viernes, abril 19, 2024

Carlos Peña y libro de educación sexual “puede espantarse porque se entrega información que obliga y ayuda a discernir”

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Sin duda que el tema político valórico de la semana es la polémica levantada a partir de la publicación del libro “100 preguntas sobre sexualidad adolescente” de la Municipalidad de Santiago que dirige la alcaldesa a la reelección Carolina Tohá (PPD), ruborizados y escandalizados otros criticaron el libro que habla de esas verdades que en el Chile del doble estándar no caben. Pero más allá de la polémica la jugada de Tohá le ha significado recuperar presencia en la prensa justo en medio de la campaña municipal.

A propósito de esta polémica, el columnista sermoneador –Carlos Peña- hace una acertada columna que titula “Sexualidad y política”.

Como es nuestra costumbre, y porque sabemos que la inmensa mayoría de la gente NO lee El Mercurio, reproducimos íntegramente la valiosa columna de Carlos Peña que destaca por ejemplo que: “La entrega de información parece peligrosa; pero no lo es. Revela la necesidad de enseñar a ejercitar la libertad y a elegir. Solo quien crea que el guión de la vida ya está escrito -y que es cosa de aprenderlo- puede espantarse porque se entrega información que obliga y ayuda a discernir”.

A continuación el texto completo:

“El libro sobre educación sexual para adolescentes publicado por la Municipalidad de Santiago permite volver, una vez más, sobre el tema de los límites del Estado frente a la familia.

A primera vista, el libro transgrede esos límites y se inmiscuye, sin derecho alguno, en una esfera que debiera estar protegida: el derecho de las familias y los padres a formar a sus hijos. Uno de los aspectos claves de la subjetividad humana lo constituye la sexualidad, cómo se la concibe y cómo se la vive, qué formas de comportamiento han de tenerse por normales y cuáles no, qué tipo de sexualidad es parte de una vida plenamente vivida y cuál, de una vida malgastada. El libro editado por la Municipalidad de Santiago invadiría esa esfera protegida al hacer equivalentes, sin emitir juicio de valor alguno, todas las formas de sexualidad. Reducida a una actividad corporal, exploratoria o gimnástica, el libro contribuiría a que los jóvenes vieran todas las formas de sexualidad como equivalentes, ninguna mejor que otra. De esta manera, el libro invadiría el derecho de los padres a enseñar a sus hijos en qué consiste una vida bien vivida.

Eso fue lo que -con la sencillez lingüística que les caracteriza- quisieron decir Ossandón y Kast cuando criticaron la iniciativa de Carolina Tohá.

Basta, sin embargo, detenerse un momento para advertir que esas quejas están equivocadas.

Desde luego, y como es obvio, sería harto más invasivo del derecho de las familias a formar a sus hijos si el libro de la Municipalidad de Santiago hubiera optado por establecer que hay un solo tipo o forma de sexualidad moralmente correcta a la que los jóvenes debieran plegarse. Si el libro hubiera enseñado a los jóvenes que su modelo debe ser José y el de las niñas, María; que la castidad es virtuosa (y el matrimonio un simple remedio a la concupiscencia); que la heterosexualidad es la única acorde con la naturaleza humana (y las otras formas de sexualidad, manifestaciones inferiores o degradadas), ahí sí que la municipalidad se habría estado inmiscuyendo en lo que no le corresponde, suplantando a los padres en el tipo de vida que quieren enseñar a sus hijos.

Pero cuando la municipalidad recoge las dudas que los adolescentes plantean y las responde con ánimo descriptivo, sin pronunciarse respecto de cuál de esas conductas debe ser seguida y cuál evitada, en vez de estarse inmiscuyendo en la vida familiar, está dando la oportunidad a que sean los padres quienes se ocupen de la esfera de la afectividad y la vida bien vivida. Es decir, el texto auspiciado por la municipalidad, en vez de invadir la vida familiar y suplantar a los padres, estimula su tarea por la vía de entregar información veraz, que es la única que permite plantear preguntas morales, de esas que los padres deben ayudar a responder a sus hijos. Solo una vez que los padres recuerdan, y los hijos se enteran, que la sexualidad es plástica y puede ser ejercitada de múltiples formas, adquiere sentido la pregunta moral relativa a cuál de ellas debe ser seguida.

En esas quejas (y en otras como las que se plantean en temas como el aborto) lo que hay es una mala comprensión acerca de la manera en que las sociedades modernas y democráticas conciben las relaciones sociales.

Como advirtió tempranamente Tocqueville, lo propio de la sociedad moderna (él asistió a su aparición y la describió como ninguno) es la ampliación de la esfera de la política a prácticamente todos los intersticios de la vida. Los seres humanos comienzan a relacionarse entre sí, en sus relaciones externas, desde las laborales a las familiares, como ciudadanos, como personas dotadas de igual libertad para escoger el tipo de vida que quieren vivir. Por eso la autonomía la empiezan a reclamar los hijos frente a los padres y no solo frente al Estado, y por eso también todas las esferas de la vida empiezan a ser vistas como electivas, como el fruto de una decisión personal.

Esa expansión de la política a todos los intersticios de la experiencia vital tiene dificultades, sin duda; pero es la que crea el deber de ejercitar la reflexión moral. Al liberar a las personas del deber simbólico de someterse a otros, las pone en la necesidad de elegir. Por eso, y al revés de lo que Kast u Ossandón temen, en vez de empujar a los jóvenes a considerarlo todo como equivalente, el libro de la municipalidad, al hacer explícita la variedad de conductas sexuales que a los jóvenes intriga, brinda la oportunidad, desde luego a las familias, para enseñar a los jóvenes a discernir el sentido de la sexualidad. Se dirá que las familias podrán no estar preparadas para hacerlo; pero ¿acaso la queja no consistía en que el Estado se inmiscuía en los deberes familiares? ¿Se preferiría acaso entregar la tarea a la Iglesia Católica o a la simple costumbre o, lo que es peor, al silencio?

La entrega de información parece peligrosa; pero no lo es. Revela la necesidad de enseñar a ejercitar la libertad y a elegir. Solo quien crea que el guión de la vida ya está escrito -y que es cosa de aprenderlo- puede espantarse porque se entrega información que obliga y ayuda a discernir”, sentencia Carlos Peña.

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