Además de eso, no tiene nada del otro mundo, más allá de propiedades desintoxicantes. Históricamente, desde mediados de 1800, este carbón ha sido usado para tratar a pacientes de envenenamiento o intoxicación y en los años 60 los hospitales empezaron a usarlo en las salas de emergencia. Pero en 2014 las cosas cambiaron.
Hace unos años los expertos/obsesionados con el tema de la salud decidieron tomar una sustancia usada para limpiar tu estómago y convertirla en la tendencia “healthy” más popular del mundo.
Jugos, panes, postres, pizzas y más productos enriquecidos con carbón activado y pintados de negro empezaron a aparecer por todos lados, y a convencernos de que este era el secreto para una vida mejor. De que ponerle carbón a una taza de café iba a acabar con todos nuestros problemas de salud y ayudarnos a eliminar todas esas toxinas dañinas a las que nos exponemos todos los días, y todos lo creímos.
No te vas a morir por tomar carbón activado, pero el Dr. Andrew Stolbach, toxicólogo y médico de emergencias en el hospital Johns Hopkins (uno de los más prestigiosos del mundo), le dijo a The Outline que, hasta la fecha, no existe ningún estudio que pruebe que existan beneficios de agregar carbón activado a tu dieta.
Además, Kerry Torrens, nutricionista de la BBC, comentó que no hay ninguna evidencia que soporte la teoría de que consumir carbón activado tiene algún beneficio y que la idea de que tu cuerpo necesita ayuda extra para eliminar toxinas es un mito.
Desde un punto de vista médico, como asegura el Dr. Stolbach, ponerle carbón activado a tu comida no es dañino, no te va a salir un tercer ojo ni nada por el estilo, pero tampoco tiene ningún beneficio claro.
Cuando se trata de la pasta de dientes, el carbón activado tal vez no es la mejor idea ya que, según algunos dentistas, como John Brooks de la Universidad de Maryland, podría dañar el esmalte natural de tus dientes dejándolos más vulnerables.
Los expertos están convencidos de que pagar extra por algo que tiene carbón activado es un desperdicio de dinero.
Fuente: GQ