Como amante de la filosofía política, un libro que me fascinó leer en este último bienio fue «Las ideas políticas en la era romántica. Surgimiento e influencia en el pensamiento moderno», obra póstuma de mi pensador político favorito, el liberal británico Isaiah Berlin (1909-1997).
Publicado en castellano por el Fondo de Cultura Económica en 2014, este libro recopila apuntes y ensayos inéditos, escritos en bruto y que datan de 1952, en los que Berlin repasa el pensamiento racionalista de la Ilustración europea y su proyecto político universalista, en coexistencia con una desafiante voluntad romántica de idearios culturalistas que apelaba a la pasión, la originalidad y la espontaneidad.
Por un lado, la búsqueda de la verdad y la ilusión del progreso a través de la razón universal y las «leyes de la historia»; y por otro, el llamado a la tormenta y la tensión desde la autocreación espontánea de cada individuo y la diversidad de las identidades culturales.
Ilustración y romanticismo: Las dos caras del pensamiento moderno en los siglos XVIII y XIX, y que hasta hoy son matrices del debate contemporáneo.
Pero aquí no sólo me encontré con el Berlin ensayista de la historia de las ideas o el polémico defensor de la libertad y del pluralismo radical, sino también con el brillante profesor universitario que fue. El primer capítulo, dedicado al concepto de la política, me hizo sentir en presencia de su entretenida cátedra.
También se encuentra el manuscrito original de la conferencia académica de 1958, en la que se basó su más difundido ensayo: «Dos conceptos de libertad», donde a partir de la distinción entre la «libertad positiva» y la «libertad negativa», nos muestra de qué manera una firme defensa de la libertad puede ser fácilmente confundida, en su propio nombre, con una brutal tiranía.
Ahora bien, por tratarse de una antología de escritos en bruto, ellos distan mucho de la incomparable calidad de otros ensayos suyos, reunidos en obras como «Cuatro ensayos sobre la libertad», «Pensadores rusos», «Contra la corriente» o «El fuste torcido de la humanidad». Pero, es precisamente esta falta de elaboración la que permite conocer esa espontaneidad, que este autor tanto admiraba de los artistas y filósofos románticos.