Tomemos las mesas y las sillas de la sala de clases y llevemoslas al borde de un río, la profesora en medio de un bosque, el estudiantado en una loma, dejamos atrás la sala de cuatro paredes ordenada de forma simétrica y frontal al maestro. Incluso, borremos las sillas y las mesas del cuadro y dejemos al grupo en un camino hacia la montaña. ¿Qué vemos? ¿que sentimos? ¿qué hacemos?
Las respuestas a estas preguntas son infinitas en un lugar como ese, en el camino de la montaña, en cambio dentro de la sala las posibilidades se reducen. “Sala de clases” no es lo mismo que “Aula”. El origen etimológico viene del latín aula que viene del griego αὐλή (aulé) y que se refiere a todo espacio al aire libre o patio y si recordamos las escuelas griegas sabremos decir que las clases se realizaban en espacios abiertos, pues es en la naturaleza donde se puede vivenciar la expresión de todos los saberes.
Así de importante es repensar la educación fuera de la sala de clases y retomar el término aula como un lugar al aire libre lleno de oportunidades de aprendizaje que además vincula a las personas con la naturaleza y la importancia de su cuidado. Salir de la sala no sólo permite aprender cosas nuevas si no re conectarse con la natura, con el planeta, con nuestro hogar común.
Es sumamente valioso entonces un modelo educativo que propicie este tipo de experiencias, en Chile hay ejemplos variados, uno es la pedagogía Waldorf, que ideada a principios del siglo XX por Rudolf Steiner propone la formación no sólo del pensamiento (contenidos) sino también el desarrollo de anímico (asombro) y de la voluntad (acción) de las personas. Esto quiere decir que todos los elementos de la educación y principalmente el docente deben apelar a estos tres aspectos, que Rudolf Steiner denomina facultades.
Por ello toda educación medioambiental debe estar pensada de esta forma, viviendo experiencias que complementen el conocimiento, se conecten con el asombro y el sentir y además tengan una acción concreta que realizar, es decir, práctica, movimiento, voluntad.
De esta forma además se logra lo que llamamos aprendizaje significativo, es decir, experiencias que perduran en el tiempo y generan aprendizajes que son almacenados en la memoria a largo plazo y dejan una huella en las personas que les permite seguir trabajando en ese aprendizaje a lo largo de su vida.
Cultiva trabaja bajo este modelo pues sabemos desde educación que llenar de áridos contenidos teóricos sobre la importancia del bosque nativo no ayudará a germinar la semilla de la conciencia en las personas, debemos incluir la sensibilización e invitarlas a ser parte de una solución real que es: plantar árboles.
Entonces la reforestación para Cultiva es el medio por el cual las personas pueden hacerse más conscientes de una realidad, por eso mucho más relevancia tiene la experiencia educativa de ese participante que la cantidad de árboles plantados.
Cobra sentido que la educación medioambiental esté alineada con este pensamiento. Estar afuera y visibilizar los problemas de contaminación atmosférica, degradación de los cerros, deforestación, sequía, entre otros nos da la oportunidad a todas y todos de ser más conscientes y aprender sobre las causas y ser parte de las soluciones.
Abramos entonces las puertas y salgamos fuera de la sala, veamos cuan grande es este lugar que nos alberga y las posibilidades que nos entrega para conocerla y así poder potenciar la educación medioambiental en el aula.