Este domingo, Carlos Peña, abogado, rector y el «Gran Sermonero» nacional, hace trizas las últimas actuaciones del ex presidente Sebastián Piñera, en una interesante reflexión y análisis que titula: «La displicencia de Piñera». A continuación el texto completo en el que de entrada le da el favor al fondo de la denuncia del diputado Gutiérrez (PC).
La denuncia del diputado comunista Gutiérrez es una denuncia calumniosa, miserable…
Eso dijo este viernes el ex Presidente Piñera, refiriéndose a la querella que, por el caso Exalmar, inició en su contra el diputado comunista Hugo Gutiérrez.
¿Es así?
No.
El día anterior a esas declaraciones, el mismo Piñera había anunciado que de aquí en adelante sometería la administración de su patrimonio a un fideicomiso más estricto que el que la ley ordena. Mientras esta obliga a entregar a la administración de un tercero los títulos de oferta pública, v.gr. acciones, emitidas por entidades constituidas en Chile, él decidió extenderla a las emitidas en el extranjero. Y su familia, su cónyuge y sus hijos decidieron someter sus títulos nacionales al mismo régimen.
¿A qué se debe esa disposición del ex Presidente, y de su familia, a ir más allá de la ley en lo que respecta a la administración de su patrimonio? ¿A simple generosidad espontánea, a una voluntad libérrima de someterse al control, a una liberalidad hasta ayer desconocida?
Ninguna de las anteriores.
La decisión del ex Presidente se debe al hecho de que él sabe que las circunstancias objetivas de su riqueza -no su monto, pero sí las condiciones en que ella se administraba- creaban condiciones objetivas de conflicto de intereses, casos en que los intereses suyos y los generales que debía administrar eran incompatibles, de manera que cualquier observador imparcial, y para qué decir uno interesado como el diputado Gutiérrez, encontraría motivos para la sospecha.
En otras palabras, la índole del fideicomiso que el ex Presidente celebró es la confesión ex post de que las sospechas previas -como la que ha promovido el diputado Gutiérrez- eran, atendidas las circunstancias, plausibles. O, en otras palabras, que la denuncia de este último no era calumniosa.
Y es que, aunque suele olvidarse, el ex Presidente ha sido tradicionalmente displicente a la hora de eludir la apariencia de conflictos de intereses.
La vez anterior en que ganó la contienda presidencial, se aferró con dientes, y con sus pocas uñas, a la administración de sus empresas, hasta que, en el límite, debió desprenderse de las más obvias. Y el fideicomiso que celebró, se sabe ahora, fue apenas parcial. Es como si entonces no hubiera comprendido que para un político, y para qué decir un candidato presidencial, el problema deriva no de su conducta específica, sino de las condiciones objetivas en que ella se desenvuelve. Son las condiciones objetivas las que configuran los conflictos de intereses, no las acciones que en medio de ellas se ejecutan.
En otras palabras -y antes de los auspiciosos anuncios de este jueves-, Sebastián Piñera siempre se mostró más bien laxo y displicente enfrente de los conflictos de intereses, como si ellos fueran un asunto de confianzas personales y no, en cambio, como son, de condiciones objetivas.
Y es que en las condiciones modernas -fruto, dicho sea de paso, del capitalismo que él mismo aplaude-, la confianza no es un asunto de fe en las condiciones personales de los funcionarios o los políticos; ni tampoco producto de la familiaridad que, como resultado de la comensalidad o el parentesco, algunos poseen entre sí; ni menos una cuestión de fe ciega en la subjetividad de nadie, sino que una apreciación de las condiciones objetivas que subyacen en las instituciones. El capitalismo contemporáneo -¿no es eso lo que Piñera está decidido a promover?- descansa en una confianza abstracta en las instituciones y no en los lazos de confianza hacia alguna subjetividad en particular.
El problema de Sebastián Piñera no es la riqueza que ha logrado amasar (la riqueza es un obstáculo para acceder al reino de los cielos, no para acceder al Estado); tampoco la subjetividad que lo anima (el inconfesado desinterés que lo hace mirar a través de su interlocutor sin fijarse en él); ni la actitud circense que, en momentos difíciles, suele adoptar (construyendo frases clichés o haciendo chistes premeditados); ni las ideas que a veces esgrime (que después de todo aliñan un debate más bien escaso), sino su notable resistencia para comprender la índole de los conflictos de intereses, su resistencia a aceptar que no se puede custodiar a la vez los intereses propios y los ajenos, que no se puede ganar y a la vez servir.
Este jueves, Piñera comunicó su voluntad de ampliar el fideicomiso que la ley impone y hay que aplaudirlo por eso; pero la declaración que ese mismo día debió prestar en el caso Exalmar hizo recordar con cuánta desaprensión, con qué notable displicencia, con cuánta falta de cuidado consideró, hasta apenas ayer, los conflictos de intereses.
Y ese recuerdo hizo temer que esa displicencia no sea episódica, sino parte de su naturaleza«, remata Peña.