Autores superventas, creadores indispensables para entender algo de la cultura de masas de los últimos treinta años. ¿No será que esa burbuja de nuestras redes sociales es extrapolable a todos los que hayan crecido en los 80/90 en Occidente con un mínimo interés por el cine y los libros?
El debate alrededor de Stranger things se ha centrado inevitablemente en la nostalgia y ha servido para afianzar dos frentes aparentemente irreconciliables: el de los nostálgicos irredentos y el de los odiadores de la nostalgia, que creen que cualquier tiempo pasado fue anterior. Los primeros han visto colmadas sus expectativas, han conseguido que resuene en sus cabezas “los Goonies nunca dicen muerto” y han vuelto a esos años de sesión doble, pan y chocolate. Los segundos, aunque parezca lo contrario, también han visto sus expectativas colmadas: han vuelto a poder cargar contra los primeros, acusándolos de ser rehenes de sus recuerdos.
En una entrevista al Hollywood Reporter, los hermanos Duffer confesaron que jamás habían visto D.A.R.Y.L. desmontando de nuevo ese análisis afanado en encontrar homenajes en todo como medio para demostrar su cinefilia o su cultura.
Las referencias de Stranger things son obvias y sus creadores las reconocen con la misma ausencia de pudor con la que nos las han mostrado en pantalla. Cabría preguntarse entonces si los hermanos Duffer pretendían que la –con perdón– conversación en torno a la serie se convirtiera en una batalla campal entorno a la nostalgia o si su intención era otra.
Ross Duffer, en la entrevista mencionada anteriormente, explica una obviedad: que cuando están en la sala de guionistas “no estamos hablando de otras películas. Estamos diciendo ‘¿qué haría Joyce? Su hijo ha desaparecido, ¿cuál es su siguiente paso?”.
Los elementos nostálgicos, meta o no, han servido en Stranger things de caballo de Troya, a veces casi han funcionado como un macguffin. Han sido la acertada estrategia que ha servido para que un buen número de adultos que de otro modo no se acercarían al género, vean una serie de ciencia ficción. Y a juzgar por lo que cuentan sus creadores, también ha sido un elemento indispensable a la hora de venderla a Netflix.
Pero es precisamente lo que ha mantenido activo el debate sobre la serie aquello que no nos está dejando ver sus atributos: su capacidad de entretener (algo tan denostado por cierta crítica seriéfila, que parece desear que todas las series sean LA SERIE), sus interpretaciones estupendas (por cada ocasión en la que se hable de los tics de Winona, alguien debería mencionar el extraordinario trabajo que hace Millie Bobby Brown), sus interesantes desarrollos de personajes (una adolescente Nancy Wheeler que acaba con el chico popular en lugar de con el rarito de buen corazón, un Jim Hopper que afortunadamente no acaba en romance con Joyce Byers, por señalar dos ejemplos), una estructura sólida que mezcla la emoción, la aventura y la sorpresa, y, también, sus errores (¿Hola? ¿Barb?). Los árboles de Cuenta conmigo no nos han dejado ver el bosque.