Un número indeterminado de civiles heridos, junto a medio centenar de carabineros. Una veintena de estaciones de Metro seriamente dañadas. Locales comerciales saqueados, desde modestos sitios de comida hasta supermercados. Incendios varios, de inmuebles y de vehículos. Centenares de miles de santiaguinos angustiosamente aislados, sin medios de transporte para llegar a sus hogares y en medio de graves desordenes.
Todo empezó con un alza equivalente a menos de medio centavo de dólar. 30 pesos de incremento en el metro fue la chispa que detonó hace algunos días una protesta que fue creciendo y terminó saliéndose de control.
Los desórdenes empezaron algunos días atrás con casi inocentes acciones de estudiantes, de eludir el pago en el metro. Pero de a poco se fueron agregando incidentes mayores, la destrucción fue aumentando hasta llegar al Viernes negro que vivimos.
Es indudable que en la sociedad chilena existe un malestar acumulado, profundo y rabioso. Estalló el Viernes. Por cierto, nadie puede estar de acuerdo con los actos de vandalismo. Son condenables desde todo punto de vista. Pero quedarse en ello, en el vandalismo es parcial. Sera tema de estudio analizar las razones del malestar.
Solo a manera de hipótesis podemos enunciar una acumulación de procesos que confluyen para el malestar social. Una sociedad que estimula el consumo por todos los medios, pero cuyo sistema económico se basa en bajos salarios, una distribución del ingreso muy desigual. El uso masivo del crédito privado permite a muchos el acceso a bienes sofisticados –celulares, automóviles, viajes- pero a costa de un endeudamiento que esclaviza y agobia a miles. Una sociedad que se siente desprotegida y que cuando se envejece se tendrá una pobreza segura. Una sociedad donde para tener buena salud o buena educación, hay que tener mucho dinero.
En una realidad cotidiana de difíciles condiciones, especialmente en las urbes y muy en particular en la Región Metropolitana, el transporte es un tema sensible. La mayoría de los santiaguinos invierte mucho tiempo en desplazarse. Para pagar la movilización no hay crédito, sale del a menudo, escaso recurso personal. En ese sentido, un alza en el transporte tiene una extraordinaria sensibilidad en la población. Eso lo saben todos los ciudadanos de escasos recursos, también de la llamada “clase media baja”. Es decir, de todos los que andan a pie, los que se suben a la micro, los que viajan apretados en el Metro en las mañanas y al finalizar el día al regresar a sus casas. La calidad de vida de la inmensa mayoría es muy baja, virtualmente sin tiempo libre, aunque la oferta de medios de consumo sea generosa al igual que la oferta de medios de endeudamiento para comprarlos.
Pero en el transcurso del Viernes Negro lo que también se hizo escaso fue la acción de las autoridades. Sólo después de largas horas, un par de ministros anunciaron en escasos minutos que iban a iniciar acciones judiciales contra los responsables de los disturbios. No aceptaron preguntas. Mientras, miles de santiaguinos empezaban largas caminatas en medio de su desesperación, el vandalismo asomaba en varios puntos de la ciudad. En esas únicas declaraciones de media tarde, las autoridades no mostraron ninguna sensibilidad con el malestar de parte importante de la sociedad, tampoco anunciaron medidas que permitiera solucionar el grave problema de movilidad que ya era evidente para miles. En otras palabras, la autoridad no se ejerció. No se adoptaron medidas que resolviese la situación que empezaba a vivir la ciudad y sus habitantes.
Esta ausencia de autoridad, al menos comunicacional, reforzó otro malestar latente desde hace rato en la población. La sorda protesta de los gobernados con los gobernantes. Desde hace rato en Chile existe una fuerte critica a las elites, empezando por las políticas. Basta andar en micro o en el metro para escuchar los comentarios sobre “los políticos”. Y ese malestar se repotenció a lo largo del día viernes. Buena parte de la población “siente” que los que están arriba no tienen idea de lo que realmente vive la mayoría. Es comprensible, porque como hace mucho se conoce, hay dos Chile. Y son muchos los que sienten que los que mandan no se ocupan de los problemas de la gente. Las balas locas asesinan bebes, los robos aumentan, los escándalos de corrupción indignan, y en ese contexto, mas encima, sube el precio del Metro, el principal medio que permite que millones puedan acudir a sus trabajos o a sus estudios.
Cuando cayó la noche la situación se agravó. Era obvio que eso iba a pasar. Ya no hablemos de la inexistente labor de Inteligencia, tanto de la ANI como de los equipos de prevención de conflictos del ministerio del interior. Tema aparte es porque no funcionaron los mecanismos de alerta, era cosa de observar lo que sucedía en los días previos en las estaciones de metro. Hace rato que la prevención de conflictos viene haciendo agua. Pero el mismo viernes la dinámica de la violencia y el desborde era lineal hora a hora, visible para quien pusiera un pie en la calle.
Caída la noche se hizo evidente la convivencia de un malestar pacifico y ciudadano que se expresó en masivos caceroleos en la capital, junto a ello, hora a hora, en algunos puntos de la capital el vandalismo crecía. Mientras, la autoridad seguía en silencio radial. Los ministros parapetados en sus despachos, la Intendente ausente. La policía fue superada en varios puntos, la seguridad de muchos quedó en riesgo. No había que ser oficial de inteligencia para darse cuenta que la situación se deterioraba cada vez mas. ¿Porque las autoridades callaron durante esas horas que se hicieron eternas?
El orden se restablecerá con la presencia uniformada y el mando centralizado. Pero también debemos abrir diálogo, ser capaces de escuchar lo que la población demanda. Los procesos sociales no se encauzan con acciones judiciales.
La chispa fueron treinta pesos. Menos de medio centavo dólar. Parece poco, pero fue suficiente para sacar a luz el malestar de la mayoría, la desconfianza con las elites, el mal funcionamiento de la función preventiva y la capacidad de las autoridades. Pocos días atrás el propio presidente se ufanaba que toda América latina estaba en problemas, menos Chile. Algunas gotas de humildad serán necesarias en el discurso oficial.