Hace pocas semanas atrás se publicó en La Paz el libro “Bolivia en La Haya. Lecciones de la demanda contra Chile”, una interesante y descarnada compilación de mas de una docena de trabajos de diversos expertos bolivianos en relaciones internacionales.
La mayoría de las opiniones, en general son críticas tanto con la gestión ante la Corte como también crítica de la estrategia adoptada en la relación bilateral. Las preguntas básicas expuestas en el prólogo: ¿dónde estuvo el error? Junto a la interrogante de ¿qué viene ahora?, orientan diversos enfoques analíticos, ya sea desde el ámbito jurídico, diplomático, o político.
Las principales críticas apuntan al excesivo triunfalismo con el que las autoridades bolivianas manejaron el tema, tanto ante la comunidad internacional, pero sobre todo ante su propia población. Generaron con ello expectativas desmesuradas, mismas que eran alentadas por afirmaciones de que se estaba muy cerca de la recuperación del litoral. El propio presidente emitió por twitter afirmaciones tales como “Antofagasta fue, es y será territorio boliviano”. Con ello desnudaba el verdadero interés: no se trataba de que Chile debía acceder a un diálogo con Bolivia, sino se estaba cuestionando la vigencia misma del Tratado de 1904. Este triunfalismo inundó a la inmensa mayoría de la sociedad boliviana y muchos de los coautores de este libro, reconocen autocríticamente que quedaron presos de ese clima emocional.
Asimismo, las criticas apuntan a la estrategia de judicialización de la relación bilateral –abandonando la diplomacia-, unida al clima de denostación hacia nuestro país y sus autoridades. Esa estrategia equivocada, en opinión de varios de los autores fue acompañada de una marcada politización en el manejo del tema marítimo.
Algunas opiniones son mas críticas aún, reclamando que dicha politización alejó totalmente a los diplomáticos de carrera del tema y en cambio poblaron el Servicio Exterior boliviano de representantes políticos con poca experiencia. No son pocos los que a su vez reclaman el reemplazo de juristas bolivianos por los abogados extranjeros contratados, algunos de los cuales, como el español Antonio Remiro Bretton, reforzó las visiones mas ideológicas que caracterizan a la cúpula del MAS.
Por cierto, de buena parte de los trabajos surge la legítima demanda de que la ciudadanía boliviana de saber cuales fueron los errores, y que es tiempo de autocrítica y de rendición de cuentas.
A su vez, el libro recoge las erráticas posturas asumidas por el gobierno después del fallo, desde la negación: “Bolivia no sufrió derrota”, o los inentendibles pronunciamientos respecto a “enviar una carta a la ONU”. Al tiempo que se hacen declaraciones respecto a abrir salidas al Atlántico a través de vías fluviales.
El clima de duelo luego del fallo fue rápidamente reemplazado por el adelanto de los preparativos electorales de cara a las elecciones presidenciales de octubre de este año. No son pocos los que denuncian –no es materia del libro- que las autoridades tratan de dar vuelta la hoja rápidamente ante la derrota y con ello salvar las responsabilidades.
Lo cierto es que Bolivia es la única llamada a examinar el resultado de este capitulo de su diplomacia. Son los bolivianos los que deberán extraer sus propias conclusiones, pero obviamente es un tema que convoca nuestro interés.
¿Y Chile?: ¿durmiendo en los laureles?
La victoria política, diplomática y jurídica que Chile obtuvo en esta oportunidad permite extraer algunas lecciones obvias.
La primera es de Perogrullo: cuando todo Chile trabaja unido, con trasparencia y capacidad profesional su política exterior, es posible defender nuestro Interés Nacional. Da lo mismo quien fuera nuestro Agente (pasamos de Bulnes a Insulza y concluimos con Grossman), pero la postura fue la misma: estatal, sobria y sólida.
Pasaron varios gobiernos, pero la política y los equipos se mantuvieron. Se creó un amplio equipo Asesor (varias decenas de expertos transversales), el consejo de ex cancilleres (desde los de Pinochet hasta los de hoy) funcionó con regularidad. El Congreso fue informado y apoyó transversalmente. Los medios fueron debidamente atendidos, especialmente con el exitoso diseño comunicacional elaborado por Ascanio Cavallo y su equipo. En fin, Chile se movilizó con espíritu nacional, como debe ser en estos temas.
Ganamos, bien. Pero llama la atención que hasta la fecha no hemos realizado, como Estado, una evaluación, no hemos sacado las llamadas “lecciones aprendidas”. Mismas que deben ser extraídas en las buenas y en las malas. No es bueno, y estamos a tiempo de hacerlo. El triunfo en La Haya despeja un escollo en la relación bilateral. Por lo mismo abre el espacio a pensar en una etapa renovada de relación con Bolivia, con quien siempre seremos vecinos, y como tales, tendremos temas comunes que atender en mutuo beneficio.
Un pronunciamiento en este sentido emitió hace unos días la Cámara de Diputados, no ha sido recogido a la fecha por la Presidencia, seria bueno conocer las razones para ello. No sólo los diputados sino el país entero, tres regiones de Chile tienen frontera con Bolivia, comparten desafíos migratorios, aduaneros, comerciales, de lucha contra el delito transnacional, de integración, en fin, los naturales temas de toda nación vecina.
Toda política debe ser evaluada en sus resultados. No volvamos a cometer el error en las llamadas “cuerdas paralelas”, estrategia fallida seguida por nuestras autoridades ante el litigio con el Perú. En aquella oportunidad, a las prisas de un cambio de gobierno, no solo no hicimos la debida “critica a la maniobra” sino que además desplegamos una precipitada aplicación de la sentencia sin preocuparnos que nuestra contraparte actuase con reciprocidad. Ese juicio, como Estado, el juicio a las “cuerdas paralelas” está pendiente en aras del interés superior de Chile.
No repitamos errores, y saquemos lecciones de la victoria de La Haya. Sobre ello, reflexionemos sobre la nueva etapa de la relación entre nuestras naciones, que en opinión de este suscrito, podría dar paso a sincerar nuestra representaciones, de momento cada país tiene un Embajador acreditado como Cónsul, lo que podría dar paso a la construcción de un canal diplomático a plenitud.