Todos los medios de prensa nacionales destacaron en sus portadas la impresionante magnitud de la marcha del 8 de marzo (el viernes pasado) y cifras más o menos superaron las 400 mil personas en la principal avenida de Santiago de Chile y a nivel país alcanza al millón de mujeres y adherentes movilizados, un hito para un país donde, por ejemplo, las marchas políticas partidistas NO convocan y para que decir los cierres de campaña de lo presidenciables por ejemplo, se hacen cada vez en recintos o lugares pequeños porque no logran convocar, por ello el análisis que hace este domingo 11 de marzo, el abogado Carlos Peña Cobra relevancia para entender el efecto 8M que podrá tener en este año.
Peña sostiene en su columna «El punto de capitoné»: «Lo que parece estar ocurriendo es que el tema de género -más allá de la igualdad que reclama- se está transformando, poco a poco, en un catalizador de todos los malestares que, carentes de representación simbólica o política, son atraídos por ese «punto de capitoné» que los unifica. Ello es producto no solo de la demanda por igualdad y por crear ámbitos libres de discriminación y de abuso (una demanda urgente), sino de otros abundantes malestares y demandas que, propias de las sociedades que se modernizan, carecen de formas de representación política».
A continuación el texto completo del análisis de Carlos Peña:
«Lo que más llama la atención de las demandas feministas que se manifestaron en la marcha de este viernes no es la justicia de lo que en ellas se expresa, sino el ánimo expansivo que poseen que llegan a cubrir prácticamente todos los malestares que vive la sociedad contemporánea.
¿A qué puede deberse ese ánimo expansivo de las demandas feministas que tiende a hacer suyo, y expresar como una cuestión de género, casi todos los malestares?
El fenómeno, consistente en que una demanda de origen preciso principia poco a poco a cubrir y expresar a través suyo todos los malestares, no es nuevo. Ocurrió con el movimiento estudiantil hace apenas un par de años.
Allí entonces, la totalidad de los problemas sociales fueron reducidos a uno solo. Desde la mala calidad educativa a la segregación social y la estructura de clases sociales, hasta llegar a la desigualdad que se expresa en el índice Gini, se reducían básicamente a un solo problema: el lucro.
El lucro fue entonces, y durante mucho tiempo, lo que un psicoanalista -como se explicará de inmediato- llamaría el «punto de capitoné» del debate público.
Ahora se arriesga el peligro de instalar el género como el «punto de capitoné».
Lacan, el psicoanalista, observó que uno de los problemas que planteaba el lenguaje era descubrir cómo se asociaban los significados al significante, cómo se vincula el perfume y la forma de la rosa, a la palabra rosa (un asunto, dicho sea de paso, que dio origen a un famoso poema de Borges, quien imaginó que en las letras de «rosa» está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo). Pero como es obvio, la asociación entre la palabra y lo que designa es más o menos arbitraria, como lo prueba el hecho de que nada hay en el perfume de la rosa que obligue a llamarla así. Esa asociación entre el significado y el significante se producía entonces, dijo Lacan, gracias a una ilusión, a lo que llamó «punto de almohadillado» o «punto de capitoné», un diseño que suele emplearse a la hora de tapizar. Se trata de una especie de botón en torno al cual se recoge la tela, produciendo la imagen que toda ella se hunde o es absorbida por una profundidad, de manera que el observador tiene la impresión de que la tela sale o surge del botón.
Las ideologías operan como el «punto de capitoné» de la vida social, cuando tienen éxito logran reunir en torno a una idea múltiples problemas de la vida social, como si todos ellos se originaran en una sola causa, brotaran de un mismo factor.
Algo de eso -si se atiende a los discursos del viernes- parece estar ocurriendo con el género.
Los discursos en torno al género están transitando desde las demandas consistentes en espantar cualquier forma de discriminación o violencia en razón del género o la orientación sexual, a la idea de acabar con el capitalismo, porque, se sugiere, el conjunto de la formación social en cuyo interior se producen los abusos y la violencia descansaría sobre una inconfesada violencia de género. La distinción en clases, el desamparo a la hora de la vejez o la enfermedad, la explotación y los abusos serían fenómenos parasitarios a fin de cuentas del género y sería solo la mentalidad patriarcal la que cegaría a quienes se niegan a verlo. Al igual que la ilusión de que toda la tela brota del «punto de capitoné», comienza a cundir la imagen que todos esos problemas sociales tienen su semilla en la violencia simbólica y estructural del género.
Por supuesto, los cientistas sociales e incluso las feministas más convencidas, y todas las personas cuando miran el problema con cierta calma, saben que las cosas no son tan simples y que la vida social es más compleja que esa sencilla imagen que sirve para atizar el entusiasmo, pero que no ayuda mucho a la hora de resolver los problemas.
El surgimiento de ese «punto de capitoné» y la eficacia social que empieza a adquirir obliga a preguntar qué causas son las que hacen posible ese hecho en virtud del cual la totalidad de los fenómenos sociales son reunidos bajo un solo factor, proveyendo la ilusión de que bastaría con hacerle frente para que toda la injusticia y el maltrato se disipen.
Lo que parece estar ocurriendo es que el tema de género -más allá de la igualdad que reclama- se está transformando, poco a poco, en un catalizador de todos los malestares que, carentes de representación simbólica o política, son atraídos por ese «punto de capitoné» que los unifica. Ello es producto no solo de la demanda por igualdad y por crear ámbitos libres de discriminación y de abuso (una demanda urgente), sino de otros abundantes malestares y demandas que, propias de las sociedades que se modernizan, carecen de formas de representación política.
Así, la expansión de los temas de género y su transformación en el «punto de capitoné» de la esfera pública chilena, no solo es el resultado de la violencia soterrada que se inspira en la discriminación por género u orientación sexual; también es el fruto de la incapacidad de las fuerzas políticas para contener y dar sentido a los múltiples malestares que aquejan a la sociedad chilena», sostiene el abogado.