La escultura de Rebeca Matte ubicada en el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes era lo primero que veía al aproximarme al edificio donde trabajé durante muchos años. Esa potente obra de arte que encarna el dolor, el duelo infinito de Dédalo por la muerte de su hijo Ícaro, me recibía diariamente.
Uno de mis nietos me preguntó por qué no había ido a verla después del accidente que la dañó. Le respondí que por la pena que sentía.
Entre el museo y la escultura hay una simbólica conjunción después de estar juntos por más de 80 años de historia común. El primero no sería el mismo sin la presencia del monumento escultórico.
La escultura mutilada en este segundo duelo se podrá restaurar, y quizás este episodio accidental se olvide. Pero lo que no debe olvidarse es la extrema fragilidad de nuestros bienes artísticos y la necesidad de cuidarlos y protegerlos.