jueves, abril 25, 2024

Peña tilda designación de Pablo Piñera como “familiarismo amoral” y no de nepotismo

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Como un “familiarismo amoral” y no nepostismo califica el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, la designación hecha por el Presidente Sebastián Piñera de su hermano Pablo como embajador de Chile en Argentina.

En su habitual columna de opinión en El Mercurio, el académico señala que «el problema que la designación de Pablo Piñera revela es que a veces el Presidente parece estar muy cerca de lo que la literatura llama «familiarismo amoral», esa tendencia humana -pero demasiado humana para un político que quiere ser moderno- de creer que solo los vínculos familiares o la amistad son garantía de confianza«.

En su opinión, Peña sostiene que nombrar a su hermano en una legación diplomática “tiene la virtud de un síntoma, de un signo que acusa algo subyacente que va mucho más allá de lo que aparenta. Se trata de la confianza”.

En Chile existe la arraigada creencia -y en la cultura de la derecha es muy intensa, como la nominación de Pablo Piñera lo pone de manifiesto- de que la confianza que necesitan las sociedades es sobre todo fruto de la comensalidad, del parentesco, de la amistad, de los salones, de las fiestas familiares, de las trayectorias vitales compartidas desde el colegio a la universidad”, menciona.

Y se pregunta si esta creencia es correcta, a lo que responde que “no”, citando ciertos análisis y estudios de Robert Putnam que “mostró que había altos niveles de confianza horizontal (igual a la que acá debe existir entre el Presidente Piñera y su hermano). ¿Por qué entonces el sur de Italia era pobre y el norte, en cambio, donde la confianza parecía menos personal, era más próspero? Lo que ocurre, observó Putnam, es que la confianza con raíces puramente familísticas no permite la cooperación ampliada ni selecciona a los mejores. En el sur de Italia, observó Putnam, hay mafias con confianza férrea, pero no hay reglas; hay abrazos entre hermanos, pero no cooperación entre ciudadanos; hay lealtades a la familia, pero no hay confianza hacia el Estado”.

Y agrega que “y es que para tener lealtades al Estado y las instituciones, deben construirse, y para ello hay que comenzar a practicar, lo que se denomina una confianza abstracta”.

Usted para relacionarse con otro ser humano e intercambiar el producto de su trabajo o de su esfuerzo personal, no necesita incurrir en mayores esfuerzos comunicativos. La presencia del dinero y del mercado permite que las interacciones humanas se vacíen de significado y no todas estén mediadas por la comunicación. En el plano más general, esto significa que la confianza que está a la base de las relaciones humanas se traslada desde la confianza en las personas, a la confianza en los roles o las instituciones. Hoy día, como sugiere Giddens, no se confía en personas, sino en sistemas expertos, en organizaciones, en una serie de procedimientos estandarizados que siguen la rutina certificada por la ciencia y la tecnología. No se confía en el abogado, sino en el estudio; no en el médico, sino en la clínica; no en el maestro, sino en la escuela o la universidad. Usted en una organización moderna confía en los procedimientos que la constituyen, al margen de quienes se desempeñan en ella”, añade.

Peña sostiene que cuando la confianza es “abstracta y reposa en los procedimientos y las instituciones, es muy fácil que grandes grupos de personas puedan cooperar entre sí y el talento excepcional aparezca”.

Sin embargo, explica que “en cambio, cuando la confianza es personal y deriva de las relaciones familiares, el círculo, incluso si la familia (como parece ser la del Presidente Piñera) tiene proporciones bíblicas, es muy pequeño. Y el talento… modesto. Max Weber lo advirtió muy temprano: la modernidad comienza cuando se separa el hogar de la fábrica, la familia de la política, la evaluación del afecto”.

En esa línea, precisa que la designación de Pablo Piñera “no es un problema porque en ella se verifique un conflicto de interés, tampoco porque envuelva un problema ético y ni siquiera porque exista un obstáculo legal. Es peor. Es un problema porque esa designación pone de manifiesto un rasgo profundamente arraigado especialmente en la cultura de la derecha (alimentado por la endogamia, el mito del linaje compartido y un circuito educacional cerrado, que va desde la escuela a la universidad), consistente en tejer confianzas subjetivas y no, en cambio, confianzas abstractas hacia las instituciones”.

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