El fin de semana pasado vimos con tristeza cómo un grupo no menor de delincuentes y vándalos en Santiago de Chile, puso de rodillas al orden cívico en distintas regiones del país, mediante saqueos, actos de violencia y pillaje, como respuesta frente al alza en el costo del pasaje del Metro en Santiago.
Diversos analistas intentan racionalizar este comportamiento, tan alejado de lo racional en un país que orgullosamente aparece como la “joya del continente Latinoamericano”: que somos una raza bruta, estamos llenos de maleantes, sin educación cívica, que todo lo explica la desigualdad y el salario promedio, en fin.
“No soy juez ni jurado”, como dijo Al Pacino en su célebre discurso final de la película “Perfume de Mujer”, pero más allá del inaceptable vandalismo que hemos visto estos días en Chile, y que se escuda en el ciudadano que ejerce su derecho a disentir pacífica y democráticamente de acuerdo a la ley, me queda una pregunta como humilde ciudadano. ¿En qué he fallado yo como profesional? o ¿qué puedo hacer mejor como emprendedor?
Tiendo a pensar que si bien el crecimiento económico y reducción de la pobreza en estos últimos años es innegable, la rabia que hemos presenciado va más allá de mejores condiciones de vida, mejores sistemas de salud, o mayor acceso a bienes y financiamiento. Se ha dicho que lo que produce rabia es la desigualdad e injusticia social.
Pero, no hay que ser un gran filósofo para entender que la mayor fuente de rabia del que no tiene, no es que otros tengan más — y en algunos casos mucho más — sino nuestra prepotencia con lo que tenemos.
Si tuvimos la bendición y posibilidad de construirnos una segunda vivienda en la playa o el lago, ¿por qué tiene que ser una mansión? o aunque podamos, ¿por qué tenemos que comprar el vehículo más lujoso, cuando sabemos que con ese valor le solucionamos la vida a una familia de escasos recursos durante los próximos diez años? No estoy diciendo que en lugar de comprar un vehículo último modelo, le regale la plata a los más necesitados. Pero quizás podríamos ser algo más prudentes, menos ostentosos con los bienes que se nos han confiado y más comprensivos con los que tienen menos. Si en el fondo de nuestro corazón, la única justificación para poseer la ropa, la casa o el plasma más caro, es “porque puedo y me lo merezco”, le estamos dando una cachetada al chileno promedio que vive con menos de USD$ 800 al mes.
Lo que hace sustentable nuestro futuro, no es solo contaminar menos, como se ha dicho y se ha puesto tan de moda, sino aquello que nos dijo hace más de 32 años atrás, el Papa Juan Pablo II en el estadio nacional: cada uno debe comprometerse en construir una sociedad más justa, una sociedad mejor, y para ello es preciso que alejemos toda la ideología que proclame la violencia y el odio como remedio para conseguir la justicia.
Más allá de la crisis social de este Chile tan querido, ¿en qué me puedo comprometer yo como ejecutivo o emprendedor? Aquí van, tres humildes granitos de arena.
Primero, respetar a todos y todas. Usted como ejecutivo está llamado a ser ejemplo de comportamiento, no lo vayan a sorprender poniéndose delante de la fila de vehículos que espera ordenadamente su turno solo porque su vehículo es cuatro por cuatro o es más grande. Si tiene que despedir a alguien en su empresa, entienda el drama que se le presenta a esa persona en su vida familiar y hágalo brindándole el mayor apoyo y respeto posible.
Segundo, comparta siempre que pueda. Ya van casi 10 años desde que Michael Porter acuñó el término de “valor compartido”, y recién comenzamos tímidamente a tomar conciencia de su importancia. ¿Por qué deberían las empresas ser llamadas “Clase B” para ser instrumentos para el bien? Es como el desde. El fundador que hace empresa para ganar plata le será muy difícil poder lograr sus metas porque no logra subir a otros, además de hacerle la vida infeliz a muchos; pero el que lo hace porque existe un propósito superior, no solo sube a su causa a muchos, sino que como consecuencia, gana más plata.
Y tercero, salga de la comodidad que le entrega su cargo, y ayude a alguien en su empresa, ya sea prestando la oreja para escuchar los problemas de la gente, dando un buen consejo, o proponiendo iniciativas buenas, ya sea limpiando la playa el fin de semana o ayudando a reconstruir los destrozos de este fin de semana. Lo que quiera y le sea más simple. Pero no permanezca indiferente frente a los problemas de otros que no han tenido la misma circunstancia que usted.
No está de más pedirle que recemos juntos por un mejor futuro; la gran “debilidad” de Dios está en nuestras imperfecciones, nuestro mayor drama es no dejarle actuar como padre.