Lo nuevo radica en la juventud del Presidente –aunque éste nunca haya hecho de ésta un argumento de campaña– y en su carácter de outsider, por su falta de experiencia política, puesto que no siguió los pasos acostumbrados de una carrera construida en el ejercicio de cargos locales de representación popular y de responsabilidades en un aparato partidista.
El 7 de mayo los franceses apostaron por un fenómeno político nuevo, en el marco de un escenario político inédito, donde las dos principales fuerzas políticas del sistema –el PS y Les Républicains– no llegaron a segunda vuelta.
Lo nuevo radica en la juventud del Presidente –aunque éste nunca haya hecho de ésta un argumento de campaña– y en su carácter de outsider, por su falta de experiencia política, puesto que no siguió los pasos acostumbrados de una carrera construida en el ejercicio de cargos locales de representación popular y de responsabilidades en un aparato partidista.
Su proeza radica en la capacidad de conseguir el 66,1% de los sufragios siendo aún un desconocido hace tres años y sin tener un partido detrás de él, a un año de la elección presidencial. Intuyendo tal vez que François Hollande no estaba en condición de ir a la reelección y ante un Partido Socialista en ruinas, Emmanuel Macron permaneció sólo dos años en el gobierno como ministro de Economía, antes de emanciparse de su mentor. Creó En Marche!, movimiento ni de derecha, ni de izquierda, a medio camino entre laboratorio de ideas y partido político, con la promesa de renovar la política superando el tradicional clivaje izquierda-derecha. Los guiños hacia ambos sectores durante la campaña y la excepcionalidad de la trayectoria de Emmanuel Macron volvieron creíble el propósito.
Aunque ese olfato político sólo pueda despertar admiración y sin minimizar el peso que tuvo en ese éxito un cúmulo de circunstancias, como la crisis terminal del PS que dio su apoyo a un candidato poco competitivo, la pérdida de credibilidad del candidato de la derecha tradicional, François Fillon, tras los escándalos de corrupción en los que se vio envuelto y el efecto movilizador de la presencia del Frente Nacional en segunda vuelta, esta nueva investidura plantea una serie de incógnitas.
La primera, tiene que ver no tanto con el hecho de que Macron haya sido “mal electo”, vale decir que cuente con una base electoral frágil (comparativamente con otros presidentes, el argumento no se sustenta), sino con el carácter heterogéneo de la mayoría que apoya al nuevo presidente. Votaron por él centristas, electores de derecha y de izquierda. Ese apoyo diverso le da la posibilidad de concretar su proyecto de superación de los clivajes tradicionales, pero queda por verse cómo se articularán y representarán esas sensibilidades diversas, cómo una identidad inicialmente borrosa (para la izquierda, Macron es de derecha y para la derecha, es la continuidad de François Hollande), logra dar respuestas eficaces a la fractura social que socava Francia.
La segunda gran incógnita es, sin duda, el resultado de las próximas elecciones legislativas de junio próximo. En una encuesta reciente IPSOS/Sopra Steria, un 61% de los franceses no deseaban que el líder de En Marche! dispusiese de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, rechazo particularmente marcado entre los electores del FN, pero igualmente fuerte entre los votantes François Fillon y Jean-Luc Mélanchon. Aquello abriría la puerta a un gobierno de coalición o a una cohabitación.
Por último, Macron tiene como máximo desafío reconciliar a una Francia polarizada, como muestra no sólo el enraizamiento electoral del FN sino también de la progresión de los “Insumisos” de Mélanchon (19,6%), aportando soluciones concretas a los perdedores de la globalización. Lograr la meta ambiciosa de renovar la política implicaría así resolver estos dos desafíos mayores: de gobernabilidad y representatividad.