El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, se lanzó con todo contra los aspirantes a candidatos presidenciales de la derecha, Sebastián Piñera y Manuel José Ossandón, a quienes tildó de populistas por sus declaraciones y propuestas en contra de la migración.
En su habitual columna en El Mercurio, Peña explica que uno de los principales peligros de la próxima contienda presidencial y de la política nacional es el populismo, ámbito al que se han desplazado tanto el empresario como el ex alcalde y actual senador.
Según el académico, el populismo no es hacer promesas desmesuradas o insensatas, sino que “se trata de una actitud más sutil. Consiste en sustituir la voluntad del pueblo -que en una democracia se forma institucionalmente y a través de deliberaciones mediadas por partidos e ideas- por un sujeto abstracto, la ciudadanía o el pueblo a secas, cuyas pulsiones espontáneas se repiten sin cesar y se elevan a principios de un programa. El populista siempre reclama una conexión directa con la gente o la ciudadanía, y pretende que él, a diferencia del político profesional del que anhela distanciarse, tiene línea directa con lo que la gente quiere o desea”.
El rector de la UDP señala que el populista cuando detecta una pulsión, es capaz de elaborar una frase o eslogan que la devuelve ampliada a la ciudadanía y “así persigue que esta última, ese ente anónimo que es todos y es ninguno, se sienta representada. El populista no aspira a racionalizar y conducir las pulsiones e instintos de la gente, sino que procura adivinarlos y simplemente reproducirlos, ofreciendo apagar, con fórmulas simples, los temores que esconden”.
En tal sentido, aclara que tanto Piñera como Ossandón amplificaron y estimularon los temores “atávicos e irracionales” que provoca el tema de la inmigración, luego que el ex Presidente acusara que muchas de las bandas de delincuentes están integradas por extranjeros, mientras que el senador precisara que las puertas del país como las de la casa se abren, pero no a todos.
“El temor al inmigrante -la irracionalidad que Piñera y Ossandón acaban de estimular, olvidando que en el origen de las fortunas de la derecha suele haber un inmigrante descalzo- descansa sobre la idea de que las virtudes derivan de la pertenencia a una localidad específica, la nacional, y que todo lo extraño a ella debe estar infectado con alguna forma de maldad de la que el inmigrante sería portador”, menciona.
Y agrega que el temor al inmigrante “se alimenta así, tarde o temprano, del más crudo nacionalismo y de la ignorancia que, incapaz de comprender lo que causa las dificultades de este mundo, prefiere, las más de las veces por desconocimiento supino o simple estupidez, atribuirlas al extraño, especialmente si es de piel oscura. El temor al inmigrante principia siempre como una queja por los espacios que el recién llegado disputa y casi siempre acaba en una estigmatización de las personas en razón de su origen”.
Peña explica que nunca se sabrá si ese temor al inmigrante es un deseo de la gente que se transfiere al líder populista, o es un deseo de este último que, sin advertirlo, lo proyecta a la ciudadanía.
“Por eso no hay nada de banal en esta astucia electoral y populista que Sebastián Piñera insinuó y que Manuel José Ossandón, esta versión zafia y campechana del socialcristianismo de Eduardo Cruz-Coke, decidió levantar. Y no hay nada de banal en ello, porque, al insinuar, como lo hicieron Piñera y Ossandón, que el inmigrante en razón de serlo trae consigo males sociales, se atiza un fuego que está presente en todas las sociedades y en el inconsciente de sus miembros y a veces de sus líderes, y que es la base de toda intolerancia: que el otro disfruta de la vida en una forma que resulta repulsiva, que el otro dispone de lo que le pertenece a usted, que su presencia desplaza a quien tiene más derecho, que el otro es a fin de cuentas un estorbo que, si se le remueve, mejorará el bienestar”, estima.
Y acusa que tanto Piñera como Ossandón “se hayan dejado llevar por ese facilismo irresponsable. Su actitud muestra, para vergüenza de ambos, hasta qué punto es fácil envilecer la política, hacer de ella una expresión de las peores pulsiones y pasar de esgrimir las necesidades de la gente como motivo, a la estigmatización de grupos humanos como medida para satisfacerlas”.