domingo, diciembre 22, 2024

La gran fractura que recorre el mundo

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Por diversas razones, en las últimas semanas me ha tocado escuchar una propuesta con similares palabras: “ha llegado la hora de convocar a los filósofos en esta región, a ver si nos dicen como salir del abismo”.

Esa podría ser una buena idea porque en nuestras sociedades se están viviendo fracturas profundas y las respuestas están lejos de ser nítidas y concretas. Se habla de tiempos de incertidumbre, donde el principal patrimonio perdido es la confianza. Hay una tarea urgente: hacer nítidos y sólidos los valores esenciales capaces de dar sustento a “lo común”. Allí es donde los profesionales del pensar debieran pasar al frente, mientras el resto (políticos, empresarios, dirigentes sociales, instituciones juveniles, femeninas, religiosas y sindicales, entre otros) conforman un coro respetuoso, dispuesto a entender las nuevas determinantes del futuro.

En el Informe 2016 de Latinobarómetro hay unas frases contundentes que debieran encender todas las alarmas: “La caída del apoyo a la democracia en América Latina o su estancamiento, según el país, es evidente. Podemos sólo esbozar los motivos por los cuales esto sucede, pero en ninguno de los casos se trata de fenómenos pasajeros o de fácil solución… Son evidentes la corrupción, la violencia, la inclusión, el acceso, la desigualdad que no logran controlarse y superarse. Los motivos del declive o estancamiento de la democracia son claros, los ciudadanos ya no aceptan lo que era aceptable hace diez años atrás”.

Y allí hay una fractura esencial cuando la ciudadanía siente cada vez más insuficientes las soluciones que le ha dado la democracia. Vienen tiempos de elecciones en varios de nuestros países, pero no pareciera estar en el debate esa distancia mayor entre conducción política (instituciones y partidos) y conciencia ciudadana de hoy, donde lo global y lo local se articulan en un todo que configuran un imaginario nuevo de aspiraciones.

El optimismo se erosionó. Y no es sólo un dato de nuestra realidad, también emerge en el mundo desarrollado. Encuestas en Estados Unidos señalan que aquel supuesto de una vida mejor para los hijos respecto de los padres, ya está en cuestión: para los nacidos en 1940 ese supuesto era compartido por el 90% de los consultados; para los nacidos en 1980 tal afirmación sólo llega al 50%. Y pregunten a los jóvenes en España y otros países europeos y se podrán constatar las mismas dudas sobre el futuro.

Las elecciones en Francia, en Alemania o en Estados Unidos demostraron cómo se han abierto espacio en la sociedad los partidarios de las polarizaciones y los estereotipos impregnados de ignorancias. ¿Puede pasar lo mismo entre nosotros? Aquí es donde el desafío de identificar grandes idearios se torna esencial. Ya es una obviedad decir que el mundo va cambiando aceleradamente y vamos entrando a otra época. La cuestión es cómo las élites, cómo las entidades de la política y los gobernantes o los que aspiran a serlo, se sacan la camisa del siglo XX y se ponen la que en buena medida ya viste la ciudadanía en el siglo XXI.

Se genera una grieta cuando se definen bipolaridades donde se dice acá los del Estado, allá los del mercado. O cuando se afirma aquí los partidarios de las migraciones, allá los contrarios a ellas, con atisbos de racismo que desconocíamos. Y oposiciones en otros grandes temas también están allí. En cada instancia la presencia de la fractura se ratifica. ¿Es posible reaccionar a ello? ¿Es posible que esta fractura se pueda ir cerrando a partir de una mirada común, de cómo las elites concuerdan trabajar para recuperar la confianza ciudadana? ¿Cómo hacemos para que el Estado y el mercado sean entidades que funcionan adecuadamente, cada una en su campo, y no se las vea como una dicotomía irremontable?

La fractura hay que empezar a llenarla con propuestas que nos convoquen a todos.
No cabe aceptar como sistema aquel de bandos irreconciliables, en circunstancias que hasta ayer creíamos tener los mecanismos para seguir creciendo económicamente, de una manera sustentable, para avanzar hacia una inclusión social donde ese crecimiento llegue a todos. Los tiempos electorales siempre son de debate duro. Pero el marco debe ser una perspectiva compartida, un sentido de país y de región que tiene metas mayores: hoy, un estudio tras otro de los organismos internacionales, nos dicen que eso desea la ciudadanía, pero ésta no recibe respuestas. Por cierto, quien asume el poder de conducir a su país tiene la responsabilidad principal de hacerlo: es una tarea esperando tras estas elecciones que se avecinan.

La fractura social está emergiendo con demasiada fuerza. La desigualdad y la exclusión son madres del escepticismo y la apatía social. Esas son las verdades que llaman con urgencia a una reflexión mayor sobre los valores esenciales bajo los cuales todos trabajemos por una convivencia eficiente y moderna. Para los progresistas, la tarea de hoy es muy concreta: hacer que el progreso llegue a todos. Y reclama una palabra clave: solidaridad. Esa solidaridad tan presente cuando la naturaleza nos golpea y nos demuestra como podemos trabajar juntos ante desafíos mayores. Ojo, que la fractura social también puede ser sinónimo de huracán o terremoto.

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