Una dura defensa al ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, a la agresión que sufrió en la vía pública tras almorzar un completo con el presidente de Codelco, Nelson Pizarro, por lo buenos resultados de excedentes obtenidos por la cuprífera, hizo el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, quien de paso cuestionó a otras autoridades que cuestionaron el accionar la de la calle.
Peña apunta a la “escena más hipócrita” de los ministros Nicolás Eyzaguirre, Paula Narváez y Mario Fernández que cruzaron “al Ministerio de Hacienda para mostrar su solidaridad con el ministro Valdés, que, momentos antes, había sido víctima de escupitajos, monedas e insultos verbales mientras almorzaba en un lugar público”.
¿Hipócrita? se pregunta el académico, a lo que responde “sí, porque Eyzaguirre, Narváez y Fernández son quienes atizan, mediante el silencio o las frases cantinflescas, o recurriendo al ingenio rocambolesco, las demandas de la gente a sabiendas de que muchas de ellas son insensatas o incomprensibles. ¿Por qué entonces lo hacen? Simple: confían en que mientras ellos acunan a la gente, el ministro Valdés ejercerá el duro deber de decir la verdad y correrá el riesgo de enemistarse con ella”.
Sostiene que “la principal verdad de la vida colectiva, o de la vida a secas, es el entorno de restricciones. Y el resultado es que para la gente de a pie, para el hombre medio (el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el hombre medio, observó Churchill), Valdés es un mezquino y un egoísta, un carente de generosidad, por culpa de cuya porfía las pensiones no mejoran. No es la realidad ni los hechos lo que impide satisfacer las pulsiones y las necesidades, razona el hombre medio -y con su silencio los demás ministros, imitadores del hombre medio, asienten-, es Valdés el culpable, quien de manera porfiada e incomprensible insiste en la sorprendente afirmación de que la realidad existe y es independiente de los deseos”.
“No hay pues que extrañarse de que Valdés haya sido insultado primero en el Congreso y luego mientras almorzaba. Si los restantes ministros siguen creyendo que la política es repetir, o simular que se repite, lo que el hombre medio dice, sin jamás contradecirlo o irritarlo, como si la política consistiera en reflejar y halagar lo que él dice o piensa, lo más probable es que el ministro Valdés siga expuesto a otra andanada de insultos y monedas en la siguiente oportunidad que se le ocurra salir a la calle”, explica.
Peña sostiene que “para el hombre medio -el hombre o la mujer de a pie-, sus necesidades y sus deseos son verdades incondicionales, certezas indudables, demandas frente a las cuales cualquier obstáculo, incluso la a veces indócil realidad, debe ceder. Sin embargo, la política moderna, enseña Hobbes, comienza a existir cuando se comprende que esa verdad incondicional debe ser postergada en favor de la coordinación de otras múltiples e ilimitadas verdades incondicionales que, habitando en millones de individuos, y a menudo todas en cada uno de ellos, deben ser poco a poco satisfechas”.
Y agrega que “ese es también el nacimiento de la moderna ciencia económica que surgió, por ese motivo, atada a un concepto que recién se inventó en el siglo XVIII: la escasez. Antes de ese momento, antes que la política y la economía moderna nacieran, la escasez, la convicción de que la realidad es mezquina frente a la verdad incondicional de las necesidades, no existía. Había cosas que escaseaban -el alimento, la vestimenta-, pero la escasez como condición abstracta de la política y la economía se conoció apenas con la modernidad”.
“Esa característica es la que confiere su particular índole al político que desempeña su oficio en democracia: debe conferir reconocimiento a esas verdades incondicionales -las necesidades-, pero al mismo tiempo debe postergar algunas de ellas para satisfacer otras. Cuando el político se dedica nada más que a conferir reconocimiento a esas verdades incondicionales (el temor a la vejez desamparada, la enfermedad) y cree que su labor consiste simplemente en subrayar su existencia y proclamar que hay que ocuparse de ella, guardando silencio acerca del hecho de que la escasez es la condición fundamental de su oficio, se transforma en un simple demagogo, y si no tiene talento (porque para ser demagogo hay que tener la capacidad de entusiasmar) revela ser apenas un mal político”, precisa.
Y reafirma su crítica al sostener que “un ejemplo de un mal político es el ministro Fernández (no se sabe si por distracción o cálculo). Un ejemplo de un mal político es el ministro Eyzaguirre (aunque en este caso no por ignorancia, sino por frivolidad). Una mala política es Paula Narváez (aunque de eso se trata el ministerio que encabeza)”.
“Por eso cuando los tres caminaron a prestar apoyo a Valdés pusieron en escena un magnífico ejemplo de la definición que de la hipocresía daba La Rochefoucauld: fueron el homenaje que el vicio rindió a la virtud”, concluye.