El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, realiza un agudo análisis respecto a la discusión por los impuestos, indicando que es la única parte del debate público en donde aún existe una diferencia entre la izquierda y derecha, explicando que también en donde pueden definir tanto su identidad como la forma de concebir la vida social.
En su habitual columna, Peña señala que “la vida política suele entrar en amplios letargos, espacios en los que no ocurre nada o casi nada: solo pequeños heroísmos presidenciales, ministras audaces, chascarros, cosas así. Pero de pronto aparece un tema, un asunto en cuyo derredor se configuran posiciones a las que subyace la verdadera identidad de cada fuerza política, la forma en que finalmente comprenden la vida social y si no fuera exageración el corazón humano”.
Al respecto sostiene que “la derecha cree, aunque no suela confesarlo, que es difícil justificar moralmente los impuestos y piensa que, además, pasado un cierto límite son ineficientes. La falta de justificación moral derivaría del hecho de que los impuestos son una extracción coactiva de rentas, una privación forzada de la propiedad que, observó Locke, es casi una extensión del dominio que cada uno tiene sobre sí mismo. Si no es posible mejorar a algún miembro de la sociedad sin perjudicar a otro, entonces cualquier distribución, dijo Pareto, es prima facie incorrecta. Y además, agrega, suelen ser ineficientes porque desalentarían el esfuerzo personal. A sabiendas que el esfuerzo adicional será para otros, los seres humanos preferirían no ejecutarlo. El resultado es que la riqueza no crece y el bienestar de todos se estropea”.
Menciona que lo anterior es la posición que ha tomado la Sofofa, afirmando que “de esos dos argumentos, el primero suele no confesarse -salvo los true believers que fieles al credo se niegan a callarlo- y se insiste en cambio en el segundo. No es cicatería el intento de bajar impuestos, sería generosidad con los más pobres. Este argumento tiene la ventaja retórica de que no apela al propio interés, sino al ajeno, para justificar la baja de impuestos o resistir su alza”.
“La izquierda, en cambio, piensa que la riqueza, cualquier riqueza, siempre equivale a trabajo acumulado, se trataría de un resumen de trabajo vivo o muerto, solo que ajeno. La acumulación de riqueza sería el fruto de una apropiación -la apropiación del plusvalor que produce el trabajo-, de manera que los impuestos no hacen más que volver a la vida social una parte del trabajo que ha salido de ella. Hegel y Marx creyeron que la división del trabajo moderna incrementaba la riqueza, pero hacía olvidar que todo trabajo tiene como origen y destino la vida social, no el interés privado. Los impuestos son una parte de ese origen olvidado de toda riqueza”, explica.
Peña precisa que no existen discrepancias técnicas en cualquier debate sobre impuestos, ya que son una “de esas desavenencias que se pueden resolver fácilmente, sacando cuentas con lápiz y papel, a punta de buena voluntad, de buenismo, mediante mesas redondas y sonrisas. No es que las fuerzas políticas estén de acuerdo en los objetivos y solo discrepen en el mejor modo de alcanzarlos, uno mediante el crecimiento y el otro mediante la distribución”.
“Ese modo de plantear las cosas esconde el origen o, mejor todavía, la identidad de los puntos de vista de la izquierda y de la derecha que son, como se acaba de mostrar, puntos de vista opuestos, puntos de vista que discrepan acerca de las bases de la vida social”, mencionó.
Al respecto, indica que es irónico que la única parte del debate público donde todavía se note la diferencia entre la izquierda y la derecha “sea en un asunto que a primera vista es propio de contadores y de economistas, esas personas que piensan la vida social a fuerza de simplificarla. Y es que como subraya Sloterdijk, en sus trabajos sobre fiscalidad voluntaria, a pesar de las apariencias, la forma de concebir los impuestos resume todo o casi todo”.
“Por lo mismo que se trata de un asunto de importancia -un asunto que mantiene viva la identidad de cada uno y, por esa vía, el vigor de la vida cívica- quizá no sea del todo bueno alcanzar un acuerdo muy rápido, en un juego de toma y daca como el que insinuó un dirigente empresarial con ánimo de donante (consintamos subir los impuestos personales a cambio de aprobar la reforma, sugirió el presidente de la CPC), sino que la disputa continúe como una forma de dibujar dos maneras de concebir la vida social y las obligaciones recíprocas, si las hubiere, que tienen entre sí los miembros adultos de una sociedad democrática. ¿Acaso los deberes recíprocos de los miembros de una sociedad democrática no son lo más importante que la política debe, cada cierto tiempo, ir definiendo?”, añade.
Por tal motivo, planeta que “si la izquierda no es capaz en un tema como este, de allegar argumentos distintos a los contables, si no logra producir argumentos que le permitan mostrar ante los ojos de la ciudadanía una cierta identidad, una forma razonable y plausible de concebir la vida social, si no logra argüir cosas distintas a las que arguye el ministro Larraín, entonces tendría bien merecida la inmovilidad a la que, hasta ahora, parece estar condenada”.
Finalmente, expone que “los impuestos son hoy la única arena donde cada uno puede definir su identidad, la forma en que concibe la vida social y, sin exagerar, el corazón humano. No hay, pues, que apresurarse por terminar este debate”.