A pocos días del Baile de los Sables y de aquella manifestación de guerra simbólica, ahora cada vez más real hacia Irán, por parte de Estados Unidos y sus aliados en el Golfo, se produce la primera consecuencia de la visita del Presidente estadounidense Donald Trump a Arabia Saudita y que puede convertirse en una trampa para arrastrar a Teherán a una guerra regional.
Siete aliados de la Casa Blanca declararon una guerra, de momento diplomático-económica, contra Qatar, el pequeño país que paradójicamente es la sede del Comando de Estados Unidos para Oriente Próximo (CENTOCOM) y la más grande que posee el Pentágono en toda la región.
En el opaco mundo de la diplomacia árabe, las cosas nunca son lo que parecen. En la superficie, la razón por la que Arabia Saudita, Bahrein, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto y otros, cortaron los viajes aéreos, terrestres y marítimos a la península de Qatar es bastante simple: los estados del Golfo acusan a su vecino de dar socorro al extremismo islámico, hecho que es comprobable.
Y esta acusación se realiza aceptando la hipocresía de Arabia Saudita, con su historia de respaldo a grupos militantes sunitas extremistas en Siria, al estado islámico y su intervención militar en Yemen.
No hay duda de que el clan al-Thani, que gobierna al emirato desde su capital, Doha, ha financiado a militantes que luchan contra el régimen del presidente Bashar al-Assad en Siria e se ha inmiscuido en los asuntos internos de otras naciones árabes a través de su apoyo a la Hermandad Musulmana, especialmente en Egipto.
Doha también abrió relaciones con otros actores de la región, entre ellos, Hamas, los Talibanes y el movimiento de Hezbolá respaldado por Irán.
A pesar de que los lazos de Qatar con Irán nunca fueron tan cercanos como con su vecino Omán, se ha sentido obligado a mantener relaciones con la República Islámica chiíta, en parte, porque los dos países comparten un campo de gas natural.
Pero Qatar, todavía está decidido a trazar una política exterior independiente, porque la monarquía cree que una forma de supervivencia del régimen es tener reconocimiento a nivel regional e internacional.
A pesar de la conveniencia de esta narración, hay otras fuerzas en juego. En realidad, Qatar ha sido marginada por sus vecinos hermanos, como dice el lenguaje de la diplomacia regional, por no participar de su visión colectiva para el Oriente Medio, ahora ampliamente compartida por los Estados Unidos.
En cierta medida, Qatar, que alberga a unas 10 mil tropas estadounidenses en la Base Aérea de Al Udeid, tomó la delantera de la doctrina de Obama de compromiso con Irán, lo que llevó al acuerdo nuclear concluido en 2015. Esta alineaciónn diplomática en su momento y la presencia de la base aérea de estratégica importancia significaba que Doha disfrutaba de su propia agenda regional.
Eso ha cambiado con la llegada de una administración muy diferente en Washington y tiene sentido que los sauditas decidieran que este era el momento para actuar. Castigar a Qatar y aislar a Irán, es un precio a pagar por cuestionar la ortodoxia establecida.
Este estallido en el Medio Oriente se suma a la inestabilidad en la región más importante del mundo de exportación de energía. Arabia Saudita es el mayor exportador de petróleo crudo, mientras que Qatar es el hogar de las mayores reservas de gas natural.
Qatar es uno de los pocos países de Oriente Medio que juega un papel de independencia respecto a los intereses de Arabia Saudita. El gas natural le ha permitido durante veinte años desempeñar su propia política exterior alineada con el enemigo regional de Riad, Irán.
Para Doha, Irán no es sólo su socio a la hora de explotar el campo de gas más grande del mundo (North Dome/South Pars), sino que es el país que junto con la India y Rusia le está salvando de convertirse en una colonia de Arabia Saudita.
Y los ataques en Teherán amenazan con escalar el conflicto regional más amplio entre las dos potencias de peso pesado, Irán y Arabia Saudita, en un momento en que el bloque del Golfo aliado occidental se divide contra sí mismo y genera otra fisura en una región por demás volátil.