sábado, abril 20, 2024

Balance del primer año de gobierno de Donald Trump y su relación con América Latina: más odio que amor

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Insultos a México, amenazas de intervención militar contra Venezuela y enfriamiento del deshielo con Cuba: la política del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia América Latina durante su primer año en la Casa Blanca se ha alejado notablemente del acercamiento que buscaba su antecesor Barack Obama.

México fue durante 2017 la «bestia negra» de Trump en América Latina, como se veía venir después de que el entonces candidato presidencial republicano insultara durante la campaña electoral a los mexicanos indocumentados en Estados Unidos llamándolos «violadores», «criminales» y «narcotraficantes».

La insistencia de Trump en construir un muro antimigración en la frontera con México y cobrar su coste al vecino del sur motivó al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, a cancelar la visita que tenía programada hacer a Washington el 31 de enero de 2017, que lo habría convertido en el primer mandatario latinoamericano en reunirse en Washington con el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Aun así, Peña Nieto se esforzó desde la investidura de Trump por mantener un tono de distensión y respeto diplomático con la nueva Administración estadounidense, pese a que el magnate neoyorquino nunca dejó de amenazar a México con la expulsión masiva de indocumentados y con la salida de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta o TLCAN) si la revisión del acuerdo, impuesta por él, no resultase claramente favorable a su país.

Al final, sin embargo, la sangre no llegó al río durante el primer año de la presidencia de Trump: la construcción del muro, menos extenso que originalmente previsto, se retrasa por la falta de medios financieros aprobados por el Congreso, el número de mexicanos expulsados incluso fue inferior al que se registró durante el último año de la presidencia de Obama, y la renegociación del Nafta sigue su curso, sin interrupciones.

Trump también recuperó la dura retórica anticastrista de anteriores gobiernos estadounidenses para exigir cambios democráticos y respeto a los derechos humanos en Cuba, dando marcha atrás en el histórico deshielo impulsado por Obama, quien en marzo de 2016 se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar la isla en 88 años.

Aunque no ha amenazado con romper otra vez relaciones con la «dictadura» cubana, Trump cosechó los aplausos del exilio cubano más duro en Estados Unidos al anunciar en junio un endurecimiento del embargo impuesto a la isla socialista desde 1962 y que Obama no había logrado levantar por falta de apoyo en el Congreso.

Las relaciones entre Washington y La Habana se deterioraron adicionalmente después de que el Gobierno de Trump denunciara una misteriosa serie de ataques acústicos contra diplomáticos estadounidenses en La Habana. En octubre, Estados Unidos expulsó a 15 miembros de la embajada de Cuba en Washington, pocos días después de haber retirado a más de la mitad de sus funcionarios en la isla.

Otra «dictadura» que se convirtió en el blanco de ataques de la Administración Trump es Venezuela, país al que Washington impuso durante 2017 varias sanciones financieras acusando al Gobierno del presidente Nicolás Maduro de violar los derechos humanos y socavar las garantías de la democracia venezolana.

Asimismo, Estados Unidos vetó la entrada al país de decenas de funcionarios venezolanos, acusados de corrupción y represión, e incluyó a Maduro en la lista de los líderes más indeseables, en la que ya figuraban el presidente de Siria, Bashar al Assad, el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el entonces presidente de Zimbabue, Robert Mugabe.

A principios de agosto, Trump dio otra vuelta de tuerca a la escalada de tensiones con Venezuela al advertir de que su Gobierno no descartaba la opción militar para restablecer el «orden democrático» en el país suramericano.

La amenaza de una intervención armada en Venezuela le valió a Trump el enérgico rechazo no solo de los aliados tradicionales del chavismo, Cuba, Nicaragua y Bolivia, sino también de gobiernos conservadores como Argentina, Brasil, Colombia, Perú y Paraguay, que desde la llegada al poder de Trump se habían esmerado en evitar enfrentamientos con la nueva Administración estadounidense y cuyos presidentes fueron los primeros en ser recibidos en la Casa Blanca.

Ante la retórica belicista de Trump, que evocó dolorosos recuerdos de una larga historia de intervención militar estadounidense en su traspatio latinoamericano, el canciller brasileño, Aloysio Nunes, interpretó el sentir de la mayoría de los gobiernos de la región al afirmar: «El tiempo del garrote ya pasó. Nuestro camino es el de la diplomacia, la política, la negociación».

Durante la campaña electoral en Estados Unidos, los presidentes de Argentina, Mauricio Macri, Colombia, Juan Manuel Santos, y Perú, Pedro Pablo Kuczynski, habían expresado su preferencia por la candidata demócrata Hillary Clinton, temiendo sobre todo que los proclamos proteccionistas de Trump perjudicasen sus economías.

Sin embargo, una vez instalado el multimillonario republicano en la Casa Blanca, Macri, Santos y Kuczynski optaron, en un ejercicio de «realpolitik», por desarrollar relaciones cordiales con el nuevo mandatario estadounidense, también unidos por su común animadversión hacia el Gobierno chavista de Nicolás Maduro en Venezuela.

En Centroamérica, el presidente conservador de Honduras, Juan Orlando Hernández, un aliado de Estados Unidos, recibió en diciembre el respaldo explícito de Trump cuando Washington decidió reconocer su reelección en los comicios celebrados un mes antes, pese a las denuncias de fraude de la oposición y la demanda de la Organización de Estados Americanos (OEA) de que se repitiesen las elecciones.

Hernández devolvió el favor que le hizo Trump al apoyar pocos días después, junto con Guatemala, la polémica decisión unilateral de Estados Unidos de reconocer Jerusalén como capital de Israel.

Además, hasta el momento el Gobierno de Trump no ha decidido si suspende para Honduras el llamado Estatus de Protección Temporal (TPS), un programa que permite que personas de determinados países que ya están en Estados Unidos puedan vivir y trabajar legalmente en este país de forma provisoria.

En noviembre, Trump ya había suspendido el TPS para los nicaragüenses y en enero de este año anunció la misma medida, a partir del 9 de septiembre de 2019, para El Salvador, lo que afectará a unos 195.000 salvadoreños que desde hace 17 años tenían permiso para residir y trabajar en Estados Unidos.

A pesar de sus frecuentes críticas y ataques a México, Venezuela y Cuba y el ensalzamiento de sus relaciones con otros como Argentina, Colombia y Perú, América Latina no figura entre las prioridades de la política exterior de Trump, mucho más volcada hacia Oriente Medio y Asia. Su antecesor Obama realizó en 2009, durante su primer año en la Casa Blanca, tres visitas a América Latina, Trump ninguna.

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