Dos de las estrellas más brillantes de la galaxia televisiva están a punto de aliarse por primera vez. Esta semana se anunció que Bad Robot, productora propiedad del todopoderoso J.J. Abrams, creará una serie a medio camino de la comedia y el drama sobre el ascenso al estrellato en la cultura drag de RuPaul, icono LGTB+ y flamante ganador del Emmy por su labor como presentador del concurso RuPaul’s Drag Race. Su serie estará centrada en su vida en el Nueva York de los ochenta, pero los 56 años del artista nos darían para una fascinante vida llena de altos y bajos.
RuPaul Andre Charles nació en San Diego el 17 de noviembre de 1960. El «Ru» vino de roux, que es el término que se usa en Louisiana, el estado natal de su madre, para la base de gumbo y otros guisos y sopas criollas de la zona. Los problemas aparecieron pronto en la vida del artista. Sus padres se divorciaron en 1967 y, junto a sus tres hermanas, se mudó con su madre.
El niño acosado que se convirtió en la mujer más inmunda del mundo
RuPaul se dio cuenta rápidamente de que era homosexual. Años más tarde su hermana le recordaría cómo con cuatro años corría alrededor de la casa con vestidos y zapatos de mujer. “De niño siempre me disfrazaba de todo. Usaba cualquier cosa que tenía a mi alrededor para expresarme como ser humano. No había ninguna connotación sexual en ello. Bugs Bunny fue mi introducción al drag”, reconoce RuPaul entre risas en una entrevista al podcast AwardsChatter de The Hollywood Reporter.
Sus compañeros de clase llevaron peor las tempranas excentricidades del artista que las mujeres de su familia. Con el fin de evitar lidiar con el bullying y el sentimiento de ser diferentes a cualquier persona que se cruzaba en su camino, RuPaul empezó a beber y consumir drogas con 10 años. Su salvación llegó en 1975, cuando su hermana mayor y el marido de ésta se mudaron a Atlanta. Allí empezó estudios en una escuela de interpretación y “fue cuando conocí a los míos. Los irreverentes. Con 15 años hice un pacto conmigo mismo. Si iba a vivir esta vida, lo iba a hacer en mis propios términos, incluso si estos requerían hacerle un corte de manga a la sociedad en todo momento». Se muestra abierto con su difícil infancia, pero todo se emborrona en la edad adulta de RuPaul, cuando éste se muestra reacio a compartir detalles de su vida privada. Este mes rompió sus propias reglas al aprovechar una visita al Hollywood Talk Live, un programa conducido por su amigo Ross Mathews, para promocionar la nueva temporada de su reality show y confesar que en enero de 2017 se había casado con Georges, su pareja durante los últimos 23 años.
Fue en Atlanta donde se empezó a forjar la identidad artística que hoy en día conocemos, pero hasta su llegada a Nueva York no empezó a brillar en la escena underground. A duras penas llegaba a fin de mes, pero en el año 87 ayudó a desarrollar la película de micropresupuesto RuPaul: Star Booty, creando incluso un disco del mismo nombre. El proyecto era tan cutre y tenía tan pocos medios que en algunos materiales promocionales nunca enmendados se podía leer Starrbooty. La producción era un pastiche del blaxpoitation de los años 60 y mostraba al actor y músico interpretando a un agente federal que tan pronto resolvía casos criminales como mantenía múltiples relaciones sentimentales.
Su primer incursión en la escena profesional llegaría en 1989, con su primera aparición en un producto de alcance nacional: el videoclip de la canción Love Shack del grupo The B-52. Ese mismo año fue designada como la Reina de Manhattan. Ambos logros llamaron la atención de varios managers, con los que aún hoy trabaja hoy en día. RuPaul quería ser una estrella y salir del guetto, algo que empezó a conseguir con el gran éxito de su canción Supermodel (You Better Work). Empezó a aparecer constantemente en la MTV, Arsenio Hall le invitó a su popular programa y VH1 le encargó presentar su propio espacio. Divine, Boy George y Sylvester llegaron antes que él, pero había descifrado el código que hasta entonces relegaba a la cultura drag al oscurantismo. “Lo que hice yo que no hicieron ellos fue eliminar el sexo. Mi personaje era sexy, pero no sexual y eso marcó la diferencia, especialmente con los americanos. Los americanos temen al sexo.”
A pesar de que no estaba dispuesto a renunciar a sus principios y su forma de entender el arte, RuPaul Charles (su nombre artístico aún entonces) quería ser famoso y disfrutaba de toda la atención que le estaba empezando a llegar. Dentro de la cultura drag hay diferentes preferencias sobre qué pronombres de género deben utilizarse a la hora de hablar de los artistas, pero eso era algo indiferente para RuPaul. “Puedes llamarme él (he). Puedes llamarme ella (she), puedes llamarme Regis y Kathie Lee. No me importa, siempre y cuando me llames”, confesó en la autobiografía Lettin’ It All Hang Out (Dejando que todo salga), publicada en junio de 1995.
Han pasado veinte años desde entonces (en los que ha pasado por películas de segunda y series como Sabrina, cosas de brujas, Popular, Ugly Betty o Dos chicas sin blanca en forma de invitado especial) y se ha ganado un lugar en el corazón de la cultura pop a base de trabajo duro (ahora mismo conduce cinco formatos de entretenimiento, incluyendo el podcast What’s The Tee?) y no renunciar a la diferencia. Durante años se negó a participar en reality shows por la negatividad que estos desprendían, pero en 2009 aceptó la oferta de LOGO de producir y presentar un concurso en busca de la siguiente gran drag queen norteamericana. En él formato aparece vestido de hombre y de mujer, quizás por facilidades de producción y cierto desapego que ha sufrido en los últimos años por el arte. “Ya no amo vestirme de mujer y hacer drag. Entre el vestido, pelo, el maquillaje, los corsés y todo lo demás lleva horas prepararse”. Ni siquiera quiso hacerlo para los Emmys. “Para mí esto es un negocio. No me verás haciendo drag si no me pagan”.
El próximo viernes se estrenará en Estados Unidos –más adelante llegará previsiblemente a España a través de Nefflix– la novena temporada de RuPaul’s Drag Race, el programa de televisión que le ha convertido en la drag queen más influyente del planeta. El pasado mes de septiembre se hizo con el Emmy al mejor presentador de un reality, pero el artista le quitó hierro a este momento histórico para cultura drag en unas declaraciones a Forbes Women: “El premio tiene más que ver con cierta moda de parecer ser más tolerante que de serlo en realidad”. RuPaul no parece tener problema con ello. Hace un año explicaba a E. Alex Jung de Vulture que “el arte del drag nunca será algo mainstream. Es la antítesis de lo establecido. Nunca será algo aceptado por el gran público porque el drag es algo completamente opuesto a encajar. Hay una razón por la que nunca me han invitado a los programas de Ellen DeGeneres o David Letterman.”
Fuente: Vanity Fair