Este domingo Carlos Peña reflexiona y analiza lo que oculta la defensa que hizo el Presidente Piñera a su tío el obispo emérito de La Serena, el cura Bernardino Piñera, que está siendo investigado por El Vaticano por una denuncia de abuso. Piñera en calidad de sobrino-presiedente salió en su defensa desacreditando la génesis del hecho que presumiblemente ocurrió hace 50 años, olvidando que él mismo promulgo una ley que dice que los abusos a menores son imprescriptibles. Peña sostiene que: «Ni Piñera, cuando expresó la lealtad a sus vínculos familiares, renunciaba a la ley; ni los miembros de la Fundación para la Confianza, cuando denunciaban los abusos, dejaron de ser profundamente creyentes. Piñera Dijo lo obvio: le daba fe a su tío y al mismo tiempo a la ley para que lo investigara, sentencia Peña.
Bajo el título de «Problemas de Familia», Carlos Peña, lo que hace este análisis es dejar en claro que toda los abominables abusos cometidos por curas quedan como «simples problemas de familia». A continución el texto completo
«Esta semana han ocurrido dos hechos que, aunque distintos, son convergentes. En uno de ellos se anunció que la Pontificia Universidad Católica junto con la Fundación para la Confianza (integrada, entre otros, por víctimas de Karadima) creaban un centro para investigar abusos sexuales; en el otro, el Presidente de la República se permitió dudar de una denuncia en contra de su tío obispo (Bernardino Piñera), arguyendo que los hechos a que se refería el denunciante habían ocurrido hace medio signnlo.
Ambos hechos convergen en el tema de los abusos cometidos por clérigos. Y en ambos parece haber una inconsistencia.
Parece obvio.
¿Acaso no es inconsistente —se ha dicho— que víctimas como Hamilton o Cruz se asocien con la Iglesia, la institución a la que pertenecían sus victimarios, y a la que acusaron de haberlos ocultado, declarando ahora que lo hacen para prevenir abusos futuros? ¿No resulta contradictorio que el Presidente, quien promovió una ley de imprescriptibilidad en los casos de abuso, diga ahora que una denuncia es poco creíble porque ha pasado demasiado tiempo?
Aparentemente se trata de conductas inexplicables, contradicciones flagrantes entre lo que se dice haber padecido o decidido y la conducta que se ejecuta. Las víctimas asociándose con la institución que apenas ayer ellas mismas decían ocultaba a los victimarios; el promotor de la persecución contra los abusadores en cualquier tiempo arguyendo que una denuncia contra un pariente suyo es tardía.
Sí, parece haber una inconsistencia obvia.
Pero no la hay.
Es cosa de mirar con calma.
En el caso de las declaraciones de Piñera, se trata de algo muy sencillo pero que suele olvidarse: incluso, quienes ejercen altos cargos públicos tienen lealtades y deberes familiares. Ellos derivan de la confianza que surge del amor familiar y que el Presidente manifestó en su declaración. Habría estado mal si hubiera argüido su vínculo para obstaculizar la investigación en contra de su tío; pero no fue el caso. También habría estado mal si, cerrando los ojos al cariño que le ha demostrado todos estos años, lo hubiera condenado sin más. Tampoco fue el caso. Dijo lo obvio: le daba fe a su tío y al mismo tiempo a la ley para que lo investigara.
No hay —mal que pese— contradicción alguna.
Y tampoco parece haberla en el caso de la Fundación para la Confianza y su alianza con la PUC.
Porque lo que prueba esa iniciativa es algo también obvio y que no vale la pena olvidar: quienes integran esa Fundación son, en el fondo, personas católicas, gente que a pesar de los abusos que padecieron siguen confiando en la institución eclesial. Y quizá esa repentina confianza de las víctimas en la institución que apenas ayer, según ellas mismas decían, ocultaba a los victimarios, revele algo de lo que Carl Schmitt opinaba de la Iglesia Católica: que ella era un complexio oppositorum, un ente capaz de hacer convivir en su seno a los opuestos, y bajo ciertas condiciones, reconciliarlos.
Víctimas (Hamilton, Cruz) y victimarios (Karadima y los obispos que, según los primeros, eran encubridores) unidos frente a la pantalla de streaming donde la sonrisa del Papa aparecía.
¿Qué explica eso?
Es fácil.
En el fondo, algunos de los miembros de la Fundación para la Confianza estaban dolidos porque los abusos que padecieron los invitaban a no creer. Esta iniciativa, en cambio, restaura su creencia y su fe. Y les permite seguir siendo, a pesar del abuso que dicen haber padecido, lo que nunca han dejado de ser: profundos católicos, personas que se emocionan oyendo al Papa por streaming, que se muestran felices saludando desde los balcones del Vaticano, creyentes que como Job mantienen la fe a pesar de las pestes que sobre ellos se desataron. O gente que, como el hijo pródigo, acaba volviendo al redil.
¿Es malo que algo así haya ocurrido?
No, por supuesto que no.
Una sociedad abierta reconoce que los seres humanos tienen, a veces, lealtades encontradas y en vez de invitarlos a escoger una y abandonar la otra, los invita a que las concilien sin dejar la que les parece central en sus vidas. Fue lo que hizo el Presidente cuando dijo lo que dijo (confesó en el fondo que aunque su tío obispo resultara un monstruo lo seguiría queriendo) y fue lo que hicieron las víctimas reunidas en la Fundación para la Confianza: que aunque la estructura eclesial pudo favorecer los abusos, ellos seguían creyendo (por eso, lo que más les dolió era que los abusos los invitaban a dejar de creer. Ahora les proveen la oportunidad, como le ocurrió a Job, para reafirmar su fe).
Y es que del tronco torcido de lo humano nunca salió nada recto.
Ni Piñera, cuando expresó la lealtad a sus vínculos familiares, renunciaba a la ley; ni los miembros de la Fundación para la Confianza, cuando denunciaban los abusos, dejaron de ser profundamente creyentes.
Lo que ocurre es que en uno y otro caso se trataba —al contrario de lo que creyó la opinión pública que vio aquí asuntos ciudadanos— de simples problemas de familia.