sábado, abril 20, 2024

Peña pone en duda misión de Scicluna y dice que «cuando estos casos se repiten con regularidad en la Iglesia Católica, es porque hay algo que permite se produzcan”

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Una fuerte crítica a la estructura de la Iglesia Católica realizó el rector de la Universidad Diego Portales y columnista, Carlos Peña, poniendo dudas en la misión encomendada por el Papa Francisco al obispo de Malta, Charles Scicluna, sobre el obispo Juan Barros, afirmando que si hay actos que se repiten con regularidad al interior de la iglesia “es porque hay algo que permite que se produzcan”.

En su habitual columna en El Mercurio, Peña señala que “el obispo Charles Scicluna sufrió esta semana un ataque de vesícula que obligó a intervenirlo de urgencia. La misión que traía del Papa Francisco -el mismo que, como si fuera un defensor público, esgrimió la presunción de inocencia en favor de Juan Barros- debió así ser interrumpida”.

En tanto, otros casos de abuso -entre ellos la aparente violación casi ritual de un niño- han sido conocidos estos días. Habría sido ejecutada por miembros de la Congregación de los Hermanos Maristas. El caso, espeluznante en sus detalles, se suma a los de Karadima, que al parecer sembró con igual empeño, abusos y vocaciones sacerdotales, y a innumerables otros que, con la indiferencia que suele provocar lo que abunda, se conocen con periodicidad casi semanal. La vesícula de Scicluna somatizó, al parecer, la tarea imposible que tenía encima”, aseguró.

En ese sentido, el académico plantea que “es probable que el enviado del Papa sepa, para sus adentros, que no está en presencia de excepciones, casos anecdóticos o episódicos que, como el robo, el hurto o incluso el homicidio, se distribuyan en las sociedades contemporáneas al azar en todos los grupos sociales. Scicluna debe saber que cuando estos casos se repiten con regularidad y porfía religiosa en la Iglesia Católica, es porque ha de haber algo en su estructura que permite se produzcan.  Su tarea es así imposible”.

Al respecto  explica que “es imposible porque si él la encara de veras, se vería obligado a socavar las bases de su propia autoridad. Porque entre los factores imposibles de obviar en todo este problema hay tres que conviene reiterar una y otra vez. Y de ahí el carácter casi metafórico del ataque biliar que padeció”.

Peña sostiene que muchas organizaciones de la Iglesia equivalen “a lo que Goffman llamó alguna vez una «institución total», un ámbito en el que los seres humanos son aislados y sometidos a una rutina que intenta disciplinar -ya se sabe que en muchos casos de manera infructuosa- su cuerpo y su alma. La escuela es una de esas instituciones totales y la Iglesia es otra. La suma de ambas produce, en muchos casos según se sabe hoy, ámbitos propicios para el abuso, especialmente de niños y de jóvenes. Si la Iglesia no modifica sus pautas de interacción -si no abandona su carácter de institución total- es bien difícil que este tipo de casos deje de ocurrir con la frecuencia repugnante con que hasta ahora ocurren”.

Agrega que “el segundo factor es la tolerancia que la Iglesia Católica posee frente al abuso. Este es un aspecto que se subraya poco. Pero todos saben que incrustada en las creencias de la Iglesia -con gran valor terapéutico, pero nula utilidad en el control social de las conductas- se encuentra la convicción de que el pecado, o si se prefiere el tronco torcido de la humanidad, siempre puede ser perdonado. La confesión (fuente a su vez, según se sabe por estos días, de abuso de niños) es el rito performativo que permite aislar en la conciencia el acto abusivo, tacharlo mediante la oración y empezar de nuevo”.

Siguiendo con su explicación, Peña menciona que “todos los creyentes que confiesan sus pecados de manera regular (para hacerlo deben cometerlos también de manera regular) saben esto perfectamente. Este rasgo de la Iglesia Católica, fuente de su popularidad dicho sea de paso, lo subrayó Max Weber cuando dijo que condenaba al hereje, pero comprendía al pecador. Si la Iglesia Católica abandonara este punto de vista, dejaría, para muchas personas, de ser lo que es: un mecanismo ritual y performativo para evitar, con periodicidad semanal, la herida de la propia conciencia”.

Como tercer punto, el rector de la UDP sostiene que “la Iglesia Católica es la única religión que reclama para sí ser, además, un Estado que tiene derecho propio, que participa de las relaciones internacionales y que posee plena conciencia que, como recordaba Maquiavelo, «el primer deber del Príncipe es seguir siendo Príncipe», de manera que nada de lo que haga o consienta debe desmedrar su poder. Este carácter estatal de la Iglesia le provee de una suerte de razón de Estado que le permite abandonar la ética de la convicción y atender, cuando es necesario, a las consecuencias. Si es verdad que sus convicciones le invitan a condenar los abusos, la conciencia del poder que debe preservar le lleva a ocultarlos”.

Finalmente, su columna concluye precisando que “en su convalecencia, y en medio de las molestias post operatorias, esa pequeña cruz que por estos días sobrelleva, Scicluna sabe que la misión que se le ha encomendado tiene mucho de farsa, de una puesta en escena que no desmedrará ni siquiera por un momento la estructura de la Iglesia, la misma que hace posibles los actos que, sin embargo, y fiel a la capacidad de conciliar las cosas más opuestas (Carl Schmitt la llamó por eso complexio oppositorum ) él declarará solemnemente condenar”.

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