posible amenaza para la privacidad que implica el uso de los datos móviles», señalan los autores. «Además, la actividad industrial no puede relevarse a partir de datos de movilidad, sino que dejan una huella sísmica sonora.»
Susan Hough, sismóloga del Servicio Geológico de los Estados Unidos, que no participó de la investigación, dice que ya estudios anteriores analizaron las fuentes humanas de ruido sísmico, como camiones, trenes y fábricas, y que por lo tanto este nuevo informe no la sorprende. «Tenemos impacto en el planeta, damos pasos fuertes. Hay varias actividades humanas que son inductoras de terremotos y que generan vibraciones que los aparatos registran.»
Los geofísicos usan sismógrafos para estudiar desplazamientos del terreno. Cuando en la superficie o debajo de ella se abre una falla terrestre y desencadena un terremoto, la energía se libera en forma de ondas que hace temblar la tierra. En menor medida, lo mismo ocurre cuando un camión blindado pisa los frenos y envía una pulso de energía que hace retumbar el piso.
Cuando alguien pasa caminando cerca de un sismógrafo, el aparato marca un pico en sus registros. En esos gráficos, los picos son invariablemente menos pronunciados durante la noche, cuando gran parte del barullo humano descansa.
En el Parque Nacional de Yellowstone, situado cerca del famoso geiser Old Faithful registra las vibraciones de las aguas subsuperficiales en los 20 minutos previos a cada erupción del geiser. Pero esa señal natural suele quedar ahogada por la vibración de los humanos que corren a presenciar el fenómeno, dice el geólogo Robert Smith, de la Universidad de Utah.
Smith no participó de La investigación y dice que el informe publicado por Science es «muy inusual», y que nunca había visto una investigación geofísica asociada a un evento biológico de estas características.
Los científicos que estudian los temblores naturales de la Tierra por lo general tienen sustraerse del ruido de fondo que genera la actividad humana. La instalación de instrumentos sismográficos suele ir acompañada de «pruebas de pisada», para tener una idea del impacto que deja en el aparato la actividad humana circundante, dice Labedz.
El hecho de que el cierre de las economías haya producido una disminución del «ruido» no es sorprendente en sí mismo, pero la escala de ese impacto sí generó asombro y una espontánea iniciativa de colaboración en la comunidad científica.
Thomas Lecocq, científico del Real Observatorio de Bélgica y uno de los autores principales del informe de Science, posteó en Twitter la reducción del ruido sísmico en los instrumentos que estaba relevando. Otros científicos del mundo, incluido Labedz, empezaron a hacer lo mismo.
«Empecé en las redes con un par de sismólogos que son muy sociales y todo fue creciendo hasta convertirse en una increíble base global de datos», dice Lebedz.
Koen Van Noten, otro geólogo del Real Observatorio belga y también coautor del estudio, dice que la iniciativa logró unir a la comunidad sismológica, que está sumamente desperdigada por el mundo.