El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, salió en defensa del ex candidato presidencial José Antonio Kast, criticando la agresión sufrida en Iquique y defendiendo a la democracia como sistema político que permite la convivencia pacífica con “el enemigo”.
En su habitual columna en El Mercurio, Peña sostiene que lo ocurrido con Kast no hay que minimizarlo, advirtiendo que lo más grave de todo son “las justificaciones que, soterradamente o no, han circulado para justificar la agresión de que fue objeto o el silencio que algunos han guardado frente a ella”.
“Se ha dicho, por ejemplo, que José Antonio Kast estaría en una verdadera cruzada de provocaciones de tinte fascista, incompatibles con los principios liberales que esgrime para llevarla a cabo. Así, defender su derecho a expresarse, a reunirse con estudiantes para dar a conocer sus ideas (que van desde la gratitud a la dictadura, el conservadurismo moral y la tenencia de armas al rechazo de las demandas de los pueblos originarios), sería un acto ingenuo, una conducta de «imbecilidad objetiva» que acepta sin mayor reflexión una obvia inversión de papeles: Kast como la víctima a la que se hace callar a golpes y quienes lo golpearon como los victimarios que transgreden los principios de la convivencia. Pero, se insinúa, ¿no está la verdad en la situación inversa? ¿No es Kast quien aboga por legitimar actos violentos (como la exclusión de los pueblos originarios, la tenencia de armas, el no reconocimiento de minorías sexuales, etcétera) y quienes lo golpearon sus víctimas invisibles que, al impedirle hablar, no hacen más que defenderse?”, explica.
En ese sentido, señala que “condenar la agresión a Kast sería propio de bienpensantes, de liberales ingenuos y tontos que no saben que cuando condenan ese tipo de actos y permiten que gente como Kast circule esparciendo sus ideas, están en realidad socavando más temprano que tarde las mismas instituciones y principios (la libertad de expresión, el pluralismo) que ahora invocan. ¿No fue el mismo Karl Popper quien acuñó la expresión «sociedad abierta», quien aconsejó no ser tolerante con los intolerantes? ¿A qué viene entonces tanto escándalo?”.
El académico se plantea entonces si “¿son correctos esos argumentos? ¿Será verdad que defender el derecho de Kast a expresarse es una tontería sin nombre que olvida la verdadera índole de lo que aquí está en juego? A pesar de su apariencia, esos argumentos deben ser rechazados”.
Peña mención que existen dos razones que permiten mostrar por qué, añadiendo que “en primer lugar, se encuentra el hecho de que la democracia, allí donde existe, consiste, justamente, en esa tontería aparente, en esa imbecilidad objetiva de dar la palabra a todos -incluso a quienes la amenazan- renunciando a cualquier forma de coacción para acallarlos. ¿Cuál es la razón de esa aparente ingenuidad? Lo que ocurre es que la cultura democrática -que quienes llevaron a cabo esa golpiza parecen no compartir- reposa en la confianza que las mejores ideas para la vida colectiva solo pueden refulgir en el debate y que el diálogo es la única forma de desbrozar la selva de las opiniones para que la verdad pueda aparecer. Hay, pues, una razón, por llamarla así, epistémica para nunca recurrir a la violencia en una democracia liberal: el diálogo sería la mejor manera de cerciorarse de que el propio punto de vista es el mejor. Un demócrata (y un universitario) siempre abriga el temor de estar equivocado, y por eso siempre se dispone a escuchar y somete lo que cree o piensa al juicio ajeno”.
“En cambio, quienes recurren a la coacción o a las patadas -como quienes golpearon a Kast- suelen ser fanáticos de espíritu cuasi religioso, que atesoran las ideas como una superstición pensando que lo que ellos creen u opinan no necesita ser confrontado, porque sería correcto o verdadero ex ante cualquier diálogo o debate”.
Respecto a la segunda razón, Peña plantea que es la más importante porque alude a la índole ética de la vida democrática.
“La experiencia ética consiste en distanciarse de los propios impulsos, en la capacidad de suspender la pulsión alimentada por la rabia o la sensación de injusticia, y dar paso a la reflexión racional que se pregunta si lo que la emoción invita a hacer debe, en efecto, hacerse. La posibilidad de esa experiencia ética (nada menos que la distancia entre lo animal y lo humano, según enseñaba Kant) es lo que funda a la democracia y la universidad. Por eso, recurrir a la coacción, o justificar que otros recurran a ella, renunciando al momento reflexivo que el diálogo representa, es abandonar la condición de posibilidad de la democracia y de la universidad”, explica.
Y citando a Carl Schmitt, precisa que “enseñó que en la base de la política estaba la distinción entre el amigo y el enemigo.Pero incluso quienes aceptan esa observación de Schmitt no deben olvidar la corrección de Ortega y Gasset: la democracia consiste en la decisión de convivir pacíficamente con el enemigo”.