sábado, abril 20, 2024

Carlos Peña apaña a Mariana y sostiene que la DC solo ha sido un engranaje que hace funcionar la máquina política y que está en una «crisis profunda»

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En los últimos días, los dichos de la ex ministra de Educación, la decé Mariana Aylwin han provocado un revuelo que para muchos inusitado y amenazan con enjuiciar -políticamente- a la «alocada» Mariana, pero sus dichos para Carlos Peña no tiene nada de alocados. Este domingo el abogado rector, juez y parte de la politología nacional, en su tradicional columna dominical dedica el analista a ella, al fondo de sus dichos y la apaña: «La decisión de Mariana: Mariana Aylwin, con sus declaraciones, ha puesto de manifiesto el papel de la decé en estos últimos años: ser la pieza de un engranaje, la rueda de una carreta en cuya dirección no ha tenido, no vale la pena engañarse, mayor incidencia».

En estos días -especialmente luego de las declaraciones de Mariana Aylwin, quien dijo sentirse más cerca de Chile Vamos que de la Nueva Mayoría- ha vuelto a rondar en el espacio público chileno una pregunta muda:

¿Cuál es el lugar de la Democracia Cristiana?

Al comienzo su lugar no fue el centro.

No.

Su lugar fue el camino propio, un camino jamás hollado que ella misma pretendió inaugurar, una tercera vía intermedia entre el capitalismo y el socialismo, una utopía sincrética, por llamarla así, que anhelaba tomar lo mejor del uno y del otro creyendo que con ello se sentaban las bases de la nueva cristiandad.

El resultado ya se conoce.

Cuando el centro quedó despoblado (no porque la decé lo hubiera abandonado, puesto que nunca lo ocupó, sino porque al radicalizarse privó de sentido al Partido Radical), observó en sus estudios Arturo Valenzuela, el sistema político se desquició. Al no existir un ente que mediara entre los intereses de las mayorías excluidas (entonces existía proletariado de veras) y los grupos dominantes (el llamado bloque oligárquico), las instituciones en su conjunto se volvieron partisanas, perdieron neutralidad, y la democracia se quebró.

La utopía sincrética de la decé había contribuido a dibujar la pesadilla.

La posición de centro de la decé en todas las décadas que siguieron a la dictadura fue el resultado de ese recuerdo que en ella pareció, durante muchos años, operar como un trauma que teledirigía su conducta. La idea de que si el centro se despuebla -la creencia de que si nadie cumple ese papel-, la democracia cruje.

Ese trauma fue el combustible con el que la decé operó buena parte de estos años y fue ese mismo combustible, ese trauma, la que la llevó, casi sin darse cuenta, a adquirir un papel meramente funcional en el sistema político y en la coalición de izquierda: ser el centro, la pieza de un engranaje que encontraba su sentido nada más que en hacer funcionar la máquina de la que formaba parte.

Ese papel que, mirado al trasluz de los sueños iniciales, parece levemente indigno, se acentuó en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet, donde la decé se vio incluso obligada (obligada por un papel que ya no podía fácilmente abandonar) a alejarse de lo poco que en la coalición podía exhibir como idiosincrásico: su tibio conservadurismo moral. La Presidenta Bachelet obligó a la decé a ser leal al gobierno, y la decé lo fue; pero el precio fue alto: dejó de ser leal a sí misma.

Esa es la situación de la DC que las declaraciones de Mariana Aylwin -que no revelan la voluntad de migrar, sino la conciencia lúcida de no estar en parte alguna- ponen de manifiesto.

Se trata de una crisis profunda -¿puede haber una crisis más profunda que desconocer el propio lugar?- que se acentuó ahora que la Nueva Mayoría ya no está arrullada por la mayoría. El murmullo de la mayoría apaga el ruido de la propia frustración; pero, ahora que la mayoría está del otro lado, ¿qué podría apagarla? El poder alcoholiza y apaga los fracasos más íntimos, pero cuando se va, igual que cuando el alcohólico por pobreza o enfermedad debe abandonar el alcohol, los fracasos salen a la luz.

Eso es lo que le ha ocurrido al partido.

El sentido de su lugar en el sistema político -ser el centro que evita los excesos- se acaba de perder o de extraviar, puesto que una vez que la máquina deja de funcionar, ¿qué sentido puede tener ser nada más que parte de un engranaje? Mientras la máquina se movía y el Estado estaba al alcance de la mano, la pobreza ideológica se compensaba con la ilusión de estar al mando; pero una vez que eso se esfumó, la verdad sale a la luz: la DC es el partido de los tropiezos que ha transitado desde presumir tener un camino que nadie había hollado nunca (el camino de Frei padre, de Tomic) a ser el compañero de una ruta que ella no diseñó ni siquiera un ápice.

La decisión de Mariana Aylwin de manifestar su desazón ideológica (que los simplones ven como un abandono o una traición) es de las cosas más auténticas de este último tiempo.

Después de todo, no hay mayor autenticidad que la de reconocer un fracaso», remata Peña.

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