viernes, marzo 29, 2024

Carlos Peña y precandidatura de Guillier: «Hoy día basta con muy poco para pretenderlo»

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En su tradicional columna dominical y que en este caso calzó justo con el día de la Independencia de Chile, Carlos Peña desmenuza la precandidatura del periodista y senador Alejandro Guillier, que «envalentonado» comparó a Lagos (el otro precandidato de la centro izquierda) con O’Higgins, y luego intentó desdecirse de lo dicho, sin duda que ya le restó puntos y se instaló que Guillier no se mete en serio con «perros grandes» (le teme a Lagos). Pero Peña, en su análisis da con la clave de este senador: «La candidatura de Alejandro Guillier -la precandidatura, en rigor- no tiene entonces un significado estrictamente político, sino social (…) Guillier, cuya evaluación y conocimiento público no es el fruto de un genuino desempeño o reflexión política, sino nada más que el resultado fortuito de los medios, de la habilidad para emitir frases generales que empatizan con el espectador promedio, ese individuo que es todos y es ninguno», sostiene Peña.

Pera entender en su magnitud lo expuesto por Peña, nos permitimos -como siempre- reproducir íntegramente la columna del abogado rector, Carlos Peña:

«Esta semana Alejandro Guillier manifestó -no pudo ser más inequívoco: ironizó con el ex Presidente Lagos- su voluntad de ser candidato presidencial:

¿Qué significado posee esa irrupción?

Aparentemente, Alejandro Guillier podría reverdecer al Partido Radical, del que es cercano. El Partido Radical representó durante un largo tiempo a las capas medias (Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos, González Videla). Se trataba de grupos sociales surgidos al amparo de la expansión del Estado. Esos grupos, a través del Partido Radical, mediaron entre los intereses de los grupos oligárquicos y los populares. El resultado fue un periodo de larga estabilidad que se conoce en la literatura como el Estado de compromiso (1932-1970).

La irrupción de Alejandro Guillier podría ser indicativa de que las capas medias retoman ese papel, por llamarlo de algún modo, histórico.

Pero no es el caso.

Las capas medias de hoy no son las del siglo XX (para repetir la ironía con la que el mismo Guillier se refirió al ex Presidente Lagos).

Los nuevos grupos medios, a diferencia de aquellos que acunaron durante largo tiempo a los radicales, están conformados por los sectores populares ascendidos gracias al mercado. En ellos no existe nada de la nostalgia que los sobrevivientes de la vieja clase media sienten por el Estado y la antigua educación pública (buena, pero de minorías). En vez de concebir su trayectoria como atada al Estado, la viven como el fruto de su propia autonomía y desempeño; en vez de cultivar la antigua sobriedad, que más que virtud moral era simple pobreza, los nuevos grupos tienden, en la medida de sus posibilidades, al consumo conspicuo (es decir, el consumo que confiere estatus); en vez de arriscar la nariz frente a la provisión privada de educación (que siempre fue signo de ascenso), la apetecen, y en vez de tener conciencia de clase, sentido de pertenencia a un mismo estrato, no tienen ninguna (puesto que sus miembros tienden, cada vez más, a la individuación).

En suma, una cosa es la clase media del siglo XX y otra la clase media del siglo XXI; una la clase media del Estado de compromiso, otra los grupos medios surgidos al abrigo de la modernización capitalista.

Así entonces, y salvo que el PRSD (lo incomprensible de esta sigla para la mayoría, muestra la vigencia que posee lo que ella designa) haya abandonado sus raíces y su inspiración, es difícil pensar que pueda acompasarse a los cambios que ha vivido Chile y sintonizar con ellos.

Pero si lo anterior es así, si la irrupción de Guillier no equivale a un reverdecimiento del radicalismo hace ya tiempo languidecente, ¿a qué equivale entonces?

A una muestra de la levedad que ha alcanzado la política: primero las ideas fueron sustituidas por el programa; ahora, el liderazgo por la simple notoriedad; el político por la figura pública.

De otra manera no se explica que la candidatura de A. Guillier -que hasta ahora no destaca por sus ideas, sino por la rigurosa precaución de no expresar ninguna- sea vista como plausible.

En la antigua tradición del radicalismo la política era una profesión que se ejercía por largo tiempo, un quehacer meritocrático que se desenvolvía al alero del partido y de las formas de sociabilidad que él estimulaba (desde los clubes a la masonería). En esa tradición resultaba incomprensible la aparición de un liderazgo repentino, azaroso, de una figura, como la de Guillier, cuya evaluación y conocimiento público no es el fruto de un genuino desempeño o reflexión política, sino nada más que el resultado fortuito de los medios, de la habilidad para emitir frases generales que empatizan con el espectador promedio, ese individuo que es todos y es ninguno.

La candidatura de Alejandro Guillier -la precandidatura, en rigor- no tiene entonces un significado estrictamente político, sino social; no expresa un reverdecimiento del radicalismo, sino su delicuescencia; no es el surgimiento de un liderazgo, sino la confirmación de que hoy día basta con muy poco para pretenderlo. La candidatura de Guillier expresa así los cambios de la sociedad chilena, la levedad que ha adquirido la política y la desorientación de la centroizquierda, al extremo que algunos de sus miembros piensan, y lo piensan al parecer en serio, que la visibilidad de los medios y una personalidad atractiva por lo inocua es cuanto se necesita para conducir el Estado», concluye Carlos Peña.

Sin duda que Guillier no compartirá este análisis, que tiene mucho de realismo político, sinceridad. En efecto, el senador Alejandro Guillier no tiene un discurso o una posición política relevante, no es un actor que verdaderamente encarne o haya hecho suyas las demandas país, él es más bien una estrella fugaz.

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