El domingo 7 de enero, el abogado y columnista del viejo Mercurio publicó una columna titulada «¿Qué logrará el Papa?» en la que cuestiona dicha visita ya que «su carácter de Vicario de Cristo está entregado al misterio insondable de la fe. Y sobre eso en la esfera pública no hay nada que decir. Como sugirió Wittgenstein, acerca de lo que no se puede hablar es mejor guardar silencio. Pero no ocurre lo mismo con su carácter de jefe de la Iglesia. La Iglesia Católica pretende orientar normativamente la vida de las personas y la vida de la cultura. Y en este último carácter debe estar sometida al escrutinio público.
(Ver Nota completa prublicada por Infogate: Carlos Peña baja las expectativas a la visita de Francisco y se pregunta: ¿Qué logrará el Papa? y se responde: “Poco, casi nada”)
Este martes, Peña publica una nueva carta, en respuesta a algunos críticos de su análisis) sealando que: «La visita del Papa Francisco, se explica en la columna, tiene dos dimensiones. Una de ellas se relaciona estrictamente con la fe, con la buena nueva que Francisco dice portar y que los creyentes abrazan (guiando todos los pormenores de su vida, es de suponer, por los preceptos que de ella derivan). La otra dimensión es, por decirlo así, cultural. Atinge a la orientación normativa que en la esfera de la cultura la Iglesia Católica pretende ejercer. Lo que sugiero en la columna es que de esas dos dimensiones, la segunda está entregada al escrutinio público, como lo está cualquier punto de vista que quiera orientar, conducir, guiar o criticar la vida de los ciudadanos. Y no es correcto esgrimir la primera dimensión (la inescrutable fe) para pretender que se la ofende cuando se examina la segunda (la influencia cultural que la Iglesia pretende).
La tarea de los medios de comunicación no es la de promover la visita de Francisco con beatífico entusiasmo, sino someterla a escrutinio, como se hace con todas las actividades que pretenden dirigir la vida en común.
Ahora bien, cuando se examina la visita de Francisco en la segunda dimensión (que, como digo, es la única que puede ser sometida a escrutinio) los problemas saltan a la vista. Desde luego, la Iglesia pretende orientar la moral sexual de las personas pero, al mismo tiempo, se muestra comprensiva con la conducta delictual, o casi, que algunos de sus miembros mantienen en esa esfera (como lo muestra el homenaje al cardenal Law, no obstante que este hizo la vista gorda frente al abuso de niños, o el nombramiento de Juan Barros, discípulo cercano de Karadima). Se suma a ello la poca novedad de las tesis ecológicas de Francisco (que se pueden leer también en cualquier crítica de la época técnica) y sus ideas frente a la cultura de la época que recogen el lugar común del malestar (algo que se encuentra en todas las ideologías, desde el marxismo al New Age) pero sin ser capaces de modificarlo siquiera un ápice. Y para qué decir su posición frente al divorcio o la homosexualidad, comprensiva a la hora de las declaraciones ante los medios, pero condenatoria en la doctrina (que sigue incólume e implacable).
Todo eso podría explicar el bajo prestigio que el Papa tendría, según muestran los estudios de opinión (vg.r Latinobarómetro, Cadem). Y predecir que con la visita no pasará nada. Salvo, claro, la fugaz conmoción emocional que provocan los actos de masas.
Lo anterior admite, por supuesto, réplicas; pero ello exige exponer ideas y no sólo manifestar molestias.