sábado, noviembre 2, 2024

Carlos Peña enjuicia a Revolución Democrática por sanción a Javiera Parada: ¿Religión democrática?

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El 18 de abril Revolución Democrática daba a conocer una inédita medida adoptada por el Consejo Político de la joven colectividad: Bajaba la candidatura a diputada de Javiera Parada, la ex agregada cultural de Chile en los Estaos Unidos. En marzo pasado, Parada, protagonizó un accidente automovilístico en Providencia, al conducir en estado de ebriedad. En esa oportunidad, ella reconoció que «había tomado unas copas, pero cometí el error de manejar el auto porque estaba cerca de mi casa». Esta falta le pasó la cuenta y RD aplicó una drástica sanción que este domingo analiza el abogado y columnista Carlos Peña.

Para entender la columna de Peña, el contexto es que el pasado 20 de abril Javiera Parada, citó a un punto de prensa en el que señaló: «Como es de conocimiento público, el lunes recién pasado el consejo político de Revolución Democrática resolvió rechazar mi candidatura al Congreso por el Distrito N°8. Ante ello quiero señalar, con mucha pena, que no comparto dicha decisión ni los argumentos sobre los cuales se tomó (…) quiero manifestar hoy muy claramente: yo no voy a renunciar a mi partido, Revolución Democrática, ni a la esperanza que hay sobre este partido en tanto motor de cambios que beneficien al pueblo de Chile«, indicó.

Ahora bien, Carlos Peña, va al fondo del juicio de RD que en buena cuentas, para él, se transforma en una decisión talibana.

Javiera Parada, ex agregada cultural de Chile en Estados Unidos, no será candidata a diputada por Revolución Democrática. ¿La razón? Haber conducido bajo los efectos del alcohol.

Hasta donde se sabe, Javiera Parada no cometió un delito, sino una falta y una imprudencia sin consecuencias dañinas para nadie (salvo, según se enteró esta semana, para ella misma y su futuro político).

¿Qué explica entonces la decisión de Revolución Democrática, el movimiento al que ella pertenece?

Se trata de una decisión que descansa -sin coincidir del todo- con un punto de vista razonable: quienes aspiran a manejar los asuntos públicos deben estar sometidos a un estándar de comportamiento superior a la gente de a pie que no aspira a dirigir a nadie.

Sin embargo, en el caso de Revolución Democrática, esa decisión, en vez de haber sido comunicada de esa forma, haciendo explícita la razón que la motivaba, ha estado envuelta en una niebla colectiva y vaga que arriesga que la demanda de un comportamiento razonable se transforme en una ambigua demanda de pureza cuyo cumplimiento, en vez de estar entregado a estándares racionales comunicados ex ante , parece entregado a la decisión de la mayoría. Es razonable que la mayoría establezca y comunique con antelación criterios de buen comportamiento luego de una deliberación racional, pero no es razonable que la mayoría, solo en razón de ser una mayoría, juzgue el comportamiento o la aptitud moral de alguien para ejercer un cargo.

La sanción que se aplicó a Javiera Parada -porque eso fue- pone de manifiesto una de las características que poseen estos movimientos generacionales.

La principal de esas características (fuera del reciente descubrimiento del pensamiento abstracto que los hace concluir verdades irrefutables) es el anhelo de pureza. Los miembros de esos grupos suelen creer que no tienen culpa alguna en los males de este mundo y, amparados en la falta de pasado, creen que la historia es un asunto que les es del todo ajeno y de la que solo podrían ser víctimas o espectadores. Junto con ello, piensan que la vileza y el mal del mundo es el fruto del individualismo egoísta, de la competencia, de la falta de abrigo del grupo, algo que la mayoría, como expresión del colectivo, podría curar de una vez y para siempre.

La conducta de Javiera Parada -pasarse de copas y así y todo manejar su automóvil- es un pecado imperdonable, porque parece desmentir todo ese ideario que anima la autoimagen de esos grupos, que, de pronto, descubren lo que cualquier observador de las culturas juveniles que no se deja llevar por la tentación de ganar el favor de los más jóvenes por la vía de halagarlos, sabe de sobra: que entre los jóvenes hay tanta disposición a la falta de control y al error como en cualquier miembro de la especie humana, y que los jóvenes no están exentos de las culpas de este mundo.

Haber dejado fuera a Javiera Parada porque ella infringió la ley sonaría, y sería, razonable si se hubiera comunicado así en base a un criterio formulado ex ante; pero hacerlo mediante un comunicado vago firmado por una entidad colectiva, para que luego ella misma se desdijera de su renuncia y decidiera salir ante la prensa defendiendo a la mayoría que la había maltratado (olvidando aquello que su abuela le aconsejó a Russell de «nunca sigas a la mayoría cuando actúa mal»), es un signo de que esos grupos deben urgentemente sacudirse el espíritu religioso que parece estarlos animando: el empeño por crear un nuevo ciudadano; la creencia de que el grupo es superior a los individuos que lo componen; que la prueba irrefutable de la corrección de un juicio es el número de manos alzadas que lo apoyan; que el mal es un agregado de pequeños defectos morales, y que las equivocaciones de la mayoría o de la asamblea nunca son equivocaciones, sino pequeños tropiezos en la larga marcha de la historia, algo que no justifica renuncia ni queja alguna porque, después de todo, se trata de conseguir bienes finales frente a los que cualquier esfuerzo o error parece poco. Como dijo el comunicado de la propia Javiera Parada:

«Revolución Democrática y un Frente Amplio que haga del país un espacio para la democracia, la felicidad y la justicia, es algo a lo que no podemos renunciar».

Por supuesto, frente a la democracia, la felicidad y la justicia -faltó agregar frente a la vida eterna- no hay dignidad ni razones que valgan. Faltaba más, sentencia Carlos Peña.

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