Desde el martes 3 de marzo hasta el martes 2 de junio han transcurrido 92 días, en los cuales el Presidente Sebastián Piñera ha centrado su discurso preferente y progresivamente en la temática de la pandemia de coronavirus. Son tres meses en los cuales el Mandatario ha gozado de acceso casi ilimitado a todos los más importantes medios escritos, radiales y televisivos para dar a conocer su parecer, sus estrategias y acciones inmediatas para enfrentar esta emergencia sanitaria.
Son 92 días en los que hemos escuchado de propios sus labios planes económicos, coordinaciones internacionales con otros gobiernos, nueva legislación, respaldo social, medidas laborales, nueva inversión en salud, recepción de nuevos equipos vitales para la atención de pacientes, medidas para la protección de estudiantes y adultos mayores.
Pero además son tres meses en los que la gente común, políticos (incluso del oficialismo), profesionales, expertos sanitarios, científicos y simples opositores a su figura no han hecho más que criticar sus medidas, oponerse a sus decisiones, acusarlo de no hacer nada, de decidir con retraso, hasta de querer matar a los chilenos de menos recursos ya sea con el virus o con el hambre…
Llegamos a la figura de un Jefe de Estado que cree estar haciendo de todo para enfrentar la crisis, tomando medidas sanitarias, preocupándose de los ingresos de los chilenos, del futuro de sus fuentes laborales, que ve cómo sus constantes mensajes por lo visto llegan a muy pocos y parecieran ser casi crípticos, ya que casi nadie los parece entender. En suma, un incomprendido.
En tiempos de crisis, el mensaje debe ser breve, directo, bien armado, y contener respuestas rápidas a las dudas obvias y urgentes.
¿Qué falla entonces? Instancias para darlo a conocer no al menos.
Entre el el 3 de marzo y el 2 de junio, Presidencia citó a 37 pautas presidenciales relacionadas con la temática del coronavirus o que se podía esperar que se refiriera al tema en su discurso o eventual punto de prensa (como la ceremonia de aniversario de Carabineros el 27 de abril).
Por otra parte, en el mismo período, el Mandatario contó con 56 oportunidades para dar a conocer a través de los medios de comunicación diversos mensajes relacionados con la pandemia, ya fuera en cadenas nacionales dominicales (tres en el período), pautas directas, abordando el tema en sus discursos o puntos de prensa, o a través de comunicados de ciertas actividades específicas como la primera visita al recinto hospitalario de emergencia en Espacio Riesco, las reuniones por videoconferencia con mandatarios extranjeros, o las promulgaciones de leyes.
Frente a estas oportunidades, la primera de las causas de la incomprensión del discurso presidencial es la propia figura del Mandatario: sólo por ser Piñera no se le cree. Ese ha sido un hándicap que jamás ha podido (y casi seguramente jamás podrá) sacarse de encima a lo largo de toda su carrera política: para algunos es falta de credibilidad, para otros es mentira compulsiva basada en su pasado y presente como empresario con pocos escrúpulos.
Los contenidos de sus discursos, además, adolecen de fuerza y emotividad, sobre la base de la escasa espontaneidad en los textos y la expresividad del Presidente.
Otro elemento fundamental (y que se ha hecho común en muchos de los anuncios de diversas autoridades de la actual administración), es que muchos anuncios han sido apresurados, o con escasa explicación, dejando ventanas abiertas para críticas en temas fundamentales que terminan por «comerse» el fondo de los anuncios y obligan a salir a explicarlos muchas veces a destiempo. Ya sucedió con Espacio Riesco, caso en el que se demoró en aclarar el costo del recinto, o el más reciente de la entrega de cajas de alimentos, anunciado con bombos y platillos por el Presidente el domingo 17 de mayo para descubrirse el lunes 18 que faltaba determinar todo el proceso logístico, lo cual llevó a un punto de prensa del Mandatario que siguió dejando puntos abiertos. Hasta el día de hoy no ha quedado totalmente claro todo el proceso.
Finalmente, las puestas en escena en vez de fortalecer la figura del Mandatario y su mensaje, muchas veces terminan por debilitarlo o diluirlo. La Moneda confía en demasía en rodear al Presidente de figuras silentes, a veces en excesivo número, y de armar coreografías que podrían tener sentido con actividades llenas de invitados, pero que se transforman en distractores que poco aportan ante las cámaras y una audiencia presencial integrada casi exclusivamente por periodistas.
En tiempos de crisis, el mensaje debe ser breve, directo, bien armado, y contener respuestas rápidas a las dudas obvias y urgentes. Cualquier parafernalia sobra; cualquier apoyo visual que no sea explicar o resumir los anuncios presidenciales sobra. Cualquier anuncio que requiera volver a ser explicado (y no solo una vez) está mal planteado. Como sucedió con la declaratoria de las primeras cuarentenas en Santiago (en ese caso, efectuado por el ministro de Salud y algunas subsecretarias), o la entrega de cajas de alimentos.
La emergencia no es un tiempo de experimentaciones, sino de respuestas y medidas urgentes. El Presidente Piñera ya tiene en su cuerpo la gestión de una emergencia de proporciones como lo fue el 27/F que, visto en retrospectiva, gozó de una muchísima mejor administración y comunicación. Pero a la luz actual, parece ser que no dejó reales enseñanzas.